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Mostrando entradas de marzo, 2010

Pacto

De nuevo está esa mirada, de hilos transparentes que quieren detenerme en el umbral de la recámara, que buscan de nuevo mis labios, mis senos oprimidos por el deseo de sus manos, mi piel aún húmeda de sus abrazos. Me doy la vuelta y sé que me sigue mirando, con esos ojos suplicantes que no logran hacerse palabra nunca, que en el amor parecen estar tan seguros, tan ciertos de este pacto nuestro, pero a penas suenan las horas se descompone su aliento, se sienten húerfanos en sus órbitas secas. Un día le dije que deberíamos llorar en cada despedida, como si con ello pudieramos limpiar la culpa de nuestras mutuas huídas; llorar como si fuera el fin del mundo, como si él se fuera al Congo a morir de malaria, o como si yo me fuera a un claustro de silencio, a la guerra final, total, absoluta, cómo si me fuera a cambiar de nombre para entregarme a la mafia y matar por un sueldo y entonces tratara de olvidarlo en cada cuarto de hotel en que fuera a guardar mis recuerdos. Pero no hay más que es

Abismos nuestros

Ir a sí mismo, agazaparse en sus propios misterios, perderse en la dulce melodía de los besos que sólo uno sabe ponerse sobre el cuerpo y, al final, hallarse en silencio, sin saber qué decir, sin un misterio. Es entonces cuando llega el miedo, por el abismo que se nos muestra dentro, a un paso nuestro, si estiramos la mano, podemos sentir la furia, el entierro. Nihilismo, incertidumbre, nausea, vacío, ausencia, muerte, todo ello está en nuestras entrañas, se cultiva con los jugos de nuestro cuerpo, crece despacio hasta invadir las tapias de silencio.

Sobre Ella

Ella se detiene en los textos, va avanzando por cada párrafo, acaricia las letras con sus manos. A veces se conmueve, siente ese temblor en los ojos que avisora las tormentas; otras se alegra, se queda sobre el texto sintiendo el viento fresco del otoño de esas letras. Entonces permanece en silencio, porque las letras le han entrado por las yemas de los dedos, se han alhojado en su pensamiento, y si abriera los torrentes de sus dedos, saldrían en tropel las palabras inundando todas las habitaciones de su cuerpo. Ella lee, y a la hora del amor, transpira montones de versos.

Alas

Junio 2008 Nuestras manos se tienden como alas para emprender el vuelo. Distantes de nuestro cuerpo, aéreas, significativamente pequeñas ante la inmensidad del cielo. Nuestras manos tejen palabras, colocan los puntos y las líneas en el plano de nuestra espalda... luego la mirada, el silencio que viene antes del rescate de nuestras almas. Nos desprendemos del suelo, nos vamos alejando hacia la imposible vastedad de un cuerpo sin miedo, sitiado por ese otro que nos ha invitado al vuelo.

El mito de Endimión

Mayo 2007 Endimión duerme para esperarla, para hallarla en la tibia noche de sus sueños, se queda quieto, entre el sonido del bosque y el silencio de su cuerpo. Entonces no sabe si es que ella de verdad llega, o entre recuerdos la sueña, tangible, aérea, ella, siempre ella. Tan dueña de sí, tan lejana siempre, tan ajena. Luego, para tenerla, tendría que enajenar a los dioses sus miserias, sus días de sol, sus manos inquietas, tendría que dejarse atar por siempre al sueño que lo conduce a ella, y tener entonces sólo noche, tiniebla, incertidumbre de existencia.

Carta para nuestro silencio

Mayo 2007 Desde entonces comenzaste a doler, con ese escalofrío en la columna, te fuiste yendo, despacio, sin el exabrupto del tiempo. Recuerdo el principio, nunca quería pensar en el final, aun la semana pasada pedía silencio a mi mente para no pensarlo, como si pudiera exorcizarlo de mi mente, de mis manos, de mi cuerpo. Pero no, el final comenzó a avanzar por nuestras palabras, sin darnos cuenta, nos despedíamos con la mirada, y entonces no pudimos retenernos, a pesar del amor, del tiempo, del recuerdo tangible en los laberintos que fuimos trazando en nuestro cuerpo, a pesar de ti y de mi, nos fuimos haciendo silencio. Hablamos, pedimos tiempos, pedimos partirnos el corazón, lastimarnos con nuestros silencios, quedarnos solos con los recuerdos; pedimos hacernos daño sin sentido. Y luego, nada, te vas, me quedo; me voy, te quedas, nos dividimos la culpa, el dolor, la incertidumbre, en nombre de la equidad nos hemos hecho daño ambos, nos dolemos, nos sentimos,

Despedirse

Mayo 2007 Quiero decir que yo sólo sé despedirme, cada contacto, cada instante vivido es una forma de ir caminando al andén, siempre una huída, siempre el silencio que va después de la palabra escrita... y luego nada, los recuerdos preservando el tiempo, el olvido necesario, nuestras manos siempre acumulando besos lejanos. Despedirse es preservar a la gente, en la postal de nuestra mirada, detenida, los ojos llenos de agua y el silencio del adiós que se extiende en un por siempre. Tal vez no recordemos los gestos de nuestra gente cotidiana, pero siempre podremos guardar en nuestra mente esa última mirada, el gesto de dolor que dice no más, no te vayas más que esta despedida no basta, ya no para tanto silencio, tanto olvido, tanta nada...

