Es la cosa de escribir las palabras, que se guardan, en la perpetuidad de lo que dure la página, en el tiempo inmaterial en que se quedan encapsuladas apenas han sido trazadas. Hoy las nuestras me han salido a salto de mata, sin aviso, como cuando antes aun estaban sobre papel las cartas y se guardaban entre los libros y al primer descuido caían a nuestros pies como pañuelos de doncellas enamoradas, esperando ser levantados con el cuidado del amor cubriendo nuestras manos ásperas. Así igual, los recovecos de los espacios electrónicos me han sacado una cronología de nuestros mensajes a la distancia, sin más, me encontré releyéndonos las ansias, el anhelo, la distancia. Encontré uno en donde decías que habías soñado con Baobabs porque se te habían metido mis palabras, “emisaria onírica del reino Baobab” me dices y me sacas esa inevitable sonrisa; entonces pensé en tus ojos, oscuros, misteriosos, y sobre ellos se reflejaban los sueños de Baobabs con que me fui a recorrer quién sabe qué lugares de esos otros lados.
Se me ha hecho una tragedia leernos, pequeñas llagas sobre la superficie de mis labios sin tus besos, muertos. Sin sangre, sólo el fondo de un río que se ha resquebrajado por ese cielo siempre abierto, sin nubes para su consuelo; así mis labios te leyeron de nuevo, en voz baja, sólo para ellos, para vivir de nuevo la sed de tu cuerpo. Luego estaba ese mensaje que te mandé desde una isla del Índico donde me encontré unos versos de Pessoa en la habitación de un cuarto de posada, qué ridículas las palabras esdrújulas, como los sentimientos esdrújulos; qué vacías me sentí las manos sin los acentos en los teclados de ese país extraño para poder decirte, con la precisión de la gramática, lo esdrújulo que estaba todo en ese momento: los atardeceres de la isla con la marea que iba subiendo por los árboles debajo de los puentes hasta cubrirlos por completo, árboles alga durmiendo el sueño húmedo del océano; los niños morenos aventándose desde los barandales para atrapar a los caracoles adormecidos por esa marea sin olas que subía sin que casi nadie lo notase, qué acentuado se ponía todo con esa lluvia cálida de alientos tropicales, con las acacias de flores rojas haciendo juego con las nubes encendidas de las tardes.
Ahora tengo todos los acentos, podría pensarme la mayor cantidad de palabras esdrújulas que pudiera escribir sobre esta página hasta perder el sentido del texto, el sentido de la charla, hasta que se me olvidara por completo el sentido de nuestras palabras. Pero es tan ridículo a nuestros ojos intentarlo, es tan absurdo estarnos buscando, como si pudiéramos a la vez evitarnos, como si entre nuestras brújulas existiera la capacidad del olvido, de repeler sus cargas magnéticas y mandarnos permanentemente a las orillas contrarias. Probaré un día pararme a tus espaldas, en silencio, como la sombra que no dice nada y sólo nos toca con caricias en calma; y ahí, en contrasentido de tu cara, sacaré la brújula para orientarme al camino que más se aleje de tus miradas, que me ponga a la distancia más segura de esos ojos de sol negro con que haces que eclosionen despacio todos los brotes de mis ramas.
Al menos mientras me dure la tregua de octubre me mantendré a la distancia, tan lejos que sólo los sueños podrán alcanzarnos los pasos, traicionarnos las intensiones y ponernos en ese lugar único en el que aun te tomo las manos para pasarlas sobre mis labios. Es una tragedia esto, un dolor agudo en algún espacio indefinible entre la piel y el fluir de los líquidos de la vida, por alguna de las cavidades por donde han dejado los órganos un rincón olvidado hay una revolución de mariposas de cristal, como de vitrina antigua, pero con las alas peligrosamente astilladas, como de mariposa de noche, envejecida por los equívocos de su errática mirada. Adormecidas en su rincón, se han alborotado con el escándalo de tus palabras ya lejanas y entonces han salido en tropel a dejar el polvo sucio de sus alas, a hacer ese golpeteo de enaguas de viuda, ese ruido de hojarasca. Cómo les duele a las mariposas nocturnas la luz, y que las saquen de sus rincones, que no las dejen quedarse quietas, como moño de luto en las paredes blancas, qué triste es para ellas que las pongan a repartir malos presagios por toda la casa.
