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Caricias madrugadas

Me amarás por mis ojos, que se humedecen del mar de tu aliento, me dejarás que te llene siempre los oídos con mis cantos ligeros, sirena de tus misterios, me dirás a los amaneceres siempre que no se nos acabe el tiempo, que sigamos siendo estos en el amor y en el sueño, en la forma de añorarnos a pesar de estar lado a lado, navegando por las mismas profundidades, aun sin tocarnos. Hoy de nuevo te sueño, no sé si es que te dije ésto y aquello durante la noche, muy quedito para no despertarte, o es que me he soñado que te lo gritaba de un lado a otro de las ruidosas calles de las ciudades que nos inventamos para tener sueños con gran escándalo.

Luego, nos amanece, en la cama que nos abraza, nos besamos de nuevo, besos con sonrisas, en calma, sin las pretensiones ni las ansias de los primeros tiempos. Otra vez soñé contigo, te lo digo, y me río de lo absurdo que suena el estar soñándose al que descansa a nuestro lado, y te ríes también de mi risa que no comprendes. Y entonces sentimos esa imprecisa sensación de que se nos va la vida de alegrías, de que vemos cómo corre por entre nuestros dedos el brillo de agua de la felicidad compartida.

El amor, absoluto, redondo, como una esfera de fragilidad, no vale nada sin estas mañanas de despertar juntos, tampoco sin esas noches de soñarse, ni las tardes de no decir nada y sólo tomarse las manos y caminar o quedarse. El amor, negación cóncava de un vacío convexo, el espacio lleno, lleno de nada, de lo que sea, de lo que no importa porque lo único que verdaderamente importa es la sensación plena de los ojos esféricos que nos observan como el objeto más preciado del espacio y el tiempo. Somos esos que nos tomamos las manos y nos prometemos la perpetuidad del deseo, la permanencia de un indefinible tiempo.

Qué gusto decirnos mentiras a nuestros propios oídos, con nuestros labios que ofrecen besos de certidumbre infinita. Mentiras blancas para vestirnos en el altar del amor de todas las mañanas, de ojos parpadeantes que se acostumbran pesadamente a tanta claridad de luz, de pieles sensibles aun húmedas del mar donde toda la noche se naufragó. Estiramos los miembros con placer y pereza, tocamos con las puntitas de los pies, rozamos nuestras pieles con tobillos entrelazados que seguro se soñaron tropezando con torpeza, aun pedimos un poco que la noche permanezca, pero a la vez la traicionamos con ese gusto de luz que acaricia las espaldas desnudas.

Esta mañana, entre la risa del sueño y el despertar, pensé que uno de estos días que amanezcamos juntos te voy a pedir que no te vayas, y no lo pediré con palabras, no conjuraré la necesidad a labios abiertos, dejando que me veas las intenciones con tu mirada escrutadora de buscador de claves y desentrañador de los laberintos del minotauro de mis palabras. Te lo diré murmurando con los olores tempranos de mi cuerpo, con esa forma en que te das cuenta que he estado aquí aunque me despierte antes y me vaya, con el olor que se ha quedado sobre las almohadas, entre las oleadas de destendidas sábanas.

Te convenceré de que no te levantes de la cama con la pesadez del recuerdo de mi cuerpo sobre tu vientre, cavidad exacta de mis secretos viajes. Ni siquiera te estarás dando cuenta de cuando tu cuerpo lo vaya decidiendo, cuando tus piernas se nieguen a mover el tronco y las manos se aferren a su cómodo encierro debajo de tu nuca que aun recuerda mis besos. Será divertido ver tu desconcierto, observarte el entrecejo apretado de no entender lo que le pasa a tus miembros, de que tu piel no te diga cómo es que está impregnada de esos olores míos y se ha vuelto mansa, domada en las cabalgatas de mis manos errantes y ligeras.

Pero lo pienso en futuro, y me pasa entonces que esa mañana ya no llega, que aquella, la de las sonrisas y los sueños ha sido la última de nuestros tiempos, que lo pensé muy despacio y ahora te me has ido a la guerra, al otro lado del mundo, a buscarte la vida por otras fronteras, me pasa que sin avisar te he desterrado de las habitaciones, que mis palabras se me adelantaron a las intenciones y te he echado de la cama en la que pensaba conquistarte luego. No me di cuenta que esa misma mañana, en el desayuno, sobre la mesa que tiene manteles y no sábanas, en la que las sensaciones naufragan y no se pueden salvar a besos como en la cama, te he dicho que todo terminaba.

Traicionera, por hacerte la maldad, me he dejado yo misma abandonada, sin tus noches, en el desamparo de mis propias madrugadas, y en los sueños, con su superficie blanca para trazarnos lo que se nos venga en gana, se me olvida que te he borrado de la vida y te diseño de nuevo, se me ocurre de pronto ponerte largas las alas para acercarnos las distancias, o abrazarte de aletas transparentes y echarte a navegarme las aguas. A veces creo que te me has olvidado un poco y me destejo los sueños en las mañanas, pero luego me llegas como una sensación muy suave, que casi no pasa, y me adormeces en las tardes, y entre pestañeos pesados, vas regresando a mi en memorias mansas. Los ojos se me humedecen de nuevo y son esos mismos espejos de agua para que te ahogues de querer tocar la forma en que sólo yo te he puesto la mirada.

Comentarios

  1. muy buen escrito, salvo dos errores en las primeras líneas, oídos -dice oído en las segunda línea, primer párrafo y éstos, -dice estos- en ese mis párrafo...

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  2. Corregidos los yerros, le agradezco siempre su amabilísimo ojo editorial.

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  3. El amor, sereno, complejo, íntimo, tan de dentro, corriendo por tus letras sin saber si llegó a buen puerto o aún espera.
    Deliciosas palabras componiendo una historia entre tierna y triste.
    Mi felicitación.
    Saludos.

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