Palabras de invierno

Diciembre 2006 Y las palabras empezaron a fluir con el frío del invierno... una mañana las sentimos en nuestros dedos entumidos, cosquilleando en el avance lento de nuestra sangre congestionada por las delgadas venas de nuestras manos. Luego, no encontramos el sitio que preserve a estas palabras del calor humano, de los ambientes atemperados de nuestras habitaciones... hace falta una congeladora enorme, una carta que no se abra nunca al contacto cálido de unas manos, una ida al polo norte sin retorno, sin auroras boreales ni espíritus prehistóricos mostrando sus fauces desde la translucidéz antidiluviana de sus refugios. Preservada del tiempo, la monstruosidad de nuestras palabras de invierno insiste en quedarse callada, acumulada en la salubridad del olvido voluntario, del miedo pretérito a que nuestros propios ojos las lean. Sitiadas en la gelidez de su sentido no avanzan más, la ventisca las vuelve lentas, torpes... Ciegas, palpan nuestra piel con sus dedos de hielo, estremecen nue

Fernando Pessoa, la multiplicidad del genio

“Somos cuentos, contando cuentos, nada” Ricardo Reis Para leer poesía es necesario leer a Fernando Pessoa, adentrarse en las esencias que dio al mundo desde el vértice entre la soledad y la miseria, desde el misticismo escéptico más exacerbado de la historia de la literatura portuguesa, desde la múltiple nomenclatura de una misma esencia: el poeta. Pessoa se esconde, da un giro entre la soberbia de Álvaro de Campos, colérico de sí frente a la Tabaquería y la dulzura clasicista que Ricardo Reis hace oda para una Lidia desconocida; para luego alzar la voz melancólica, la saudade del pastor Alberto Caeiro y caer sobre sí mismo y renacer en Fernando y darse al mundo en su lectura. Qué podemos decir entonces de éste que se hizo muchos, que creó vidas distintas, preferencias, estilos; éste que, como llegó a decir José Saramago –Nobel 1998-, “fue un hombre que nunca supo realmente quién era, pero que gracias a él, nosotros nos encontramos un poco más cada día”. Se puede decir mucho: que

De-mudanza

Agosto 2006 Me he mudado toda mi vida. De un pueblo al otro, de esta a la casa vecina, al otro lado del parque o a miles de kilómetros, siempre en huída. Las cajas llenas de libros; la ropa empacada en bolsas, costales y maletas; los trastes de la cocina tiritando en tinas de metal o cestas de mimbre. Mi padre construyó muebles desarmables, las camas se volvían un montón de tablas, las mesas perdían sus patas frente al desarmador y la presión adecuada, incluso los bancos del comedor se volvían pequeñas ruedas desvalidas sin el soporte de sus cuatro patas, durante las mudanzas. No puedo recordar todos los cambios de casa, tratando de contar incluso las que me llegan por anécdota, pues mi memoria infantil no alcanza, he sumado quizá cincuenta mudanzas. Recuerdo ir por una carretera, en la madrugada, acomodada entre los muebles y los paquetes en una camioneta retacada, de donde, de pronto, con el estrépito de una carcajada, se rompieron los lazos de una caja y se fueron yendo los libros a

Fantasma de en-sueños

Mayo 2006 Toda la noche tuvo escalofríos en las piernas. En algún momento del sueño se levantó por otra manta para cubrirse, la lluvia le fue susurrando secretos desde la ventana, la fue llamando con su murmullo de caída. No sabría precisar cuándo se fue muriendo en silencio. Luego, en una habitación vacía, pensaba en la disposición de los muebles: cómo habría de acomodarse para la eternidad entera. Sin tiempo, fue observando la verdosidad del ambiente, de humedades atemporales y transcursos silentes, halló la trasparencia de sus manos sobre los muebles. Sola, sitiada en sí misma, caminó despacio en esa habitación con una olfombra de hojas secas a la mitad de la duela; en un extremo, el pasillo en donde transcurrían los fantasmas familiares, como suspendidos por hilos; y en el otro, un balcón abierto -siempre había querido ese balcón con barandal de acero-. Muerta. Descubrió sus propios hilos que la separaban del piso. Algo aéreo había en sus vestidos: manta o lino ceñido al pe

