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Mostrando entradas de 2011

Solsticio de invierno

Escucho la canción, te escucho entre líneas, te pienso... pienso también en estas palabras que nos escribimos, que hace tanto no decimos, se hacen largos los tiempos de nuestras ausencias, pero recurrimos siempre. De alguna forma volvemos, sabemos volver tanto como hemos sabido siempre irnos. ¿Qué sensación es esa? de péndulo impreciso, imposible de adivinar. Te tengo entre labios a veces, te susurro en sueños, y luego tengo la impresión de que te he olvidado por largo tiempo, cuando la verdad es que te estoy recordando a cada rato. Tengo frío a veces de la gente que me alarga sus dedos sobre el brazo, que no se da cuenta de lo mucho que lastima ese contacto helado; tengo frío y pienso en tus manos que necesitan ponerse al sol para dejar de ser un pequeño invierno de cinco afiladas puntas. Pero cada que pienso en tus manos no puedo dejar de recordar la incongruencia de tu gélido tacto frente a la calidez de tus ojos de niño callado, tus ojos oscuros diciendo siempre que siguiera miránd

Me llama el sur

Me llama el sur, con su sabor de mar en el aire, sus montañas de nubes bajas a las tardes; me llama el sur porque tengo los sueños anegados de hambres ancestrales, de ganas de calentarse, de cobijarse en sus bochornos insoportables de medio día, en sus dulces mañanas maduras de sol implacable. Me llama y llego a ojos cerrados, porque no es preciso ver nada con esos cantos de sirena que atraviesan montañas, se abren paso a lomo de aire, cabalgan. Voy al sur con ganas de nada, porque todo está dado ya en el viaje y la esperanza; sin espera, sin nada, todo a un tiempo, sobre la mesa puesta para nuestra ansia. Del sur se sirve el mundo grandes platadas, la historia está llena de los del norte que van al sur y se sacian, y luego vuelven con melancolías eternas a contarle a las generaciones que no saben nada de esos sabores perfumados, de guayabas maduras que llenan la mano entera, cómo es que eran esos tiempos en que se migraba al sur a hacer fortunas con la riqueza ajena. Voy al sur, pero

Fábulas de octubre II

Es la cosa de escribir las palabras, que se guardan, en la perpetuidad de lo que dure la página, en el tiempo inmaterial en que se quedan encapsuladas apenas han sido trazadas. Hoy las nuestras me han salido a salto de mata, sin aviso, como cuando antes aun estaban sobre papel las cartas y se guardaban entre los libros y al primer descuido caían a nuestros pies como pañuelos de doncellas enamoradas, esperando ser levantados con el cuidado del amor cubriendo nuestras manos ásperas. Así igual, los recovecos de los espacios electrónicos me han sacado una cronología de nuestros mensajes a la distancia, sin más, me encontré releyéndonos las ansias, el anhelo, la distancia. Encontré uno en donde decías que habías soñado con Baobabs porque se te habían metido mis palabras, “emisaria onírica del reino Baobab” me dices y me sacas esa inevitable sonrisa; entonces pensé en tus ojos, oscuros, misteriosos, y sobre ellos se reflejaban los sueños de Baobabs con que me fui a recorrer quién sabe qué lu

Fábulas de octubre I

Es terrible que este otoño me huela a muerte, a descomposición incierta por los tejidos del alma. A los octubres de otros tiempos debo algunas de mis historias más dulces, de perfumados olores de fruta conservada; hoy tengo miedo de este octubre que comienza, que aun se niega a ser otoño del todo, que calienta de soles de primavera y se inunda de lluvias olvidadas por las manos del verano, tengo miedo de la forma en que los días de octubre van avanzando sobre mis propias manos, en la cuenta de lo inesperado, de ese amor inevitable, furtivo, animal de caza, acechando. Cualquier amor, no importa, a los octubres de mi vida han llegado incluso algunos de los más desafortunados, algunos en la ausencia de mares de distancia, otros en las vueltas continuas de lo que por haber comenzado nunca, tampoco nunca se acaba. Me enamoro en octubre, lo digo con pensar, me apenan las carcajadas que despierta en los escuchas una confesión tan descabellada. Pero lo digo con voz pesada, hinchada de piedras

Para ir a la mitad del mundo

A Casandra en sus nuevos pasos A la mitad del mundo, convergen todos los senderos, se hacen largas todas las vías hacia el lado que nos lleven nuestros deseos. Si doblamos por la mitad al mundo, se estarán encontrando en cada esquina sus extremos. Hemisférico, vale lo mismo al sur que al norte si nos paramos en el medio. Pero justo ahí, donde se comienza a buscar el ombligo de sus misterios, es que salen del mapa todas las perspectivas, todos los sueños que se van luego por donde venga bien el viento. Al medio, el mundo tiene una línea, que avanza por todo lo largo de su circunferencia, que no se cansa de perseguirse la cola como gato travieso que se gasta el día en seguirse a sí mismo como una sombra. El Ecuador hace tutú de bailarina en la cintura del mundo que gira la danza perpetua de la vida, de la noche y sus días, de los años y sus estaciones, que están ahí por más que se nos descompongan los climas. Hace gala de su equilibrio sobre puntillas, sostiene el aliento para que no nos

