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Buscadores

Febrero 2005


Cuando escribo, en ese silencio grande de la página que me espera, llevo conmigo el murmullo de los que me han compartido sus sueños y, entonces, son multitudes enteras las que me van recitando mis textos. Te mando esto por lo que hay de ti en él; y con él, te hago llegar la promesa de no dejar perder el espacio de nuestras letras... extensas o incomprensibles, breves o ligeras; son lo único para darnos, lo único de veras.


De los buscadores


Resulta que no sé en qué momento de los últimos instantes, me ha entrando en la cabeza la idea de que no es posible hallar lo que se busca, pues nuestra mirada ejerce una acción extraña sobre las cosas, como el foco que por colocarse frente al objeto lo nubla con su luminosidad y lo hace invisible. Entonces comenzamos a mirar sus contornos, a adivinar las formas y a construir significados alternos, a veces certeros, a veces equivocados, y es cuando surge la fascinación del mito; más allá de lo verdadero, está la posibilidad de lo verosímil.


Los buscadores, entonces, son una raza de seres que tienen como función fundamental el movimiento, la dinámica de la vida que se erige como su única manera de supervivencia. La estadía, el quieto equilibrio de la permanencia, el sedentarismo; son formas que nunca entrarán en su existencia, pues ellos se construyen de viento, de ese movimiento cadencioso o arrebatado que se viste de hojas para ir acariciando los pies de los hombres que van transitando.


Sin embargo, la búsqueda como forma fundamental no debe ser entendida como la construcción de una expectativa, sino como el frenesí de la experiencia, como la posibilidad de la esperanza y no de la espera. Tal vez ya te he dicho varias veces que no debemos esperar nada, así lo que llegue será siempre novedad y premio, y brillará con la fuerza de lo inusitado.


Cuando pienso esto viene a mi mente la frase de mi bisabuelo, aprendida de los labios de mi padre: "la esperanza es el sueño del hombre despierto", y eso nos habla de movimiento, de una dinámica que es capaz de mantener los sueños como forma constante de vida, no un detenerse, sino un caminar siempre, en la búsqueda de lo inasible y de lo imposible, porque las imposibilidades son siempre el motor del reto y la construcción del desafío, es brincar al abismo de nuestros días y no saber en dónde caeremos y aún así abrir los ojos al vértigo, para sentir la vida cortándonos el aliento.


Aún los que siempre buscan, suelen olvidarse del reto, del desafío de meter siempre el alma, aún la propia o la de los que amamos, en botellas de cristal azul -cfr. Manifiesto de las Gitanas- y lanzarlas hasta el horizonte curvo de los océanos. Y tener la paciencia de caminar por las playas sabiendo que las olas tocarán nuestros dedos con su calidez de espuma y nos devolverán el secreto.


Estar buscando es no conformarse, es saberse perfectible y seguir caminando; pero con la paz de siempre paladeando la plenitud de cada instante, sintiéndose vasto en las posibilidades cotidianas, mirándose al espejo de la lluvia y dejándose tocar por el sol de todos los días, con el asombro de sentirse refrescados y tibios como el primer día.


Ser buscador es ser ligero, dejarse ir con la agilidad de un sueño, o de un recuerdo pasajero que se nos cuela entre los dedos del tiempo. Ligero de espacios, pero siempre cargado de tiempo, es saber que podemos irnos o quedarnos pues con nosotros estarán nuestros sueños, y los sitios que nos regalaron los que alguna vez nos compartieron su aliento, y los recuerdos que no son raíces quietas sino ramas de enredadera que tejen historias sobre el tronco nuestro.


Pero los que buscan son, sobre todo, un vaivén de péndulo... un ir y venir entre certezas y desaciertos, entre lluvias y soles que son alegrías y desalientos; instalados siempre en la estabilidad de sus propios sueños, esos que se delinean por la luminosidad que con su mirada le dan a los objetos.


Ellos a veces son un murmullo, que quiere convertirse en silencio; y al segundo siguiente son un torbellino capaz de barrer con la arena de todo un desierto. Y, sin embargo, su voz es siempre la misma: una caricia con aliento de azahares, un recorrido por el camino de los secretos.


Tal vez un día debamos quedarnos quietos, y observar nuestros zapatos, y escuchar los reclamos de las huellas que fuimos dejando, y entonces sintamos el calor del agua de adentro y se nos vayan nublando los ojos, y no queramos sino ese pequeño silencio que hay entre el suspiro y el sueño. Y en nuestra cara se empiece a pintar muy despacio, como no queriendo, la sencilla caricia paciente de una sonrisa que nos viene de dentro.

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