Pero no pueden más, les da tanta pena a las pobres ser tan oscuras que están siempre asustadas, se guardan, parece que no comen nada, seguro se alimentan de suspiros o de malas palabras que suben a los techos por la ligereza con que son lanzadas. Así las mariposas de noche de mi cuerpo estaban en dulce pausa, guardando el sueño de muerte de las ánimas. A la noche, te he dejado estar en mis sueños, está bien, no podría ser de otra forma, al cerrar los ojos, pienso aun en tus brazos, en el olor que hay en tu cuello para conciliar el sueño, en la sensación absoluta de tu piel al costado de mi cuerpo; aun te siento, te respiro, y luego, con licencia, sin pudores, te sueño. Ahí somos nuestros, ahí donde se puede volar o caminar a brincos de estrella hasta la luna, ahí en los sueños, podemos estar juntos sin prejuicios, sin miedos, no nos estorbamos con nuestras decisiones de adultos, con nuestros castigos absurdos.
Pero no puedes venir a la claridad de mis días a despertarme las mariposas de la oscuridad, es injusto. No puede llegar después de meses el eco de tus palabras escritas y dejar a su paso un desastre de fragmentos de alas fracturadas de sorpresa, de susto, un largo camino de polvo oscuro de membranas en agonía. No lo permito. Se me inundan los ojos hacia adentro, van subiendo las mareas de mis océanos con la misma cautela que lo hacían en aquella isla ya tan lejos, casi no me doy cuenta, hasta que siento el calor que se desborda de sus cuencos, que me inunda por dentro. Te estoy llorando, en una distancia ficticia, con un miedo y un horror incomprensible, me quedo quieta, dejo de respirar un momento y entonces creo sentir de dónde viene ese cataclismo, cómo es que se siente cuando inicia un terremoto con ese crujir de capas de piedra, se separan las placas casi con pereza, con esa velocidad ralentizada que tiene la tierra; son segundos apenas, para hacer acantilados, sacar montañas en donde creíamos que sólo había llanuras muertas.
Se me ha hecho una tragedia leernos, pequeñas llagas sobre la superficie de mis labios sin tus besos, muertos. Sin sangre, sólo el fondo de un río que se ha resquebrajado por ese cielo siempre abierto, sin nubes para su consuelo; así mis labios te leyeron de nuevo, en voz baja, sólo para ellos, para vivir de nuevo la sed de tu cuerpo. Luego estaba ese mensaje que te mandé desde una isla del Índico donde me encontré unos versos de Pessoa en la habitación de un cuarto de posada, qué ridículas las palabras esdrújulas, como los sentimientos esdrújulos; qué vacías me sentí las manos sin los acentos en los teclados de ese país extraño para poder decirte, con la precisión de la gramática, lo esdrújulo que estaba todo en ese momento: los atardeceres de la isla con la marea que iba subiendo por los árboles debajo de los puentes hasta cubrirlos por completo, árboles alga durmiendo el sueño húmedo del océano; los niños morenos aventándose desde los barandales para atrapar a los caracoles adormecidos por esa marea sin olas que subía sin que casi nadie lo notase, qué acentuado se ponía todo con esa lluvia cálida de alientos tropicales, con las acacias de flores rojas haciendo juego con las nubes encendidas de las tardes.