Claroscuro

Tiempo I Soy un silencio colmado de anhelos, uno largo, lento. Uno que es este único por estarse siempre repitiendo. Son las ganas de esos otros tiempos, los que se fueron, los que no supieron llegar y los que se quedaron llorando en todos los umbrales de las puertas de cerrojos ciegos. Soy ese grito que no pudo ser escuchado desde las montañas del desaliento, a escaladas de enrarecido viento, de nubes que se pasan por los pies para que no sepamos si es que vamos al revés o ya no podremos bajarnos nunca de ese mentiroso cielo. Sin ángeles, sin luceros, sólo picos de montañas, que se nos desgranan a pasos cansados, como los campanarios que doblan a nuestros muertos. No cuenta que nos quedemos ambos viéndonos a los ojos, cegados ya desde hace tantos de esos otros tiempos, no sirven las imágenes de la memoria para contarnos las historias que suceden fuera de la oscuridad de nuestros desecados cuencos. La vida se sigue moviendo, nos inquieta ese sonido que tienen las luces claras de las ma

De ríos crecida

Me levanto a escribir, antes del desayuno, con el estómago llamando con furia a la puerta de mis labios, ansioso de párrafos nuevos para devorarlos. Me levanto en silencio para que no salgan de mí las ideas de los sueños, y luego, en esta silla que es como un pequeño reducto de cardúmenes y algas, me sumerjo en el silencio absoluto de la palabra escrita, escrita para mi, para esos lectores que no existen en los ojos ajenos, que tienen sueño de seguir líneas tan apretadas, que se arrullan en el inevitable ritmo de las palabras persiguiéndose unas a otras. Me levanto a escribir porque sin ello no hay sentido, se atrofian las manos de tejedora sin los hilos para hacer redes y atrapar las historias, se quedan vacías las palmas sin esa sucesión de sonidos que hacemos sobre las páginas. Me condeno a la perpetuidad de la palabra, a seguirla a ojos cerrados, en momentos de ira o en el remanso de la calma; me condeno porque no hay remedio ante la necesidad de seguir, hasta el agotamiento, la es

Asiento verde de mar (o la silla del escriba)

Está pintando su silla el escriba. Su sitio en el mundo, la esquina donde se abandona para volverse palabras. Estaba desteñida, destinada a un infausto ocre, hecha en tono artificial de caramelo desabrido. El escriba se ponía triste de mirar ese triángulo de color indefinible entre sus piernas al estar buscando por el piso las palabras que del cielo no le llegaban. Hoy, en el letargo de las páginas que no avanzan, tomó coraje, se enfundó las manos en mínimas protecciones y, pincel en mano, con las rodillas al piso en gesto de oración y plegaria, se fue sobre la silla con el coraje con el que hubiera querido ir sobre las páginas durante toda la infructuosa mañana. La gatita, desde su rincón de dormir cerca de la ventana, mira al escriba sobre la silla, en el silencio de las palabras; con su mirada escéptica de gata de siete vidas, de ojos amarillos de miel, a veces reverdecidos de malvada astucia. Al escriba le parece que se ríe la gatita, con esa risa de los gatos que no suena a nada,

Caricias madrugadas

Me amarás por mis ojos, que se humedecen del mar de tu aliento, me dejarás que te llene siempre los oídos con mis cantos ligeros, sirena de tus misterios, me dirás a los amaneceres siempre que no se nos acabe el tiempo, que sigamos siendo estos en el amor y en el sueño, en la forma de añorarnos a pesar de estar lado a lado, navegando por las mismas profundidades, aun sin tocarnos. Hoy de nuevo te sueño, no sé si es que te dije ésto y aquello durante la noche, muy quedito para no despertarte, o es que me he soñado que te lo gritaba de un lado a otro de las ruidosas calles de las ciudades que nos inventamos para tener sueños con gran escándalo. Luego, nos amanece, en la cama que nos abraza, nos besamos de nuevo, besos con sonrisas, en calma, sin las pretensiones ni las ansias de los primeros tiempos. Otra vez soñé contigo, te lo digo, y me río de lo absurdo que suena el estar soñándose al que descansa a nuestro lado, y te ríes también de mi risa que no comprendes. Y entonces sentimos esa

