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Mostrando entradas de 2010

Cuatro los tiempos

Sequias anidan largos los tiempos veredas que guian memorias del cuerpo Avanzo por Africa territorios negros trenes que dilatan al futuro incierto Del cielo en parvada aereos alientos garganta salada pasados secretos Abandono palabras por no decir lo cierto verdades cortadas por afilados misterios

Detesto la realidad

Long St, Ciudad del Cabo 12 Noviembre 2010 Soy más que las líneas de mis manos, destino fortuito trazado con maestría de gitano; soy más que las líneas que hacen mis palabras al acomodarse en frases y pretender ser solidez de párrafo; quizá sea un poco más definida por las líneas que estrellan las orillas de mis ojos a la hora de las sonrisas, y soy también las curvas líneas de mi cuerpo que descubrieron mapas secretos al paso de tus dedos, los caminos que aprendieron tus labios a oscuridad de amaneceres ciegos. Soy el trazado conjunto de todas las líneas posibles del pensamiento, que se cruzan, hacen nudos, extienden redes para atrapar sueños al vuelo. Tienen alas, se andan por el viento, esas redes quieren encontrar la forma de navegar nubes, anidar montañas, despeinar copas de árboles que ya florecen hace rato de primaveras y se adormecen al calor de los próximos veranos. Esas redes que soy sólo atrapan sueños entonces, detestan la realidad de ángulos pronunciados que las cortan, se

Octubre en primavera

Algo pasa con octubre, con sus lunas, con sus cielos de atardeceres calmos, con la sensación de final de año que ya viene pero aun no llega, con los ciclos del tiempo dándonos permanentes vueltas. Algo ha pasado con mi corazón en octubre repetidas veces, una especie de grieta que se abre para dejar pasar los vientos suaves de otras personas, una sensación de fragilidad que se deja acariciar aunque finalmente no se rompe. Hace un tiempo caí en la cuenta de que me enamoro en octubre, una vez y otra, y luego de nuevo de las mismas personas, en octubre abro los ojos, permito las sonrisas. Siempre había pensado que tenía qué ver con la madurez del otoño, con sus hojas que suenan debajo de los pies, los atardeceres rojos, el ambiente que comienza a enfriarse, el viento, ese viento que despeina, acaricia, recuerda que es posible sentir sobre cada centímetro de nuestra piel. El otoño me hace feliz, atesoro dentro de mis mejores memorias los años en la universidad cuando entre la Facultad de Ar

Palabras de sabores

Escribo, sí, escribo largas cartas en estos días, voy palabra a palabra trazando las rutas de mis afectos, de mis cercanías, desde la otra orilla, botellas de colores con mensajes cifrados en sus entrañas frías. Gitana, lanzo hechizos de palabras en esas botellas azules sin esperar que lleguen a ninguna orilla, pero sabiendo bien que serán leídas. Embrujos para mis lectores, para los ojos que me han mirado con amor, con tristeza y con ira; para las miradas de afecto pongo en mis palabras suave sabor de flores de naranjo fresco, para los de amor desmedido, apasionado apego, pienso en duraznos suaves, embriagados de veranos nuevos; para la ternura de los años largos, de los trayectos continuos, me he pensado siempre con el sabor cálido que las barricas de roble le ponen al vino, un poco amargo si se siente de más, pero siempre un abrazo a nuestros sentidos que si no ponemos atención en nuestro paladar nos puede pasar desapercibido. Tengo también en mis cartas saladas palabras para abrir

Delta de mar

Lejos, desde fuera Enamórate de mí ahora Más allá de la vista De tus ventanas inquietas Oraciones y responsos Pon sobre tus ojos mis cielos Para decirle a tu tiempo Lo mucho que te he dejado solo Saboréate mi piel distante Con caricias de mares adyacentes Largas, fluidas tangentes De otros navegantes ansiosos Siente ese lado frío En el que faltan mis labios Piénsate despacio Presa de tu propio hastío

Cronicas Seleccionadas

Para los que no tuvieron la amable suerte de leerme en las paginas de La Aficion de Milenio Diario durante la temporada mundialista, aqui encontraran con la etiqueta de Cronicas Seleccionadas todo lo publicado en esos dias.

