Ir al contenido principal

Sobrada la euforia, insuficiente la infraestructura

Era verde, brillante, vibrante, el estadio Peter Mokaba de Polokwane fue una fiesta mexicana de mariachis, guerreros aztecas y luchadores, el tricolor de la afición nacional inundó el paisaje africano, oleada tras oleada, en una marea que subió con el atardecer y se sobrepuso al frío de la noche, se hizo grande a cada pase, al dominio del balón por la escuadra nacional le siguieron los gritos de júbilo, los festejos irrefrenables. El primer tiempo nos calentó los ánimos, minuto a minuto de los primeros cuarenta y cinco nos fuimos creciendo, hasta tocar casi con la punta de la lengua esa gloria que nos estábamos ya mereciendo. El estadio rugía, ni baile, ni coro, ni sonoridad de vuvuzela, lo que vivía en esa noche helada era el grito de la urgencia.

Nos fuimos sedientos al medio tiempo, la calma de la espera nos recordó el frío de los -5º que estábamos viviendo. Y luego el gol, trueno de victoria, las banderas se fueron al cielo, en un abrazo nos hicimos hermanos, pero no nos detuvimos, seguimos vestidos de guerreros, peleando, no se perdió el ritmo, no se disminuyó la marcha. Continuamos la batalla, al unísono del grito que ya pedía el segundo, llegó el penal, flamígero el tiro que nos hizo aun más tangible el sueño.

En el estadio se despertó ese histórico 5 de mayo, en las calles del país nos imaginamos la fiesta nacional, y aquí, en Sudáfrica, extrañamos la posibilidad del festejo a la mexicana, de inundar calles, de gritarnos a la cara unos a otros lo bien que se siente ganar. Porque en este socializado y mediatizado mundial, no hay mucho espacio para el festejo real: los estadios alejados de los núcleos urbanos, las ciudades desiertas por el frío o la carencia de condiciones estructurales para el paseo nocturno, no hay aquí un Ángel que nos reciba los ánimos pues la réplica está en medio de un centro comercial que cierra en horarios regulares, el festejo nos duró mientras volvimos en autobús a nuestro hospedaje en Johannesburgo y luego nos lo llevamos en petit comité (por decírselos en francés) a nuestros cuartos de hotel.

Comentarios

Entradas populares de este blog

HE ESTADO SALIENDO -ensayo visual-

He estado saliendo es un ensayo visual realizado colectivamente y a la distancia durante el inicio de la pandemia. La narración sucede en Turín, Italia en un momento en el que aún no era posible dimensionar lo que sucedería con la emergencia sanitaria. La reflexión que propusimos en ese entonces, primavera de 2020, fue uno de los aspectos que, a lo largo de estos abrumadores meses se han demostrado como uno de los puntos más críticos de este proceso histórico: la marginalidad y la distancia de un mundo sostenido sobre los corroidos pilares de la desigualdad. 

Estado del tiempo III: Tormenta de nieve.

Hace días que llegó la nieve, primero una noche suave, de copos mínimos, dispersos, una noche de fiesta para los que esperábamos que llegara como la anunciación de que en verdad estamos tan al norte que lo que baja del cielo se congela. Luego de esa noche comenzaron los rumores de la gran tormenta, los noticieros con sus imágenes de mapas térmicos, Nostradamus de nuestra era, y la gente en la calle con temor en las voces decían que llegaba, que era enorme, la más grande dicen, que duraría días, de oscuridad blanca, apocalíptica. La noche antes de la tormenta había filas fuera de las tiendas, se aprovisionaban todos, urgían las compras, para la noche, fría y ventosa pero aun sin nieve a la vista, ya se había agotado el agua en el barrio, iba la gente por las calles con sus carritos de la compra llenos de galones de agua comprados quién sabe dónde. Al final conseguimos un par de botellas grandes en la tienda que abre toda la noche en nuestra calle, dos por 5 dólares, el sobreprecio de...

Estado del tiempo: Navidad en verano

La mañana de Noche Buena tuvo un sol suave desde temprano, y el aire vaporoso con el que comienzan los días de verano; desde la altura de nuestro balcón, a ojo de pájaro, las calles estaban llenas de gente sin abrigos, extraño, atípico, como los presagios de las catástrofes, como la dulce calma de las playas antes de que llegue la gran ola; para el medio día, navegábamos a 18°, premonición del trópico que asciende y colma el mundo entero con sus fiebres. Hubiera esperado la nieve, la navidad blanca del norte con alientos glaciares, pero no fue así, Nueva York nos ha dado la navidad más cálida de su historia. Y a la noche, la luna llena iluminando nuestro paseo de falso verano por el Parque Central, con esa luz blanca que diluye los objetos con sus sombras, confunde quietud con movimiento, como si los árboles del bosque ficticio de esta ciudad pudieran seguirnos los pasos por un trecho, y luego aburrirse de nuestra charla de asombros predecibles. En el subterráneo la gente respiraba...