Si alguna referencia clara tenemos del África en general y ahora de Sudáfrica en particular, es que suena; que hay en este rincón del mundo grandes raíces de la música de todas las tierras, que cuando la gente habla, a gritos en las calles, parece que canta y que cuando nos responden en un idioma adoptado de otras culturas, inglés en Sudáfrica, nos suena de una manera distinta, con una profundidad insospechada. De ellos heredamos la marimba, los vibrantes tambores, la noción rítmica de muchas de nuestras identidades musicales.
Sudáfrica este 2010 suena sí, fuerte, distinta, unificada por el grito mundialista al que ha dado identidad con la reinvención de la trompeta que ahora se hizo vuvuzela –palabra suave heredada del zulú-, que nos ha dado en este Mundial un sonido único, que recuerda las raíces más ancestrales y a la vez parece nuevo, nos sorprende en medio de los estadios que no rugen a gritos, sino que zumban, ondean, construyen un clamor unificado, un solo organismo que se festeja en la fiesta mundialista.
Al sonido único de la vuvuzela, ensordecedor, ciego, que avanza por calles y estadios más allá de colores y nacionalidades, se une la identidad sonora de esta tierra; Sudáfrica hoy suena a fiesta, a migración, a mestizaje y mezcla, en los pasillos de los centros comerciales y los hoteles de la zona más turística se une el sonido de las calles, de las inmediaciones de los estadios, donde todos los idiomas se combinan, en charlas, en alegrías, en derrotas y triunfos futbolísticos.
A cada paso, en esta Sudáfrica urbana, del desarrollo, del contraste, de las grandes avenidas y los centros comerciales, hay algo de esa sonoridad ancestral que sigue arraigada en su gente, que hace ecos en las pláticas, que nos pide fijar la mirada en las personas para saber si es que hablan o cantan, si quieren vendernos algo en las calles o invitarnos a bailar al ritmo de sus voces marcadas. La vuvuzela es un sello personal que nos regala África en esta fiesta del Mundial, más que una novedad, una reinvención que habla en pasado y canta en presente.
Sudáfrica este 2010 suena sí, fuerte, distinta, unificada por el grito mundialista al que ha dado identidad con la reinvención de la trompeta que ahora se hizo vuvuzela –palabra suave heredada del zulú-, que nos ha dado en este Mundial un sonido único, que recuerda las raíces más ancestrales y a la vez parece nuevo, nos sorprende en medio de los estadios que no rugen a gritos, sino que zumban, ondean, construyen un clamor unificado, un solo organismo que se festeja en la fiesta mundialista.
Al sonido único de la vuvuzela, ensordecedor, ciego, que avanza por calles y estadios más allá de colores y nacionalidades, se une la identidad sonora de esta tierra; Sudáfrica hoy suena a fiesta, a migración, a mestizaje y mezcla, en los pasillos de los centros comerciales y los hoteles de la zona más turística se une el sonido de las calles, de las inmediaciones de los estadios, donde todos los idiomas se combinan, en charlas, en alegrías, en derrotas y triunfos futbolísticos.
A cada paso, en esta Sudáfrica urbana, del desarrollo, del contraste, de las grandes avenidas y los centros comerciales, hay algo de esa sonoridad ancestral que sigue arraigada en su gente, que hace ecos en las pláticas, que nos pide fijar la mirada en las personas para saber si es que hablan o cantan, si quieren vendernos algo en las calles o invitarnos a bailar al ritmo de sus voces marcadas. La vuvuzela es un sello personal que nos regala África en esta fiesta del Mundial, más que una novedad, una reinvención que habla en pasado y canta en presente.
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