Me duele un poco el corazón cuando no llegas… me quedo a oscuras para no ver tan claro el vacío de tu ausencia, me pongo calcetines, suéteres y mantas sobre el cuerpo porque este frío es tan intenso que me inunda de inviernos. Es un malestar quieto, nada de extravagancias de novela, no se trata de un arrebato, ni me siento tentado a salir por las calles a ver si, de casualidad, me cruzo por donde has dejado tus pasos, y me consuelo entonces con el olor reciente de tu cuerpo cuando va caminando, con ese desenfado que tienes para moverte, como si no pudieras pedirle permiso al espacio, y al contrario, le estuvieras dando algo con la gracia de tus movimientos, el ir y venir de tus manos a los costados.
Cuando no estás casi siempre estoy callado, el silencio me es más cómodo que la sensación de diálogos en donde siempre faltas, mantengo el televisor en mute, la música bastante baja, casi un murmullo para no entorpecerme la mente mientras te estoy pensando, y cuando me llegan por los pasillos del edificio o trepando por las ventanas algunos gritos aislados, me enfado de más, me da un vuelco el corazón pensando que allá afuera, el mundo está avanzando, mientras yo sólo te espero, en silencio, lleno de espanto por pensar que no llegas, que me quedo solo, que se me van inundado los ojos sin querer decir que tanto te extraño.
Pero dura un segundo a penas esas sensación de angustia, vuelve el silencio y me siento en paz, en el dominio de todos mis miembros, nada entra en desacato, me puedo decir muy bien que no ha pasado nada, que no se rompe este equilibrio mientras se mantenga el calor y se hable sólo de ser necesario, en murmullos, para no despertarnos el ansia de tus oídos que están tan lejanos, para no terminar pensado qué pensarías de tal o cual cosa que pasan en el noticiario, o si te acuerdas de aquella película que anuncian y que seguro nos miramos juntos hace ya algunos años. En tu ausencia hay que mantenerse a raya, austeros, con la mente fija en un solo punto gris del techo para que no nos distraigan los tórridos colores de los atardeceres en que me faltas.
Ahora me doy cuenta de que comienzo a evitar las habitaciones en que estamos juntos en casa, me da terror entrar a la cocina con esa sensación de desorden y desamparo que tiene sin tus manos, es por eso que estos días casi no como, me busco cosas que se hayan quedado en el comedor de un día antes, o salgo a la calle con el estómago hecho un desastre para comer a toda prisa lo primero que se me ponga en los ojos y volver a casa sin mirar a los lados; y el balcón está casi abandonado, no me asomo por ahí porque el cielo es demasiado claro, o las nubes traen un insoportable revuelo de faldas o ese sol brillante me ofende con su maldito descaro de alegres primaveras que yo no comparto.
Pero lo que más me pesa es pensar en nuestra recámara, en la ropa que has dejado por ahí con descuido, desenfadada, en la cama que no he tendido desde la última vez que nos acostamos juntos, sólo para no dejar que las sábanas pierdan la forma que tu cuerpo les ha dejado. Las cortinas cerradas, no me pesa que entren o no las miradas, sino que se borre, con la luz del día, la sensación de tu sombra en la silla de la cómoda. Preservo esa habitación como si pudiera en ella encerrar nuestros sueños, pero no la visito, es terrible que la puerta esté junto al baño, del que no puedo prescindir, pero que lo evito lo más que puedo, pues al pasar por ahí, en ese instante que dura atravesar el umbral de nuestra habitación, siento esa opresión en el pecho que se me ha vuelto ya un dolor constante.
No es que esté enfermo, todo está en orden, funciono de manera normal, ni los amigos ni en el trabajo me han notado nada raro, a penas de vez en cuando alguna mirada extraviada que justifico con el cansancio diario, nada de alarmas. Pero la verdad es que me siento confinado a este letargo de las horas lentas que faltan para que llegues, y lo rápido que transcurren los momentos para que tengas que irte de nuevo. No estoy diciendo que te necesite aquí todo el día, ni mucho menos, ha quedado claro que los dos nos debemos nuestro espacio, que nuestras vidas se cruzan muy poco y hay que andar por caminos diferenciados, eso no podemos ni dudarlo, esto es otra cosa, como una manía, como cuando a uno se le da por ir leyendo los letreros en la calle y un día, al tomar el camión más lleno de la ruta, las espaldas que se amontonan no nos permiten mirar y nos produce inquietud, cierta molestia, echamos en falta poder disfrutar del camino y nos sabe amarga la vuelta a casa.
Es un poco eso, sólo una sensación de ausencia, una falta, no de un brazo o una pierna, no es que vayamos cojeando por el mundo o que nos miren en la calle tachándonos de lisiados, no me siento así, es otra cosa, supongo que será como cuando alguien ha sido donante, le han puesto su riñón a un necesitado y se le ha quedado un vacío de un costado, seguro que funciona de maravilla, con ciertos cuidados, claro, pero no dudo que se la viva en una nostalgia permanente por ese órgano que le está faltando. Cuando se abre un cuerpo, humano o de quién sea, se ve cómo todo encaja de maravilla, sin ningún hueco inexplicable, todo puesto en su sitio, con la maquinaria muy bien aceitada, pero si nos imaginamos al que dio su riñón, compasivo u obligado por las circunstancias, nos da vértigo pensar en esa oquedad anti-natura que le desbalancea de un lado.