Cronica final

Hoy Sudáfrica se despide de los ojos del mundo, cierra la fiesta del Mundial un campeón nuevo, la furia roja ha hecho vibrar de olés y vuvuzelas los muros del Soccer City, entre el público desbordado de fiesta hemos visto los rostros del pueblo y de la realeza junto al gran ícono vivo que es Nelson Mandela. Sentir, vibrar, inspirar, el tiempo de África ha sido un derroche de realidad, profunda, contrastante, apasionada, hecha para cantarse. Sudáfrica recibió la encomienda del Mundial con euforia, en el camino quedan los recuentos, las cifras finales, los costos inescritos y las capitalizaciones más allá de la cancha, pero lo cierto es que concluye la fiesta pero se ha dejado ya una puerta abierta, la mirada del mundo no puede hacerse a un lado después de haber tocado tan cerca la cálida realidad de una Nación levantada sobre la diferencia y fortalecida ahora en la lucha por la igualdad. Si algo hay en esta tierra es la capacidad de inspirar, sí, inspirar al mundo en la permanente sonri

El veneno en la manzana de Sudafrica

Seduce, Sudáfrica se mueve suave, sonríe, es un placer a los ojos que impacta, hombres y mujeres de la población originaria son un sueño de sensualidad, las curvas arriesgadas de sus cuerpos, la forma caprichosa en que sus ropas muestran más que ocultar su piel oscura; bailan, entre tambores sus caderas se aceleran, despiertan los más simples instintos del juego sexual. Son naturalmente hermosos, poseedores de la fuerza primigenia de la atracción. Las mujeres negras en Sudáfrica son un derroche de deleites, el trenzado complejísimo de sus cabellos, esculturas de imposible estética que las coronan, reinas de ese cuerpo palaciego. Su sentido del encanto es extremo, hablan atemperando el aire con la calidez de sus labios, el ritmo acompasado de sus pasos canta canciones de encantamiento para quien las mira pasar. Abiertos al amor, en los bares de la celebración mundial, en las calles rebasadas por la mirada ávida de los turistas, esos hombres y mujeres salen a cazar; es fácil, enamorarse

Sabores exoticos

Para conocer un lugar hay que escuchar sus sonidos, tocar sus texturas, sentir en el viento los distintos olores que despertarán las estampas de la memoria, pero sobre todo, no es posible tener una impresión precisa de un sitio si no se han probado sus sabores, en Sudáfrica es necesario ausentarse un poco de la vorágine de los Fast food inherentes a toda aglomeración internacional, salir de las inevitables trasnacionales del consumo alimenticio y poder sentir un poco de los sabores locales. Sudáfrica tiene un sabor fuerte como la naturaleza de su gente, sabe a carne condimentada, a pimienta sobre cordero y a pollo sobre las brasas, acompañados de pasta de harina de arroz con salsas agridulces y cebollas; sobre el pesado sabor de la carne flotan esas salsas dulzonas que dan un respiro al paladar, y al lado de los platos lo mismo podemos encontrar las universales papas a la francesa que exóticos purés hechos de plátano frito o calabaza. En las calles, mujeres con coloridos pañuelos sobre

Extranjeros en Sudafrica

No son pocos los sorprendidos con los equipos que van a la Semifinal, se esperaba mucho más de muchos otros, y de estos que están no se pudo preveer tan larga estancia en este lugar; entonces muchos de los extranjeros que permanecen en Sudáfrica no esperaban tener que alargar tanto su viaje y otros, claro, se han ido temprano a casa, pero hay otros más a los que la curiosidad de África ha seducido desde hace muchas semanas atrás. En el viaje de a pie se van encontrando extranjeros de todos tipos y de los más diversos orígenes, lo mismo se puede terminar en una mesa de uruguayos nacidos en Nueva Zelanda en una ola de migración que, nos explican, es de lo más conocida en su país, que departiendo con algún vasco en el exilio, un parisino que no entiende nada de futbol y un sudafricano nativo que no puede explicarnos bien a bien por qué anda en el circuito de mochileros que ahora ronda en el país. De un momento a otro cambian los acompañantes: una chica de Boston hace amena amistad con dos

