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Mostrando entradas de junio, 2011

Asiento verde de mar (o la silla del escriba)

Está pintando su silla el escriba. Su sitio en el mundo, la esquina donde se abandona para volverse palabras. Estaba desteñida, destinada a un infausto ocre, hecha en tono artificial de caramelo desabrido. El escriba se ponía triste de mirar ese triángulo de color indefinible entre sus piernas al estar buscando por el piso las palabras que del cielo no le llegaban. Hoy, en el letargo de las páginas que no avanzan, tomó coraje, se enfundó las manos en mínimas protecciones y, pincel en mano, con las rodillas al piso en gesto de oración y plegaria, se fue sobre la silla con el coraje con el que hubiera querido ir sobre las páginas durante toda la infructuosa mañana. La gatita, desde su rincón de dormir cerca de la ventana, mira al escriba sobre la silla, en el silencio de las palabras; con su mirada escéptica de gata de siete vidas, de ojos amarillos de miel, a veces reverdecidos de malvada astucia. Al escriba le parece que se ríe la gatita, con esa risa de los gatos que no suena a nada,

Caricias madrugadas

Me amarás por mis ojos, que se humedecen del mar de tu aliento, me dejarás que te llene siempre los oídos con mis cantos ligeros, sirena de tus misterios, me dirás a los amaneceres siempre que no se nos acabe el tiempo, que sigamos siendo estos en el amor y en el sueño, en la forma de añorarnos a pesar de estar lado a lado, navegando por las mismas profundidades, aun sin tocarnos. Hoy de nuevo te sueño, no sé si es que te dije ésto y aquello durante la noche, muy quedito para no despertarte, o es que me he soñado que te lo gritaba de un lado a otro de las ruidosas calles de las ciudades que nos inventamos para tener sueños con gran escándalo. Luego, nos amanece, en la cama que nos abraza, nos besamos de nuevo, besos con sonrisas, en calma, sin las pretensiones ni las ansias de los primeros tiempos. Otra vez soñé contigo, te lo digo, y me río de lo absurdo que suena el estar soñándose al que descansa a nuestro lado, y te ríes también de mi risa que no comprendes. Y entonces sentimos esa

A tu ausencia, mis palabras

A veces me da escalofríos leerme Como cuando miro por entre tu falda Niña de cálidas madrugadas Luego pasa que de besos me duermes Y entre sueños te rimo palabras Para atarte las inquietas miradas A las mañanas que dices quererme Se les viene el calor de tu sol a oleadas Enrojecida piel en la promesa de tus palmas Pero pasas el día jugando a no verme Me condenas a la poesía de tus espaldas Triste cetáceo encallado en tus arenas falsas Te me ocultas de pudores permanentes Y vuelvo entonces a mis palabras Que se abren siempre los vestidos a mis ansias

A Luis, en su cumpleaños

Pasa que los trenes nos abandonan en un lugar preciso, que se van en su escándalo de orgullosos rieles y nos dejan acompañados de extraños en la soledad de los andenes. Sucede entonces, la mirada exacta, el camino que es el mismo, une rutas y nos engancha las pisadas, encallamos en el mismo puerto y vimos faros en nuestros ojos de desconocidos inciertos. Luego, las charlas largas, los abrazos de los encuentros, los abandonos de nuevo y los desencuentros, ahí en todo, se nos fue cocinando el afecto, se nos hizo grande la esfera del querernos tanto, tan a nuestras anchas, con esas mismas ganas con que se corre al mar a penas se pisan las primeras arenas de las playas. Guardo mis afectos como boletos de tren para recordar los trayectos, en el olvido de los bolsillos de pantalones viejos, entre los libros que hace tanto ya no leo, para que un día, en los esfuerzos del aseo, me sorprendan a la vuelta de la esquina los mejores recuerdos; pero hay algunos boletos que hago la trampa de seguirl