Es la cosa de escribir las palabras, que se guardan, en la perpetuidad de lo que dure la página, en el tiempo inmaterial en que se quedan encapsuladas apenas han sido trazadas. Hoy las nuestras me han salido a salto de mata, sin aviso, como cuando antes aun estaban sobre papel las cartas y se guardaban entre los libros y al primer descuido caían a nuestros pies como pañuelos de doncellas enamoradas, esperando ser levantados con el cuidado del amor cubriendo nuestras manos ásperas. Así igual, los recovecos de los espacios electrónicos me han sacado una cronología de nuestros mensajes a la distancia, sin más, me encontré releyéndonos las ansias, el anhelo, la distancia. Encontré uno en donde decías que habías soñado con Baobabs porque se te habían metido mis palabras, “emisaria onírica del reino Baobab” me dices y me sacas esa inevitable sonrisa; entonces pensé en tus ojos, oscuros, misteriosos, y sobre ellos se reflejaban los sueños de Baobabs con que me fui a recorrer quién sabe qué lu