No son pocos los sorprendidos con los equipos que van a la Semifinal, se esperaba mucho más de muchos otros, y de estos que están no se pudo preveer tan larga estancia en este lugar; entonces muchos de los extranjeros que permanecen en Sudáfrica no esperaban tener que alargar tanto su viaje y otros, claro, se han ido temprano a casa, pero hay otros más a los que la curiosidad de África ha seducido desde hace muchas semanas atrás.
En el viaje de a pie se van encontrando extranjeros de todos tipos y de los más diversos orígenes, lo mismo se puede terminar en una mesa de uruguayos nacidos en Nueva Zelanda en una ola de migración que, nos explican, es de lo más conocida en su país, que departiendo con algún vasco en el exilio, un parisino que no entiende nada de futbol y un sudafricano nativo que no puede explicarnos bien a bien por qué anda en el circuito de mochileros que ahora ronda en el país.
De un momento a otro cambian los acompañantes: una chica de Boston hace amena amistad con dos negrísimos camaradas de Zimbawe cuyo color de piel parece muy adecuado a sus seductoras intenciones, una pareja de Australianos que nos cuentan es este su viaje de luna de miel, un par de judíos un tanto perdidos de la charla con su precario inglés a penas atinan a intercambiar entre ellos impresiones en algo que parece hebreo, luego, un canadiense llega al ruedo con su amor al futbol pero sin un equipo para seguir el juego.
Sudáfrica nos acoge, misteriosa, diversa, inaccesible pero provocadora. Nos reconocemos por la mirada de asombro, por la necesidad de una inexistente brújula en estos paraísos de playas frías, por la sensación de aislamiento con que se nos mira y porque al final, en cuanto nos sabemos viajeros todos, terminamos por trabar amistad. La mayoría de quienes han tomado el viaje mundialista y a estas alturas siguen en Sudáfrica es porque tienen el plan de continuar el viaje, muchos lo han iniciado con gran anticipación y luego de la pausa mundialista, seguirán, seducidos sus ojos, quieren seguir mirando, trazan sus rutas, miden sus posibilidades, y de la fiebre mundialista van pasando poco a poco a una aventura que más que turística, se antoja exploradora.
En el viaje de a pie se van encontrando extranjeros de todos tipos y de los más diversos orígenes, lo mismo se puede terminar en una mesa de uruguayos nacidos en Nueva Zelanda en una ola de migración que, nos explican, es de lo más conocida en su país, que departiendo con algún vasco en el exilio, un parisino que no entiende nada de futbol y un sudafricano nativo que no puede explicarnos bien a bien por qué anda en el circuito de mochileros que ahora ronda en el país.
De un momento a otro cambian los acompañantes: una chica de Boston hace amena amistad con dos negrísimos camaradas de Zimbawe cuyo color de piel parece muy adecuado a sus seductoras intenciones, una pareja de Australianos que nos cuentan es este su viaje de luna de miel, un par de judíos un tanto perdidos de la charla con su precario inglés a penas atinan a intercambiar entre ellos impresiones en algo que parece hebreo, luego, un canadiense llega al ruedo con su amor al futbol pero sin un equipo para seguir el juego.
Sudáfrica nos acoge, misteriosa, diversa, inaccesible pero provocadora. Nos reconocemos por la mirada de asombro, por la necesidad de una inexistente brújula en estos paraísos de playas frías, por la sensación de aislamiento con que se nos mira y porque al final, en cuanto nos sabemos viajeros todos, terminamos por trabar amistad. La mayoría de quienes han tomado el viaje mundialista y a estas alturas siguen en Sudáfrica es porque tienen el plan de continuar el viaje, muchos lo han iniciado con gran anticipación y luego de la pausa mundialista, seguirán, seducidos sus ojos, quieren seguir mirando, trazan sus rutas, miden sus posibilidades, y de la fiebre mundialista van pasando poco a poco a una aventura que más que turística, se antoja exploradora.
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