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Mostrando entradas de 2016

Estado del tiempo III: Tormenta de nieve.

Hace días que llegó la nieve, primero una noche suave, de copos mínimos, dispersos, una noche de fiesta para los que esperábamos que llegara como la anunciación de que en verdad estamos tan al norte que lo que baja del cielo se congela. Luego de esa noche comenzaron los rumores de la gran tormenta, los noticieros con sus imágenes de mapas térmicos, Nostradamus de nuestra era, y la gente en la calle con temor en las voces decían que llegaba, que era enorme, la más grande dicen, que duraría días, de oscuridad blanca, apocalíptica. La noche antes de la tormenta había filas fuera de las tiendas, se aprovisionaban todos, urgían las compras, para la noche, fría y ventosa pero aun sin nieve a la vista, ya se había agotado el agua en el barrio, iba la gente por las calles con sus carritos de la compra llenos de galones de agua comprados quién sabe dónde. Al final conseguimos un par de botellas grandes en la tienda que abre toda la noche en nuestra calle, dos por 5 dólares, el sobreprecio de

Estado del tiempo: Navidad en verano

La mañana de Noche Buena tuvo un sol suave desde temprano, y el aire vaporoso con el que comienzan los días de verano; desde la altura de nuestro balcón, a ojo de pájaro, las calles estaban llenas de gente sin abrigos, extraño, atípico, como los presagios de las catástrofes, como la dulce calma de las playas antes de que llegue la gran ola; para el medio día, navegábamos a 18°, premonición del trópico que asciende y colma el mundo entero con sus fiebres. Hubiera esperado la nieve, la navidad blanca del norte con alientos glaciares, pero no fue así, Nueva York nos ha dado la navidad más cálida de su historia. Y a la noche, la luna llena iluminando nuestro paseo de falso verano por el Parque Central, con esa luz blanca que diluye los objetos con sus sombras, confunde quietud con movimiento, como si los árboles del bosque ficticio de esta ciudad pudieran seguirnos los pasos por un trecho, y luego aburrirse de nuestra charla de asombros predecibles. En el subterráneo la gente respiraba