Más o menos es eso, se ha hecho un vacío desde que no llegas, todo está suspendido en el tiempo que marcaron tus pasos al irse por la escalera, dejando un eco imposible cuando yo sé que hace mucho que ya no suenan, que deben andar por muchas calles, seguro otras escaleras, pasillos de amigos comunes o de esas tus amistades que guardas en el misterio. Sé bien la forma en que te mueves cuando entras o sales de una casa, cómo te vuelves a decir adiós a los que no se resignan a tu despedida y te miran por las ventanas, y ese gesto tan tuyo de lanzar besos al aire, descarada, con un desparpajo de adolescente, sin que te importe la forma en que te miran los que pasan.
Eres el riñón que me falta, la válvula cardiaca que se niega a trabajar y hace que todo vaya a un ritmo extraño, a traspiés, casi a rastras, eres ese dolor escondido en mi espalda. Así y todo, es de lo más normal que no llegues, así no sea ni hoy, ni mañana, ni te menciono nada porque ya dije desde el principio que esto no es un tragedia, que no hay de qué hacer drama, que sólo se trata de una sensación extraña, un malestar mínimo: un poco de frío que se va con la colección de mantas que tengo en este sillón desde el que siempre escribo, un dolor de corazón que es casi una nada, un breve soplo que ni el mejor estetoscopio capta, y esta apariencia de exilio que vivo en mi propia casa, confinando a este rincón, alejado de la cocina, del balcón o de la cama, me protejo del vacío que inunda todo y casi ni me alcanza a tocar, si no fuera porque de vez en vez tengo que salir de mi silencio y es ahí donde no encuentro las palabras que te has llevado prendidas a tu falda.
Cuando no estás casi siempre estoy callado, el silencio me es más cómodo que la sensación de diálogos en donde siempre faltas, mantengo el televisor en mute, la música bastante baja, casi un murmullo para no entorpecerme la mente mientras te estoy pensando, y cuando me llegan por los pasillos del edificio o trepando por las ventanas algunos gritos aislados, me enfado de más, me da un vuelco el corazón pensando que allá afuera, el mundo está avanzando, mientras yo sólo te espero, en silencio, lleno de espanto por pensar que no llegas, que me quedo solo, que se me van inundado los ojos sin querer decir que tanto te extraño.
Pero dura un segundo a penas esas sensación de angustia, vuelve el silencio y me siento en paz, en el dominio de todos mis miembros, nada entra en desacato, me puedo decir muy bien que no ha pasado nada, que no se rompe este equilibrio mientras se mantenga el calor y se hable sólo de ser necesario, en murmullos, para no despertarnos el ansia de tus oídos que están tan lejanos, para no terminar pensado qué pensarías de tal o cual cosa que pasan en el noticiario, o si te acuerdas de aquella película que anuncian y que seguro nos miramos juntos hace ya algunos años. En tu ausencia hay que mantenerse a raya, austeros, con la mente fija en un solo punto gris del techo para que no nos distraigan los tórridos colores de los atardeceres en que me faltas.
Ahora me doy cuenta de que comienzo a evitar las habitaciones en que estamos juntos en casa, me da terror entrar a la cocina con esa sensación de desorden y desamparo que tiene sin tus manos, es por eso que estos días casi no como, me busco cosas que se hayan quedado en el comedor de un día antes, o salgo a la calle con el estómago hecho un desastre para comer a toda prisa lo primero que se me ponga en los ojos y volver a casa sin mirar a los lados; y el balcón está casi abandonado, no me asomo por ahí porque el cielo es demasiado claro, o las nubes traen un insoportable revuelo de faldas o ese sol brillante me ofende con su maldito descaro de alegres primaveras que yo no comparto.
Pero lo que más me pesa es pensar en nuestra recámara, en la ropa que has dejado por ahí con descuido, desenfadada, en la cama que no he tendido desde la última vez que nos acostamos juntos, sólo para no dejar que las sábanas pierdan la forma que tu cuerpo les ha dejado. Las cortinas cerradas, no me pesa que entren o no las miradas, sino que se borre, con la luz del día, la sensación de tu sombra en la silla de la cómoda. Preservo esa habitación como si pudiera en ella encerrar nuestros sueños, pero no la visito, es terrible que la puerta esté junto al baño, del que no puedo prescindir, pero que lo evito lo más que puedo, pues al pasar por ahí, en ese instante que dura atravesar el umbral de nuestra habitación, siento esa opresión en el pecho que se me ha vuelto ya un dolor constante.