Semblanza

Abril 2006 Entoces parece fácil comenzar de cero, mirarse en los ojos vidriosos de un espejo y darse cuenta del silencio que hay en nuestras pupilas. Caminamos por los espacios mínimos que nos han dejado los hombres y nos hallamos en el vacío de nuestros silencios. Cómo habremos de curarnos del desacierto, de eso que no somos cuando nos dejamos ir por el río infinito de las calles simples de nuestros días, de cada amanecer que aún no nos despierta con sus resplandores. Sí, enfermos somos de la luz cegadora de esos días por los que transcurrimos, por los que dejamos cada centímetro de nuestro pasado, cada medida de tiempo vivida. Henos ahí, callados camaleones que se ocultan entre las sombras de los que no somos, de esos otros que se congregan a nuestro lado para buscar nuestra propia sombra. Finalmente todo es un engaño, un artilugio del espacio que deja nuestro cuerpo cuando se vacía, cuando se deja ir en silencio hacia el desconocido pasado que le aqueja.

Buscadores

Febrero 2005 Cuando escribo, en ese silencio grande de la página que me espera, llevo conmigo el murmullo de los que me han compartido sus sueños y, entonces, son multitudes enteras las que me van recitando mis textos. Te mando esto por lo que hay de ti en él; y con él, te hago llegar la promesa de no dejar perder el espacio de nuestras letras... extensas o incomprensibles, breves o ligeras; son lo único para darnos, lo único de veras. De los buscadores Resulta que no sé en qué momento de los últimos instantes, me ha entrando en la cabeza la idea de que no es posible hallar lo que se busca, pues nuestra mirada ejerce una acción extraña sobre las cosas, como el foco que por colocarse frente al objeto lo nubla con su luminosidad y lo hace invisible. Entonces comenzamos a mirar sus contornos, a adivinar las formas y a construir significados alternos, a veces certeros, a veces equivocados, y es cuando surge la fascinación del mito; más allá de lo verdadero, está la posibilidad de lo ver

Mudanza de textos

Los siguientes post son textos antiguos que estaban alojados en otro sitio de la red, de modo que irán con la fecha aproximada en que fueron escritos para evitar confusiones temporales.

Todo me es ajeno

Todo parece pintado con un color distinto, sombras sin misterio. De los rincones de las cosas salen muecas que no entiendo. Los ojos turbios de las mujeres, los quejidos de sus muertos. Cada pieza de este mundo se ha alejado de mis dedos. Inalcanzable, silencioso, austero… se ausenta de mi tiempo. De un lado a otro, toco las puertas, oquedades sin recuerdos. Esta lluvia no moja mi cuerpo, pasa a mi lado, sin tiento. Lenguas muertas me llaman como en sueños, ahíto. Estoy entonces en este sitio, aislamiento, encierro. Sin paredes, más que la dermis de mis brazos, quieto. Suena lejano, irreal, este viento con que me despeino. A penas un soplo de sol me parece un exceso de luz. Transpiro la sal de mi cuerpo, sin mirar atrás. Estanque de dolorosos latidos, despojos por dentro. Los reflejos me miran de soslayo, murmuran, lo sé, lo siento. Todo, totalmente, completamente, absoluto absurdo. Me resulta irreconocible mi propio estar ahí. Tan quieto, niño bueno, esperando el regaño paterno. Los o

A veces aun te llueves

Te sigues lloviendo De esa manera muy suave Que tienes de inundarte los ojos De ahogarte por dentro. Aún así, te humedeces los labios Te saboreas la sal de tus manos Te gusta sentirte anegado Lodo en los pies descalzos. Llueves de esa manera liviana Con que, en silencio, Se desbordan los causes De a poco, inevitablemente. Casi ya no eres tormenta Aletargado en tus propios océanos Humedad constante Enmohecido pantano. Pero ahora vuelves a lloverte Sientes los torrentes De entre tus brazos crecen Todos los Tigris y los Eufrates. De nuevo vibras, con oleadas mansas Suspiras por toda esa agua Y de tus cielos grises Brotan goterones de esperanzas.

Echo en falta

Me duele un poco el corazón cuando no llegas… me quedo a oscuras para no ver tan claro el vacío de tu ausencia, me pongo calcetines, suéteres y mantas sobre el cuerpo porque este frío es tan intenso que me inunda de inviernos. Es un malestar quieto, nada de extravagancias de novela, no se trata de un arrebato, ni me siento tentado a salir por las calles a ver si, de casualidad, me cruzo por donde has dejado tus pasos, y me consuelo entonces con el olor reciente de tu cuerpo cuando va caminando, con ese desenfado que tienes para moverte, como si no pudieras pedirle permiso al espacio, y al contrario, le estuvieras dando algo con la gracia de tus movimientos, el ir y venir de tus manos a los costados. Cuando no estás casi siempre estoy callado, el silencio me es más cómodo que la sensación de diálogos en donde siempre faltas, mantengo el televisor en mute, la música bastante baja, casi un murmullo para no entorpecerme la mente mientras te estoy pensando, y cuando me llegan por los pasill