Ke Nako

La voz en zulu que escuchamos en el promocional en donde la silueta de una mujer sostiene un balón mientras grita Ke Nako (kina cooo sería más o menos su fonética), significa “es tiempo” o es el momento, con esa frase se ha tratado de identificar la celebración mundialista en el África del sur, retóricamente, en discursos, canciones, declaraciones de funcionarios y promocionales en los medios de comunicación, se pretende hacer la analogía simbólica de lo que implica traer la gran fiesta deportiva a estas tierras. Pero más allá del apropiamiento natural que los sudafricanos han hecho de la celebración del futbol, lo mismo portando la camiseta del equipo propio que la del extraño, celebrando el gol en cualquier portería y haciendo retumbar estadios, calles o playas con las vuvuzelas, la realidad se impone, va surgiendo de entre los brillantes colores de las banderas con que se visten los aficionados futboleros. Entonces se siente con claridad la dinámica del desempleo, de la migración y

El Mundial en costas del Indico

Sudáfrica es tocada, lado a lado por dos océanos distintos, Durban, costa del Índico, destaca por el gran arco que lo corona, mira al mar agitado por los vientos invernales que no impiden el juego de los visitantes en las playas, los más tomando el sol y los menos aventurándose en el agua que no alcanza los 15 grados. La primera vista a la costa nos llena los ojos de colores diversos, de nuevo el contraste como signo inequívoco de esta tierra, entre las olas se mueven los cuerpos de su gente originaria, hechos de un molde distinto, torneados sobre madera oscura, cuerpos de ébano orgullosos de su físico, se muestran, desfilan ante las miradas atónitas de los que pasean, a su lado, en el extremo de las posibilidades de la apariencia, de los atuendos y los hábitos de vida, están los musulmanes ortodoxos. Las mujeres sólo muestran sus hermosos ojos, mínima anticipación de lo que bajo sus aparatosos trajes de baño se ocultan, alejadas de las aguas, quietas en su posición secundaria, niños y

Amargo sabor a derrota

En la jornada mundialista se van reduciendo los comensales de la mesa del festejo, muchos vuelven ya a sus países de orígen degustando los diferentes sabores de la derrota en el campo de juego; algunos se van con la sensación de júbilo del logro nuevo, de haber hecho lo que antes nunca habían podido, y del lado contrario, en la otra orilla del mismo abismo de las derrotas, están los que han caído de lo más alto. Las selecciones "grandes" han dado tristes sorpresas en este mundial a sus aficionados; ingleses, italianos y franceses se han ido de esta Sudáfrica mundialista con un sabor muy amargo, en medio de juegos desastrosos, de haberse medido con selecciones consideradas muy inferiores y ante las cuales no han sido capaces de marcar su poderío. Las torres más altas caen con el mayor estruendo, se llevan, sin duda, grandes lecciones. Pero hay un sabor distinto de la derrota y es el que se llevan las al menos dos decenas de miles de mexicanos que vinieron a abarrotar como nadi

El toque historico del juego mundialista

En medio de la fiesta, del trasnochar de los bares en el festejo perpetuo de la fiesta futbolera, se levanta la efigie de Nelson Mandela, la historia viva de la Sudáfrica moderna lleva ese nombre como causa, como bandera, de él nacen las grandes inspiraciones del espíritu de liberación de esta tierra, y también de las raíces de ese hombre grande se aferran los recuerdos más amargos del colonialismo y la opresión. Se hizo obligado para el turismo mundialista los recorridos más allá del Johannesburgo del distrito de lujo de Sandton y las inmediaciones de los estadios, el nombre de Soweto sale de los libros de la historia reciente para instalarse en los tours turísticos: vaya usted a la antigua casa de Mandela, pero no olvide también pasar por su lujosa residencia moderna; visite el museo del Apartheid, que lleva el nombre de Héctor Pieterson el primer niño asesinado en las revueltas de los años 70, y claro, pásese por las colonias populares y los cinturones de miseria para ver a los niño

