El primer amanecer en Sudáfrica lo vivimos con el Atlántico de por medio, pudimos sentir por entre las ventanas del avión el calor de este sol fuerte a pesar del pronto invierno, y deslumbrados con su luz pudimos ver cómo se extiende debajo de nosotros la vasta sabana, de tonalidades ocres y rojizas.
Al descender nos reciben los sudafricanos con sus miradas profundas y su piel asombrosamente oscura, nos miran los rostros, nos sellan los pasaportes y de pronto, una empleada de migración nos abraza con un sonoro grito de ¡Viva México!, sonreímos, la fotografiamos, nos hace la llegada amable, nos anticipa el ambiente de nuestro primer encuentro, inaugural, contra los Bafana Bafana.
Johannesburgo se distingue en el horizonte sudafricano por ser el centro mismo de la urbanización, los edificios que no abundan se concentran aquí, en su estética arquitectónica podemos ver su pasado histórico de colonia holandesa: las casas de ladrillo rojo con sus tejados inclinados al más puro estilo europeo, de tonalidades sobrias, no se pensaría de ella que albergue la diversidad cultural, la alegría ancestral y el mestizaje de su gente.
Vestidos con los colores brillantes de su bandera, los sudafricanos nos reciben a gritos, con bailes, con el reto del encuentro que ya se siente en las calles, nos apuestan a ganar, nos señalan a gestos que se irán con tantos y cuántos goles, y nosotros, los mexicanos que venimos de tan lejos, nos iremos en ceros, nosotros les contestamos agitando el verde de nuestras playeras y el tricolor de nuestras banderas.
El tan anunciado tráfico nos hace largo el recorrido al Soccer City, un estadio hecho con esos mismos colores ocres de suave tonalidad de atardeceres, las tribunas locales, atestadas, rugen con el sonido profundo, ancestral, de las trompetas, las multitudes de Sudáfrica se mueven a un compás propio; a la coordinación de nuestros festejos mexicanos que hacen olas y gritos comunes, ellos nos responden con un ondeo rítmico, musical y el estadio entero hace eco de la vocación sonora de este pueblo. Al final, nos vamos hermanados con el marcador 1 a 1.
Al descender nos reciben los sudafricanos con sus miradas profundas y su piel asombrosamente oscura, nos miran los rostros, nos sellan los pasaportes y de pronto, una empleada de migración nos abraza con un sonoro grito de ¡Viva México!, sonreímos, la fotografiamos, nos hace la llegada amable, nos anticipa el ambiente de nuestro primer encuentro, inaugural, contra los Bafana Bafana.
Johannesburgo se distingue en el horizonte sudafricano por ser el centro mismo de la urbanización, los edificios que no abundan se concentran aquí, en su estética arquitectónica podemos ver su pasado histórico de colonia holandesa: las casas de ladrillo rojo con sus tejados inclinados al más puro estilo europeo, de tonalidades sobrias, no se pensaría de ella que albergue la diversidad cultural, la alegría ancestral y el mestizaje de su gente.
Vestidos con los colores brillantes de su bandera, los sudafricanos nos reciben a gritos, con bailes, con el reto del encuentro que ya se siente en las calles, nos apuestan a ganar, nos señalan a gestos que se irán con tantos y cuántos goles, y nosotros, los mexicanos que venimos de tan lejos, nos iremos en ceros, nosotros les contestamos agitando el verde de nuestras playeras y el tricolor de nuestras banderas.
El tan anunciado tráfico nos hace largo el recorrido al Soccer City, un estadio hecho con esos mismos colores ocres de suave tonalidad de atardeceres, las tribunas locales, atestadas, rugen con el sonido profundo, ancestral, de las trompetas, las multitudes de Sudáfrica se mueven a un compás propio; a la coordinación de nuestros festejos mexicanos que hacen olas y gritos comunes, ellos nos responden con un ondeo rítmico, musical y el estadio entero hace eco de la vocación sonora de este pueblo. Al final, nos vamos hermanados con el marcador 1 a 1.
Comentarios
Publicar un comentario