Seduce, Sudáfrica se mueve suave, sonríe, es un placer a los ojos que impacta, hombres y mujeres de la población originaria son un sueño de sensualidad, las curvas arriesgadas de sus cuerpos, la forma caprichosa en que sus ropas muestran más que ocultar su piel oscura; bailan, entre tambores sus caderas se aceleran, despiertan los más simples instintos del juego sexual. Son naturalmente hermosos, poseedores de la fuerza primigenia de la atracción.
Las mujeres negras en Sudáfrica son un derroche de deleites, el trenzado complejísimo de sus cabellos, esculturas de imposible estética que las coronan, reinas de ese cuerpo palaciego. Su sentido del encanto es extremo, hablan atemperando el aire con la calidez de sus labios, el ritmo acompasado de sus pasos canta canciones de encantamiento para quien las mira pasar.
Abiertos al amor, en los bares de la celebración mundial, en las calles rebasadas por la mirada ávida de los turistas, esos hombres y mujeres salen a cazar; es fácil, enamorarse en Sudáfrica termina siendo un acto natural, unos segundos de mirada, la sonrisa en el momento preciso, la aproximación inevitable del que se sabe hacer entender en el lenguaje del deseo.
Pero la colorida mariposa de la realidad despliega la magia de sus alas para ocultar el duro rostro de insecto que la acompaña; la prostitución ha sido una constante, el turismo sexual inevitable, y la gran peligrosidad de las cifras del VIH: en las calles, la gente habla de un 40% de la población infectada, cuatro de cada 10 sudafricanos son portadores de la enfermedad, el riesgo es tan fuerte, tan aterrador, que no podemos dejar de mirar el veneno en la tentación de la manzana que se nos muestra.
En los estadios, en los hoteles, en tiendas y calles, el gobierno local ha lanzado con motivo del Mundial una intensa campaña del uso del condón, cajas enteras están a disposición de quién confíe en su suerte en el amor y quiera tomar prevención, algunos incluso, se dan en propia mano obligando a la toma de conciencia. Pero en el anecdotario de la celebración mundial, muchos de los aficionados llevan ya el sueño cumplido de la fantasía del amor, y con ella, el impuesto de la sanitaria preocupación.
Las mujeres negras en Sudáfrica son un derroche de deleites, el trenzado complejísimo de sus cabellos, esculturas de imposible estética que las coronan, reinas de ese cuerpo palaciego. Su sentido del encanto es extremo, hablan atemperando el aire con la calidez de sus labios, el ritmo acompasado de sus pasos canta canciones de encantamiento para quien las mira pasar.
Abiertos al amor, en los bares de la celebración mundial, en las calles rebasadas por la mirada ávida de los turistas, esos hombres y mujeres salen a cazar; es fácil, enamorarse en Sudáfrica termina siendo un acto natural, unos segundos de mirada, la sonrisa en el momento preciso, la aproximación inevitable del que se sabe hacer entender en el lenguaje del deseo.
Pero la colorida mariposa de la realidad despliega la magia de sus alas para ocultar el duro rostro de insecto que la acompaña; la prostitución ha sido una constante, el turismo sexual inevitable, y la gran peligrosidad de las cifras del VIH: en las calles, la gente habla de un 40% de la población infectada, cuatro de cada 10 sudafricanos son portadores de la enfermedad, el riesgo es tan fuerte, tan aterrador, que no podemos dejar de mirar el veneno en la tentación de la manzana que se nos muestra.
En los estadios, en los hoteles, en tiendas y calles, el gobierno local ha lanzado con motivo del Mundial una intensa campaña del uso del condón, cajas enteras están a disposición de quién confíe en su suerte en el amor y quiera tomar prevención, algunos incluso, se dan en propia mano obligando a la toma de conciencia. Pero en el anecdotario de la celebración mundial, muchos de los aficionados llevan ya el sueño cumplido de la fantasía del amor, y con ella, el impuesto de la sanitaria preocupación.
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