Paradojas de la derrota

Al final el marcador es implacable, en el Mundial, como en todos los juegos, se termina por hacer cuentas y dividir al mundo entre ganadores y perdedores, aunque las cifras juegan de una manera casi impredecible, bien podemos ver cómo se configuran en los minutos del juego. Este jueves hemos vivido nuestra ronda de definición, a la misma hora, los cuatro equipos del grupo sellaron su futuro mundialista, quedan para el análisis y para la historia dos grandes paradojas. Mientras en el estadio de Rustenburgo México mostraba lo peor de sí, daba palos de ciego, equivocaba la alineación y se hundía ante los incomprensibles cambios que hablan de un criterio técnico totalmente sumido en el yerro, lo vimos en la cancha, equivocar la estrategia arruina a un equipo, lo hace irreconocible. Del otro lado, el anfitrión abatía con furia a una alicaída Francia. Hoy, a la hora de las cuentas, quienes celebraban un triunfo quedaban fuera y nosotros, los mexicanos, buscando a gritos los responsables de l

Sobrada la euforia, insuficiente la infraestructura

Era verde, brillante, vibrante, el estadio Peter Mokaba de Polokwane fue una fiesta mexicana de mariachis, guerreros aztecas y luchadores, el tricolor de la afición nacional inundó el paisaje africano, oleada tras oleada, en una marea que subió con el atardecer y se sobrepuso al frío de la noche, se hizo grande a cada pase, al dominio del balón por la escuadra nacional le siguieron los gritos de júbilo, los festejos irrefrenables. El primer tiempo nos calentó los ánimos, minuto a minuto de los primeros cuarenta y cinco nos fuimos creciendo, hasta tocar casi con la punta de la lengua esa gloria que nos estábamos ya mereciendo. El estadio rugía, ni baile, ni coro, ni sonoridad de vuvuzela, lo que vivía en esa noche helada era el grito de la urgencia. Nos fuimos sedientos al medio tiempo, la calma de la espera nos recordó el frío de los -5º que estábamos viviendo. Y luego el gol, trueno de victoria, las banderas se fueron al cielo, en un abrazo nos hicimos hermanos, pero no nos detuvimos,

Sudafrica, capital del contraste

En Sudáfrica se vive el constante contraste, el antagonismo en la piel de sus habitantes es un aviso de lo abismal que pueden resultar sus tonalidades. En sus ciudades, y aun en algunas zonas rurales por las que hemos podido pasear la mirada a vuelo de carretera, conviven dos visiones del mundo totalmente distintas, la originaria que se superpone al paisaje árido con sus ritmos y el brillo de sus colores; y la colonialista, venida de tan al norte que es naturalmente ajena, sobria, silenciosa, trabajadora, la gente blanca en Sudáfrica está arraigada por generaciones a esta tierra y sin embargo no pertenece a ella. Desde cualquier esquina de Johannesburgo, las casas, antiguas o modernas, de desarrollos habitacionales o zonas exclusivas, no van más allá de los tonos ocres, de los sobrios muros blancos y los tejados europeos inclinados; y frente a ese paisaje la población negra mayoritaria se viste de alegres tonalidades, así como su bandera, hombres y mujeres llevan vestidos brillantes, s

Sonora, Sudafrica mundializa las vuvuzelas

Si alguna referencia clara tenemos del África en general y ahora de Sudáfrica en particular, es que suena; que hay en este rincón del mundo grandes raíces de la música de todas las tierras, que cuando la gente habla, a gritos en las calles, parece que canta y que cuando nos responden en un idioma adoptado de otras culturas, inglés en Sudáfrica, nos suena de una manera distinta, con una profundidad insospechada. De ellos heredamos la marimba, los vibrantes tambores, la noción rítmica de muchas de nuestras identidades musicales. Sudáfrica este 2010 suena sí, fuerte, distinta, unificada por el grito mundialista al que ha dado identidad con la reinvención de la trompeta que ahora se hizo vuvuzela –palabra suave heredada del zulú-, que nos ha dado en este Mundial un sonido único, que recuerda las raíces más ancestrales y a la vez parece nuevo, nos sorprende en medio de los estadios que no rugen a gritos, sino que zumban, ondean, construyen un clamor unificado, un solo organismo que se feste