Ahora tengo todos los acentos, podría pensarme la mayor cantidad de palabras esdrújulas que pudiera escribir sobre esta página hasta perder el sentido del texto, el sentido de la charla, hasta que se me olvidara por completo el sentido de nuestras palabras. Pero es tan ridículo a nuestros ojos intentarlo, es tan absurdo estarnos buscando, como si pudiéramos a la vez evitarnos, como si entre nuestras brújulas existiera la capacidad del olvido, de repeler sus cargas magnéticas y mandarnos permanentemente a las orillas contrarias. Probaré un día pararme a tus espaldas, en silencio, como la sombra que no dice nada y sólo nos toca con caricias en calma; y ahí, en contrasentido de tu cara, sacaré la brújula para orientarme al camino que más se aleje de tus miradas, que me ponga a la distancia más segura de esos ojos de sol negro con que haces que eclosionen despacio todos los brotes de mis ramas.
Al menos mientras me dure la tregua de octubre me mantendré a la distancia, tan lejos que sólo los sueños podrán alcanzarnos los pasos, traicionarnos las intensiones y ponernos en ese lugar único en el que aun te tomo las manos para pasarlas sobre mis labios. Es una tragedia esto, un dolor agudo en algún espacio indefinible entre la piel y el fluir de los líquidos de la vida, por alguna de las cavidades por donde han dejado los órganos un rincón olvidado hay una revolución de mariposas de cristal, como de vitrina antigua, pero con las alas peligrosamente astilladas, como de mariposa de noche, envejecida por los equívocos de su errática mirada. Adormecidas en su rincón, se han alborotado con el escándalo de tus palabras ya lejanas y entonces han salido en tropel a dejar el polvo sucio de sus alas, a hacer ese golpeteo de enaguas de viuda, ese ruido de hojarasca. Cómo les duele a las mariposas nocturnas la luz, y que las saquen de sus rincones, que no las dejen quedarse quietas, como moño de luto en las paredes blancas, qué triste es para ellas que las pongan a repartir malos presagios por toda la casa.
Pero no pueden más, les da tanta pena a las pobres ser tan oscuras que están siempre asustadas, se guardan, parece que no comen nada, seguro se alimentan de suspiros o de malas palabras que suben a los techos por la ligereza con que son lanzadas. Así las mariposas de noche de mi cuerpo estaban en dulce pausa, guardando el sueño de muerte de las ánimas. A la noche, te he dejado estar en mis sueños, está bien, no podría ser de otra forma, al cerrar los ojos, pienso aun en tus brazos, en el olor que hay en tu cuello para conciliar el sueño, en la sensación absoluta de tu piel al costado de mi cuerpo; aun te siento, te respiro, y luego, con licencia, sin pudores, te sueño. Ahí somos nuestros, ahí donde se puede volar o caminar a brincos de estrella hasta la luna, ahí en los sueños, podemos estar juntos sin prejuicios, sin miedos, no nos estorbamos con nuestras decisiones de adultos, con nuestros castigos absurdos.
Pero no puedes venir a la claridad de mis días a despertarme las mariposas de la oscuridad, es injusto. No puede llegar después de meses el eco de tus palabras escritas y dejar a su paso un desastre de fragmentos de alas fracturadas de sorpresa, de susto, un largo camino de polvo oscuro de membranas en agonía. No lo permito. Se me inundan los ojos hacia adentro, van subiendo las mareas de mis océanos con la misma cautela que lo hacían en aquella isla ya tan lejos, casi no me doy cuenta, hasta que siento el calor que se desborda de sus cuencos, que me inunda por dentro. Te estoy llorando, en una distancia ficticia, con un miedo y un horror incomprensible, me quedo quieta, dejo de respirar un momento y entonces creo sentir de dónde viene ese cataclismo, cómo es que se siente cuando inicia un terremoto con ese crujir de capas de piedra, se separan las placas casi con pereza, con esa velocidad ralentizada que tiene la tierra; son segundos apenas, para hacer acantilados, sacar montañas en donde creíamos que sólo había llanuras muertas.
hay partes poco macabras, labios y besos muertos sangre y otras referencias que creo son innecesarias, creo que la estructura anterior refleja una melancolía que por sí misma subsiste y crece a cada plabra y ese recurso simple de la muerte y la sangre es innecesario, desde mi punto de vista para recorrer tus memorias y episodios...
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