La voz en zulu que escuchamos en el promocional en donde la silueta de una mujer sostiene un balón mientras grita Ke Nako (kina cooo sería más o menos su fonética), significa “es tiempo” o es el momento, con esa frase se ha tratado de identificar la celebración mundialista en el África del sur, retóricamente, en discursos, canciones, declaraciones de funcionarios y promocionales en los medios de comunicación, se pretende hacer la analogía simbólica de lo que implica traer la gran fiesta deportiva a estas tierras.
Pero más allá del apropiamiento natural que los sudafricanos han hecho de la celebración del futbol, lo mismo portando la camiseta del equipo propio que la del extraño, celebrando el gol en cualquier portería y haciendo retumbar estadios, calles o playas con las vuvuzelas, la realidad se impone, va surgiendo de entre los brillantes colores de las banderas con que se visten los aficionados futboleros. Entonces se siente con claridad la dinámica del desempleo, de la migración y la pobreza, de la segregación y los rezagos.
La alegría del África negra es inmanente a su naturaleza, ya lo hemos dicho en este espacio: si se habla se canta, si se camina se baila; parecería que no se puede tener mejor anfitrión para una fiesta, pero contrario a lo que nos dice la retórica, vemos que Sudáfrica no ha tenido tiempo suficiente para el dispendio de esta recepción, y en este acercamiento hacia la recta final de la Copa del Mundo nos empezamos a preguntar qué futuro habrá para la gran infraestructura que se ha levantado, los grandes estadios aun por terminar, los medios de comunicación inconclusos, espacios que parecen condenados al inevitable vacío.
Al recorrer las ciudades a pie, en el transporte público, de la mano de la vida cotidiana de estas ciudades, nos damos cuenta de que sí, es tiempo de África, pero tiempo del desarrollo que su historia moderna le ha negado, tiempo de una toma de conciencia de la segregación y la pobreza; las fiestas concluyen y es entonces que se tienen que hacer cuentas y lo cierto es que aun con mirada extranjera se ve muy claro que aquí quedarán grandes y pesadas deudas.
Pero más allá del apropiamiento natural que los sudafricanos han hecho de la celebración del futbol, lo mismo portando la camiseta del equipo propio que la del extraño, celebrando el gol en cualquier portería y haciendo retumbar estadios, calles o playas con las vuvuzelas, la realidad se impone, va surgiendo de entre los brillantes colores de las banderas con que se visten los aficionados futboleros. Entonces se siente con claridad la dinámica del desempleo, de la migración y la pobreza, de la segregación y los rezagos.
La alegría del África negra es inmanente a su naturaleza, ya lo hemos dicho en este espacio: si se habla se canta, si se camina se baila; parecería que no se puede tener mejor anfitrión para una fiesta, pero contrario a lo que nos dice la retórica, vemos que Sudáfrica no ha tenido tiempo suficiente para el dispendio de esta recepción, y en este acercamiento hacia la recta final de la Copa del Mundo nos empezamos a preguntar qué futuro habrá para la gran infraestructura que se ha levantado, los grandes estadios aun por terminar, los medios de comunicación inconclusos, espacios que parecen condenados al inevitable vacío.
Al recorrer las ciudades a pie, en el transporte público, de la mano de la vida cotidiana de estas ciudades, nos damos cuenta de que sí, es tiempo de África, pero tiempo del desarrollo que su historia moderna le ha negado, tiempo de una toma de conciencia de la segregación y la pobreza; las fiestas concluyen y es entonces que se tienen que hacer cuentas y lo cierto es que aun con mirada extranjera se ve muy claro que aquí quedarán grandes y pesadas deudas.
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