No es que esté enfermo, todo está en orden, funciono de manera normal, ni los amigos ni en el trabajo me han notado nada raro, a penas de vez en cuando alguna mirada extraviada que justifico con el cansancio diario, nada de alarmas. Pero la verdad es que me siento confinado a este letargo de las horas lentas que faltan para que llegues, y lo rápido que transcurren los momentos para que tengas que irte de nuevo. No estoy diciendo que te necesite aquí todo el día, ni mucho menos, ha quedado claro que los dos nos debemos nuestro espacio, que nuestras vidas se cruzan muy poco y hay que andar por caminos diferenciados, eso no podemos ni dudarlo, esto es otra cosa, como una manía, como cuando a uno se le da por ir leyendo los letreros en la calle y un día, al tomar el camión más lleno de la ruta, las espaldas que se amontonan no nos permiten mirar y nos produce inquietud, cierta molestia, echamos en falta poder disfrutar del camino y nos sabe amarga la vuelta a casa.
Es un poco eso, sólo una sensación de ausencia, una falta, no de un brazo o una pierna, no es que vayamos cojeando por el mundo o que nos miren en la calle tachándonos de lisiados, no me siento así, es otra cosa, supongo que será como cuando alguien ha sido donante, le han puesto su riñón a un necesitado y se le ha quedado un vacío de un costado, seguro que funciona de maravilla, con ciertos cuidados, claro, pero no dudo que se la viva en una nostalgia permanente por ese órgano que le está faltando. Cuando se abre un cuerpo, humano o de quién sea, se ve cómo todo encaja de maravilla, sin ningún hueco inexplicable, todo puesto en su sitio, con la maquinaria muy bien aceitada, pero si nos imaginamos al que dio su riñón, compasivo u obligado por las circunstancias, nos da vértigo pensar en esa oquedad anti-natura que le desbalancea de un lado.
Más o menos es eso, se ha hecho un vacío desde que no llegas, todo está suspendido en el tiempo que marcaron tus pasos al irse por la escalera, dejando un eco imposible cuando yo sé que hace mucho que ya no suenan, que deben andar por muchas calles, seguro otras escaleras, pasillos de amigos comunes o de esas tus amistades que guardas en el misterio. Sé bien la forma en que te mueves cuando entras o sales de una casa, cómo te vuelves a decir adiós a los que no se resignan a tu despedida y te miran por las ventanas, y ese gesto tan tuyo de lanzar besos al aire, descarada, con un desparpajo de adolescente, sin que te importe la forma en que te miran los que pasan.
Eres el riñón que me falta, la válvula cardiaca que se niega a trabajar y hace que todo vaya a un ritmo extraño, a traspiés, casi a rastras, eres ese dolor escondido en mi espalda. Así y todo, es de lo más normal que no llegues, así no sea ni hoy, ni mañana, ni te menciono nada porque ya dije desde el principio que esto no es un tragedia, que no hay de qué hacer drama, que sólo se trata de una sensación extraña, un malestar mínimo: un poco de frío que se va con la colección de mantas que tengo en este sillón desde el que siempre escribo, un dolor de corazón que es casi una nada, un breve soplo que ni el mejor estetoscopio capta, y esta apariencia de exilio que vivo en mi propia casa, confinando a este rincón, alejado de la cocina, del balcón o de la cama, me protejo del vacío que inunda todo y casi ni me alcanza a tocar, si no fuera porque de vez en vez tengo que salir de mi silencio y es ahí donde no encuentro las palabras que te has llevado prendidas a tu falda.
alguna vez, con una ausencia, senti que me estorbaba el brazo y la mano izquierda, estaba tan estupidamente acostumbrado a tomarla a ella de ese lado, que cuando no estuvo mi propia mano vivio su duelo...
ResponderEliminarme encanta este modo de susurro con que escribes, como bailandole alrededor a pasos de gato a quien te lee, lo encantas y haces preso ó lo alientas a correr sin dejar de vigilar sus movimientos.
feliz de que aparezcan tus palabra sin concesiones en momentos donde el internet a vuelto infame leer a mis amig@s. david
Querido señor Bicho,
ResponderEliminarYo ya soy infame de por sí, antes de que la interné se metiera en nuestras vidas, así que agradezco siempre tu lectura, tus palabras le sonríen a mi día y mi texto se complace de encontrar correspondencia en la memoria de tus duelos.
Sei.
ResponderEliminarVan como 383 veces que leo este texto y está dennnnnnnnnnnnnso....
tiene un no se qué que no alcanzo a describir pero que es suficiente para decir:
está perrón
voy a seguir con los demás.
Señor Karate Pig, honorable emisario del EEG,
ResponderEliminarLuego eso de la densidá se me da, ya sabe, onda textura gelatinosa, pero sin que llegue a volverse pudín, oseas, medias-tintas nomás.
Me da rete-harto gusto tener su amable lectura y ahí le dejo la puerta abierta pa' que siga usté pasándole a lo barrido.
De este lado del mundo me doy mis vueltas por el Ya vas que chutas y ya hasta lo ando promocionando con los amigos lectores.
Le mando abrazos grandes pa' usté y pa' su señora.
Lea-monos pues!