A tu ausencia, mis palabras

A veces me da escalofríos leerme Como cuando miro por entre tu falda Niña de cálidas madrugadas Luego pasa que de besos me duermes Y entre sueños te rimo palabras Para atarte las inquietas miradas A las mañanas que dices quererme Se les viene el calor de tu sol a oleadas Enrojecida piel en la promesa de tus palmas Pero pasas el día jugando a no verme Me condenas a la poesía de tus espaldas Triste cetáceo encallado en tus arenas falsas Te me ocultas de pudores permanentes Y vuelvo entonces a mis palabras Que se abren siempre los vestidos a mis ansias

A Luis, en su cumpleaños

Pasa que los trenes nos abandonan en un lugar preciso, que se van en su escándalo de orgullosos rieles y nos dejan acompañados de extraños en la soledad de los andenes. Sucede entonces, la mirada exacta, el camino que es el mismo, une rutas y nos engancha las pisadas, encallamos en el mismo puerto y vimos faros en nuestros ojos de desconocidos inciertos. Luego, las charlas largas, los abrazos de los encuentros, los abandonos de nuevo y los desencuentros, ahí en todo, se nos fue cocinando el afecto, se nos hizo grande la esfera del querernos tanto, tan a nuestras anchas, con esas mismas ganas con que se corre al mar a penas se pisan las primeras arenas de las playas. Guardo mis afectos como boletos de tren para recordar los trayectos, en el olvido de los bolsillos de pantalones viejos, entre los libros que hace tanto ya no leo, para que un día, en los esfuerzos del aseo, me sorprendan a la vuelta de la esquina los mejores recuerdos; pero hay algunos boletos que hago la trampa de seguirl

No me descarto

Descarto, por perecederas, todas las ideas con las que no se pueda jugar, no soporto su quietud, sus caras largas, aburridas de su estática, tristes de ser tan siempre las mismas; prefiero a esas que vienen envueltas en paquetes que hacen ruiditos, cajas poliédricas que nos engañan con sus aristas y nos sacan sorpresas a cada vuelta de esquina, esas que aun cuando ya es tiempo de ir a la cama, se quedan murmurando en algún rincón de la recámara para acompañar la inquietud de nuestros sueños de infancia. Creo en el juego con una fe de gallinita ciega, dando tumbos con las manos y las sonrisas extendidas al frente. Alguna vez le he dicho a alguien que cuestionaba mi método del juego a ultranza que la diferencia entre el juego y "la vida" como se suele ver, es la diversión, no la falta de seriedad, ni de compromisos: los juegos son muy serios, tienen reglas, se respetan códigos y tienen su propia ética, en los juegos se pone las manos para ser quemadas si así se requiere, se emp

Carta de sol

A sabiendas de no deber, comparto nuevamente algo de la correspondencia privada. _______________________ Maun, Botswana, 12 de febrero de 2011 ¿El misterio de las cosas? ¡Que se yo lo que es misterio! El unico misterio es que exista quien piense en el misterio. Quien esta al sol y cierra los ojos Comienza a no saber que es el sol Y a pensar muchas cosas llenas de calor. Pero abre los ojos y ve el sol, Y ya no puede pensar en nada Porque la luz del sol vale más que los pensamientos De todos los filósofos y de todos los poetas. La luz del sol no sabe lo que hace Y por eso no yerra y es común y buena. Alberto Caeiro Hombre solar: Te escribo hoy a pasos de mañana tardía, a la orilla del Okavango Delta, que no es un delta aunque es el más grande que hay, que viene de un río y nunca va al mar, baña el rojo Kalahari y nadie sabe a dónde va a terminar, a menos de 70km del Trópico de Capricornio. Un Delta que no va al mar nunca y sin embargo sabe a sa
A la vuelta, al tiempo que gira y recurre y se vuelve el mismo siempre, repitiéndose en la necedad de lo continuo, nos encontramos a nuestros propios pasos, inevitablemente seguimos siendo esos mismo que fuimos. Ahora, entre las acumulaciones de los abandonos me he encontrado con la correspondencia de otros tiempos, me he dado en la cara con las puertas que creía cerradas y, letra a letra, me he descrito con el pasado el mismo presente que vivo. Comparto, a riesgo de jugar de nuevo a poner en público lo que de privado ha estado hecho, la misiva que me ha hecho sentir ese recurrir de mis tiempos. Omito al remitente, pues él bien sabrá quién es y los demás no tienen necesidad de saberlo. Así omito también la temporalidad del texto, pequeñas huellas a borrar para proteger los caminos por dónde se ha escapado el pasado de esos viajeros. __________________ (Remitente): No, nunca es demasiado tarde. Aun en la muerte, al último aliento, nos da tiempo el pensamiento de volvernos sobre nuestro