Amanece en Sudafrica

El primer amanecer en Sudáfrica lo vivimos con el Atlántico de por medio, pudimos sentir por entre las ventanas del avión el calor de este sol fuerte a pesar del pronto invierno, y deslumbrados con su luz pudimos ver cómo se extiende debajo de nosotros la vasta sabana, de tonalidades ocres y rojizas. Al descender nos reciben los sudafricanos con sus miradas profundas y su piel asombrosamente oscura, nos miran los rostros, nos sellan los pasaportes y de pronto, una empleada de migración nos abraza con un sonoro grito de ¡Viva México!, sonreímos, la fotografiamos, nos hace la llegada amable, nos anticipa el ambiente de nuestro primer encuentro, inaugural, contra los Bafana Bafana. Johannesburgo se distingue en el horizonte sudafricano por ser el centro mismo de la urbanización, los edificios que no abundan se concentran aquí, en su estética arquitectónica podemos ver su pasado histórico de colonia holandesa: las casas de ladrillo rojo con sus tejados inclinados al más puro estilo europeo

Amanece tarde

Entonces sucede que te levantas con los ojos de un color distinto; de profundidades oceánicas, insondables. Te miras adentro y te detienes en el suave silencio de tus sueños. Cierras los ojos. Con las palmas hacia el cuerpo, acaricias el amor reciente en tus dedos; un calor tan largo como tus brazos y tus piernas que se extienden, que se recorren con la memoria del tacto ajeno. Los brazos como almohada. Sujeto al compromiso por las sortijas de su pelo. Caricias lentas. Sueños. Luego… La mirada del otro para contarte tus propios secretos; para mostrarte lo que no notas de tu cuerpo, en el disfrute y el andar diario hay cosas que se te van descubriendo: sonrisas lejanas de tus primeros recuerdos. Y la tarde transcurre con los sonidos de estos tiempos, historias perpetuas de seducción y deseo. Pájaros y hombres sin dueño despiden al sol, ellos mismos se van extinguiendo.

Quinteto de líneas, silencio sostenido y romanza

Va, viene, sube, avanza… Pierde entre sus sueños las distancias Con auroras desteñidas cubre su espalda Y de sus manos sin líneas Brillan, ausentes, las estrellas claras Ya no se calla, hace tiempo que canta Con los ojos puestos en la vereda enmarañada Musita versos de antigüedad insospechada La mirada no le basta para tanto pasado Tanta historia, tanta nada Qué silencio se extiende entonces Entre la noche y sus palabras Una nota perdida en la partitura de esta danza Traspié, caída con vértigo anunciada Y ese suelo helado que recibe quebrada a la esperanza Toma sus manos, calienta el aliento en la garganta Al fin se calla, la mirada anegada Con esa agua de sal de la distancia La despedida que no basta Y la ausencia, superficie vidriada, cortina de agua Pasos en el aire, el bailarín ensaya En la memoria sin telones, descalza Se agita su aliento a pesar de la quietud Que no levanta su figura de sombra alargada Viene, se va, se detiene al umbral de nuestra mirada.

Canción de silencio para noches despiertas

Montada en la estrella, La nube que vuela Ilumina y contiene Misterios de nieve De noches con brillo Oscuros recuerdos Le quedan al grillo De cantos austeros La lluvia se enfría Congela los huesos De gente sombría, Carencia de besos Cubierta en la sombra La niña que mira Se calla y se asombra Pensando en la ira Qué ojos los suyos Carentes de vida Apenas murmullos De una luz muy fría Pequeña despierta No abras la puerta Que el mundo no es cielo no hay aire para nuestro vuelo.

Canto de Penélope en desvelo

Te devuelvo tus palabras Hechas fragmentos Los labios rotos El silencio austero Te devuelvo los sueños Compartidos y sinceros Míseros retratos De ese otro tiempo Te pongo en tus manos La historia que fueron Caricias inquietas Sobre mi tibio cuerpo Te debo todas esas páginas Con que nos cubrimos Del frío invierno Abrazo a penas, etéreo Consumidas por el fuego De un simple sueño Que fuimos Al estarnos siempre despidiendo Te entrego los recuerdos Que se han quedado En los rincones De los lugares nuestros Te pienso, parado al umbral De este extraño cuento Sin un final Para volver al comienzo Aun te siento, imposible Decir que no es cierto Lágrimas de sal Miras inquieto La forma en que me voy Haciendo oquedad Vacío silencio Pero te sonrío, te miento Para que te hagas ausencia Pasado que anhelo Hay que olvidar Letra a letra, te destejo Te acaricio, uno tus labios Ya no con mis besos Sólo con palabras Que nos miran de lejos Te encuentro a toda hora Oculto entre líneas De la lectura De cada ri

