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Mostrando entradas de abril, 2010

Canción de silencio para noches despiertas

Montada en la estrella, La nube que vuela Ilumina y contiene Misterios de nieve De noches con brillo Oscuros recuerdos Le quedan al grillo De cantos austeros La lluvia se enfría Congela los huesos De gente sombría, Carencia de besos Cubierta en la sombra La niña que mira Se calla y se asombra Pensando en la ira Qué ojos los suyos Carentes de vida Apenas murmullos De una luz muy fría Pequeña despierta No abras la puerta Que el mundo no es cielo no hay aire para nuestro vuelo.

Canto de Penélope en desvelo

Te devuelvo tus palabras Hechas fragmentos Los labios rotos El silencio austero Te devuelvo los sueños Compartidos y sinceros Míseros retratos De ese otro tiempo Te pongo en tus manos La historia que fueron Caricias inquietas Sobre mi tibio cuerpo Te debo todas esas páginas Con que nos cubrimos Del frío invierno Abrazo a penas, etéreo Consumidas por el fuego De un simple sueño Que fuimos Al estarnos siempre despidiendo Te entrego los recuerdos Que se han quedado En los rincones De los lugares nuestros Te pienso, parado al umbral De este extraño cuento Sin un final Para volver al comienzo Aun te siento, imposible Decir que no es cierto Lágrimas de sal Miras inquieto La forma en que me voy Haciendo oquedad Vacío silencio Pero te sonrío, te miento Para que te hagas ausencia Pasado que anhelo Hay que olvidar Letra a letra, te destejo Te acaricio, uno tus labios Ya no con mis besos Sólo con palabras Que nos miran de lejos Te encuentro a toda hora Oculto entre líneas De la lectura De cada ri

El sueño de Teófilo Anselmo

I La mitad de mi vida la he vivido en sueños. Dejó caer estas palabras pesadamente sobre la mesa, sabía que a todo esto vendría una confesión, que de algo valdría caminar por las calles empedradas de este pequeño pueblo escuchando sólo su aliento, casi visible por el frío que rodea estos cerros en las mañanas de noviembre. Subimos en completo silencio, no era difícil adivinar que en su mente se venía preparando una confesión, no había ni siquiera un gran aire de misterio, en realidad todo sucedía con cierta naturalidad, como en esos pasajes de la vida para los que hemos estado preparados siempre, sin saberlo del todo. Estaba delante de mi con la frente aún húmeda del esfuerzo de las subidas, de los resbalones de las suelas gastadas de sus zapatos de cordones por entre las piedras –a veces es una maldición caminar por un empedrado después del rocío, sentimos muy bien el titubeo de las rodillas cuando el pie no encuentra un asidero firme, es una forma de ver lo pequeños que somos en este