En la jornada mundialista se van reduciendo los comensales de la mesa del festejo, muchos vuelven ya a sus países de orígen degustando los diferentes sabores de la derrota en el campo de juego; algunos se van con la sensación de júbilo del logro nuevo, de haber hecho lo que antes nunca habían podido, y del lado contrario, en la otra orilla del mismo abismo de las derrotas, están los que han caído de lo más alto.
Las selecciones "grandes" han dado tristes sorpresas en este mundial a sus aficionados; ingleses, italianos y franceses se han ido de esta Sudáfrica mundialista con un sabor muy amargo, en medio de juegos desastrosos, de haberse medido con selecciones consideradas muy inferiores y ante las cuales no han sido capaces de marcar su poderío. Las torres más altas caen con el mayor estruendo, se llevan, sin duda, grandes lecciones.
Pero hay un sabor distinto de la derrota y es el que se llevan las al menos dos decenas de miles de mexicanos que vinieron a abarrotar como nadie más los aun frescos cimientos de las estructuras futbolísticas de esta Nación. Se acaba la carrera mundialista esta noche de domingo en el Soccer City de Johannesburgo pero para México no hay gran novedad en ello, sabe a cotidiano, a repetición, a necia manía de caerse con las mismas piedras de los caminos ya andados.
Las miradas en el estadio, las plegarias alrededor de la cancha, los sueños que atraviesan océanos y hemisferios, los enormes deseos de ser más de lo que nunca se ha logrado; son los mismos que hace cuatro, que hace ocho, que hace doce años, quizá sean los mismos más allá de lo que nos alcanza a dar la vista de la memoria: condenados a repetir nuestra historia, llegamos al mismo punto de la carrera y no somos capaces de seguir avanzando.
La salida del estadio esta noche es el comienzo del éxodo de vuelta a casa para todos los aficionados que están dispuestos a dar todo lo necesario y que de nuestro equipo, ahora como a lo largo de nuestra historia futbolística, han recibido muy poco a cambio. Vuelven con el mismo anecdotario, con las mismas discusiones, con las mismas bùsquedas de los responsables. Pero parece que la memoria de nuestras derrotas es muy corta y no alcanza para que no repitamos una vez y otra la misma historia.
Las selecciones "grandes" han dado tristes sorpresas en este mundial a sus aficionados; ingleses, italianos y franceses se han ido de esta Sudáfrica mundialista con un sabor muy amargo, en medio de juegos desastrosos, de haberse medido con selecciones consideradas muy inferiores y ante las cuales no han sido capaces de marcar su poderío. Las torres más altas caen con el mayor estruendo, se llevan, sin duda, grandes lecciones.
Pero hay un sabor distinto de la derrota y es el que se llevan las al menos dos decenas de miles de mexicanos que vinieron a abarrotar como nadie más los aun frescos cimientos de las estructuras futbolísticas de esta Nación. Se acaba la carrera mundialista esta noche de domingo en el Soccer City de Johannesburgo pero para México no hay gran novedad en ello, sabe a cotidiano, a repetición, a necia manía de caerse con las mismas piedras de los caminos ya andados.
Las miradas en el estadio, las plegarias alrededor de la cancha, los sueños que atraviesan océanos y hemisferios, los enormes deseos de ser más de lo que nunca se ha logrado; son los mismos que hace cuatro, que hace ocho, que hace doce años, quizá sean los mismos más allá de lo que nos alcanza a dar la vista de la memoria: condenados a repetir nuestra historia, llegamos al mismo punto de la carrera y no somos capaces de seguir avanzando.
La salida del estadio esta noche es el comienzo del éxodo de vuelta a casa para todos los aficionados que están dispuestos a dar todo lo necesario y que de nuestro equipo, ahora como a lo largo de nuestra historia futbolística, han recibido muy poco a cambio. Vuelven con el mismo anecdotario, con las mismas discusiones, con las mismas bùsquedas de los responsables. Pero parece que la memoria de nuestras derrotas es muy corta y no alcanza para que no repitamos una vez y otra la misma historia.
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