El sueño de Teófilo Anselmo

I La mitad de mi vida la he vivido en sueños. Dejó caer estas palabras pesadamente sobre la mesa, sabía que a todo esto vendría una confesión, que de algo valdría caminar por las calles empedradas de este pequeño pueblo escuchando sólo su aliento, casi visible por el frío que rodea estos cerros en las mañanas de noviembre. Subimos en completo silencio, no era difícil adivinar que en su mente se venía preparando una confesión, no había ni siquiera un gran aire de misterio, en realidad todo sucedía con cierta naturalidad, como en esos pasajes de la vida para los que hemos estado preparados siempre, sin saberlo del todo. Estaba delante de mi con la frente aún húmeda del esfuerzo de las subidas, de los resbalones de las suelas gastadas de sus zapatos de cordones por entre las piedras –a veces es una maldición caminar por un empedrado después del rocío, sentimos muy bien el titubeo de las rodillas cuando el pie no encuentra un asidero firme, es una forma de ver lo pequeños que somos en este

Pacto

De nuevo está esa mirada, de hilos transparentes que quieren detenerme en el umbral de la recámara, que buscan de nuevo mis labios, mis senos oprimidos por el deseo de sus manos, mi piel aún húmeda de sus abrazos. Me doy la vuelta y sé que me sigue mirando, con esos ojos suplicantes que no logran hacerse palabra nunca, que en el amor parecen estar tan seguros, tan ciertos de este pacto nuestro, pero a penas suenan las horas se descompone su aliento, se sienten húerfanos en sus órbitas secas. Un día le dije que deberíamos llorar en cada despedida, como si con ello pudieramos limpiar la culpa de nuestras mutuas huídas; llorar como si fuera el fin del mundo, como si él se fuera al Congo a morir de malaria, o como si yo me fuera a un claustro de silencio, a la guerra final, total, absoluta, cómo si me fuera a cambiar de nombre para entregarme a la mafia y matar por un sueldo y entonces tratara de olvidarlo en cada cuarto de hotel en que fuera a guardar mis recuerdos. Pero no hay más que es

Abismos nuestros

Ir a sí mismo, agazaparse en sus propios misterios, perderse en la dulce melodía de los besos que sólo uno sabe ponerse sobre el cuerpo y, al final, hallarse en silencio, sin saber qué decir, sin un misterio. Es entonces cuando llega el miedo, por el abismo que se nos muestra dentro, a un paso nuestro, si estiramos la mano, podemos sentir la furia, el entierro. Nihilismo, incertidumbre, nausea, vacío, ausencia, muerte, todo ello está en nuestras entrañas, se cultiva con los jugos de nuestro cuerpo, crece despacio hasta invadir las tapias de silencio.

Sobre Ella

Ella se detiene en los textos, va avanzando por cada párrafo, acaricia las letras con sus manos. A veces se conmueve, siente ese temblor en los ojos que avisora las tormentas; otras se alegra, se queda sobre el texto sintiendo el viento fresco del otoño de esas letras. Entonces permanece en silencio, porque las letras le han entrado por las yemas de los dedos, se han alhojado en su pensamiento, y si abriera los torrentes de sus dedos, saldrían en tropel las palabras inundando todas las habitaciones de su cuerpo. Ella lee, y a la hora del amor, transpira montones de versos.

Alas

Junio 2008 Nuestras manos se tienden como alas para emprender el vuelo. Distantes de nuestro cuerpo, aéreas, significativamente pequeñas ante la inmensidad del cielo. Nuestras manos tejen palabras, colocan los puntos y las líneas en el plano de nuestra espalda... luego la mirada, el silencio que viene antes del rescate de nuestras almas. Nos desprendemos del suelo, nos vamos alejando hacia la imposible vastedad de un cuerpo sin miedo, sitiado por ese otro que nos ha invitado al vuelo.

El mito de Endimión

Mayo 2007 Endimión duerme para esperarla, para hallarla en la tibia noche de sus sueños, se queda quieto, entre el sonido del bosque y el silencio de su cuerpo. Entonces no sabe si es que ella de verdad llega, o entre recuerdos la sueña, tangible, aérea, ella, siempre ella. Tan dueña de sí, tan lejana siempre, tan ajena. Luego, para tenerla, tendría que enajenar a los dioses sus miserias, sus días de sol, sus manos inquietas, tendría que dejarse atar por siempre al sueño que lo conduce a ella, y tener entonces sólo noche, tiniebla, incertidumbre de existencia.

Carta para nuestro silencio

Mayo 2007 Desde entonces comenzaste a doler, con ese escalofrío en la columna, te fuiste yendo, despacio, sin el exabrupto del tiempo. Recuerdo el principio, nunca quería pensar en el final, aun la semana pasada pedía silencio a mi mente para no pensarlo, como si pudiera exorcizarlo de mi mente, de mis manos, de mi cuerpo. Pero no, el final comenzó a avanzar por nuestras palabras, sin darnos cuenta, nos despedíamos con la mirada, y entonces no pudimos retenernos, a pesar del amor, del tiempo, del recuerdo tangible en los laberintos que fuimos trazando en nuestro cuerpo, a pesar de ti y de mi, nos fuimos haciendo silencio. Hablamos, pedimos tiempos, pedimos partirnos el corazón, lastimarnos con nuestros silencios, quedarnos solos con los recuerdos; pedimos hacernos daño sin sentido. Y luego, nada, te vas, me quedo; me voy, te quedas, nos dividimos la culpa, el dolor, la incertidumbre, en nombre de la equidad nos hemos hecho daño ambos, nos dolemos, nos sentimos,

Despedirse

Mayo 2007 Quiero decir que yo sólo sé despedirme, cada contacto, cada instante vivido es una forma de ir caminando al andén, siempre una huída, siempre el silencio que va después de la palabra escrita... y luego nada, los recuerdos preservando el tiempo, el olvido necesario, nuestras manos siempre acumulando besos lejanos. Despedirse es preservar a la gente, en la postal de nuestra mirada, detenida, los ojos llenos de agua y el silencio del adiós que se extiende en un por siempre. Tal vez no recordemos los gestos de nuestra gente cotidiana, pero siempre podremos guardar en nuestra mente esa última mirada, el gesto de dolor que dice no más, no te vayas más que esta despedida no basta, ya no para tanto silencio, tanto olvido, tanta nada...

Palabras de invierno

Diciembre 2006 Y las palabras empezaron a fluir con el frío del invierno... una mañana las sentimos en nuestros dedos entumidos, cosquilleando en el avance lento de nuestra sangre congestionada por las delgadas venas de nuestras manos. Luego, no encontramos el sitio que preserve a estas palabras del calor humano, de los ambientes atemperados de nuestras habitaciones... hace falta una congeladora enorme, una carta que no se abra nunca al contacto cálido de unas manos, una ida al polo norte sin retorno, sin auroras boreales ni espíritus prehistóricos mostrando sus fauces desde la translucidéz antidiluviana de sus refugios. Preservada del tiempo, la monstruosidad de nuestras palabras de invierno insiste en quedarse callada, acumulada en la salubridad del olvido voluntario, del miedo pretérito a que nuestros propios ojos las lean. Sitiadas en la gelidez de su sentido no avanzan más, la ventisca las vuelve lentas, torpes... Ciegas, palpan nuestra piel con sus dedos de hielo, estremecen nue

Fernando Pessoa, la multiplicidad del genio

“Somos cuentos, contando cuentos, nada” Ricardo Reis Para leer poesía es necesario leer a Fernando Pessoa, adentrarse en las esencias que dio al mundo desde el vértice entre la soledad y la miseria, desde el misticismo escéptico más exacerbado de la historia de la literatura portuguesa, desde la múltiple nomenclatura de una misma esencia: el poeta. Pessoa se esconde, da un giro entre la soberbia de Álvaro de Campos, colérico de sí frente a la Tabaquería y la dulzura clasicista que Ricardo Reis hace oda para una Lidia desconocida; para luego alzar la voz melancólica, la saudade del pastor Alberto Caeiro y caer sobre sí mismo y renacer en Fernando y darse al mundo en su lectura. Qué podemos decir entonces de éste que se hizo muchos, que creó vidas distintas, preferencias, estilos; éste que, como llegó a decir José Saramago –Nobel 1998-, “fue un hombre que nunca supo realmente quién era, pero que gracias a él, nosotros nos encontramos un poco más cada día”. Se puede decir mucho: que

De-mudanza

Agosto 2006 Me he mudado toda mi vida. De un pueblo al otro, de esta a la casa vecina, al otro lado del parque o a miles de kilómetros, siempre en huída. Las cajas llenas de libros; la ropa empacada en bolsas, costales y maletas; los trastes de la cocina tiritando en tinas de metal o cestas de mimbre. Mi padre construyó muebles desarmables, las camas se volvían un montón de tablas, las mesas perdían sus patas frente al desarmador y la presión adecuada, incluso los bancos del comedor se volvían pequeñas ruedas desvalidas sin el soporte de sus cuatro patas, durante las mudanzas. No puedo recordar todos los cambios de casa, tratando de contar incluso las que me llegan por anécdota, pues mi memoria infantil no alcanza, he sumado quizá cincuenta mudanzas. Recuerdo ir por una carretera, en la madrugada, acomodada entre los muebles y los paquetes en una camioneta retacada, de donde, de pronto, con el estrépito de una carcajada, se rompieron los lazos de una caja y se fueron yendo los libros a

Fantasma de en-sueños

Mayo 2006 Toda la noche tuvo escalofríos en las piernas. En algún momento del sueño se levantó por otra manta para cubrirse, la lluvia le fue susurrando secretos desde la ventana, la fue llamando con su murmullo de caída. No sabría precisar cuándo se fue muriendo en silencio. Luego, en una habitación vacía, pensaba en la disposición de los muebles: cómo habría de acomodarse para la eternidad entera. Sin tiempo, fue observando la verdosidad del ambiente, de humedades atemporales y transcursos silentes, halló la trasparencia de sus manos sobre los muebles. Sola, sitiada en sí misma, caminó despacio en esa habitación con una olfombra de hojas secas a la mitad de la duela; en un extremo, el pasillo en donde transcurrían los fantasmas familiares, como suspendidos por hilos; y en el otro, un balcón abierto -siempre había querido ese balcón con barandal de acero-. Muerta. Descubrió sus propios hilos que la separaban del piso. Algo aéreo había en sus vestidos: manta o lino ceñido al pe

Semblanza

Abril 2006 Entoces parece fácil comenzar de cero, mirarse en los ojos vidriosos de un espejo y darse cuenta del silencio que hay en nuestras pupilas. Caminamos por los espacios mínimos que nos han dejado los hombres y nos hallamos en el vacío de nuestros silencios. Cómo habremos de curarnos del desacierto, de eso que no somos cuando nos dejamos ir por el río infinito de las calles simples de nuestros días, de cada amanecer que aún no nos despierta con sus resplandores. Sí, enfermos somos de la luz cegadora de esos días por los que transcurrimos, por los que dejamos cada centímetro de nuestro pasado, cada medida de tiempo vivida. Henos ahí, callados camaleones que se ocultan entre las sombras de los que no somos, de esos otros que se congregan a nuestro lado para buscar nuestra propia sombra. Finalmente todo es un engaño, un artilugio del espacio que deja nuestro cuerpo cuando se vacía, cuando se deja ir en silencio hacia el desconocido pasado que le aqueja.

Buscadores

Febrero 2005 Cuando escribo, en ese silencio grande de la página que me espera, llevo conmigo el murmullo de los que me han compartido sus sueños y, entonces, son multitudes enteras las que me van recitando mis textos. Te mando esto por lo que hay de ti en él; y con él, te hago llegar la promesa de no dejar perder el espacio de nuestras letras... extensas o incomprensibles, breves o ligeras; son lo único para darnos, lo único de veras. De los buscadores Resulta que no sé en qué momento de los últimos instantes, me ha entrando en la cabeza la idea de que no es posible hallar lo que se busca, pues nuestra mirada ejerce una acción extraña sobre las cosas, como el foco que por colocarse frente al objeto lo nubla con su luminosidad y lo hace invisible. Entonces comenzamos a mirar sus contornos, a adivinar las formas y a construir significados alternos, a veces certeros, a veces equivocados, y es cuando surge la fascinación del mito; más allá de lo verdadero, está la posibilidad de lo ver