Escucho la canción, te escucho entre líneas, te pienso... pienso también en estas palabras que nos escribimos, que hace tanto no decimos, se hacen largos los tiempos de nuestras ausencias, pero recurrimos siempre. De alguna forma volvemos, sabemos volver tanto como hemos sabido siempre irnos. ¿Qué sensación es esa? de péndulo impreciso, imposible de adivinar. Te tengo entre labios a veces, te susurro en sueños, y luego tengo la impresión de que te he olvidado por largo tiempo, cuando la verdad es que te estoy recordando a cada rato. Tengo frío a veces de la gente que me alarga sus dedos sobre el brazo, que no se da cuenta de lo mucho que lastima ese contacto helado; tengo frío y pienso en tus manos que necesitan ponerse al sol para dejar de ser un pequeño invierno de cinco afiladas puntas.
Pero cada que pienso en tus manos no puedo dejar de recordar la incongruencia de tu gélido tacto frente a la calidez de tus ojos de niño callado, tus ojos oscuros diciendo siempre que siguiera mirándolos. Se me enrojecían las mejillas del calor de tus miradas, con ese ardor que hacen los soles de las playas sobre las pieles en descuido, abandonadas sobre las arenas blancas. No sabía dónde guardarme cuando me mirabas, a dónde ir que se acabara esa sensación de oleadas cálidas que empezaba muy adentro y se me desbordaba.
Ahora, a la distancia, a lo lejos en el tiempo, a lo desconocido en el espacio; en medio de este ni siquiera saber cómo somos después de tanto no vernos, sé que ambos nos preguntamos qué sería si fuera posible volver a abrir todas esas sensaciones, si es que somos los mismos, si es que podemos seguir sintiéndonos. También sé que nos preguntamos qué seguiría luego, si sirve de algo intentar el reencuentro. Yo no me respondo, porque sé que si lo hago me miento, sé que no me creo, que me digo una cosa y al minuto me contradigo en la otra, que las multitudes se me agolpan en la mente con su griterío de contradicciones permanentes.
Entonces me quedo en silencio, escucho la canción y sólo te pienso, te recuerdo, te reinvento. Igual te sueño, quizá, y al amanecer ya no lo recuerdo. Pienso en el sueño de las cerezas ¿recuerdas que te lo conté?, la sensación de las cerezas negras, maduras, explotando entre mis labios sobre tus dedos, puedo sentir incluso su olor agridulce, la pulpa suave, recuerdo sacarme las pequeñas semillas de entre los dientes con un gesto de labios entreabiertos, con sonrisa, con ganas de coquetearte. A veces me pasa que no sé si los sueños los pienso tan claros porque es que han pasado realmente y son entonces recuerdos que mi mala memoria confunde con sueños.
Quiero pensar entonces que ese sueño ha sido un recuerdo, que de verdad hemos estado en ese otoño en Canadá, que había viento en ese bosque de colores ocres, con el aire tapizado de hojas de maple, que nos sentamos de verdad en el pasto a comer cerezas negras toda la tarde, que nos besamos de esa forma suave que lo hacen los que ya están acostumbrados a compartirse los labios, que seguro amanecen juntos todos los días y ya saben cuál es el gesto exacto con el que el otro les pide acercarse, sin prisas, sin ansias innecesarias.
Me preguntas qué haría si te tuviera en mis manos y yo me volteo a ver las palmas, y no hago más que pensar en las cerezas entre mis dedos, de ese sueño en el que me besabas.
Pero cada que pienso en tus manos no puedo dejar de recordar la incongruencia de tu gélido tacto frente a la calidez de tus ojos de niño callado, tus ojos oscuros diciendo siempre que siguiera mirándolos. Se me enrojecían las mejillas del calor de tus miradas, con ese ardor que hacen los soles de las playas sobre las pieles en descuido, abandonadas sobre las arenas blancas. No sabía dónde guardarme cuando me mirabas, a dónde ir que se acabara esa sensación de oleadas cálidas que empezaba muy adentro y se me desbordaba.
Ahora, a la distancia, a lo lejos en el tiempo, a lo desconocido en el espacio; en medio de este ni siquiera saber cómo somos después de tanto no vernos, sé que ambos nos preguntamos qué sería si fuera posible volver a abrir todas esas sensaciones, si es que somos los mismos, si es que podemos seguir sintiéndonos. También sé que nos preguntamos qué seguiría luego, si sirve de algo intentar el reencuentro. Yo no me respondo, porque sé que si lo hago me miento, sé que no me creo, que me digo una cosa y al minuto me contradigo en la otra, que las multitudes se me agolpan en la mente con su griterío de contradicciones permanentes.
Entonces me quedo en silencio, escucho la canción y sólo te pienso, te recuerdo, te reinvento. Igual te sueño, quizá, y al amanecer ya no lo recuerdo. Pienso en el sueño de las cerezas ¿recuerdas que te lo conté?, la sensación de las cerezas negras, maduras, explotando entre mis labios sobre tus dedos, puedo sentir incluso su olor agridulce, la pulpa suave, recuerdo sacarme las pequeñas semillas de entre los dientes con un gesto de labios entreabiertos, con sonrisa, con ganas de coquetearte. A veces me pasa que no sé si los sueños los pienso tan claros porque es que han pasado realmente y son entonces recuerdos que mi mala memoria confunde con sueños.
Quiero pensar entonces que ese sueño ha sido un recuerdo, que de verdad hemos estado en ese otoño en Canadá, que había viento en ese bosque de colores ocres, con el aire tapizado de hojas de maple, que nos sentamos de verdad en el pasto a comer cerezas negras toda la tarde, que nos besamos de esa forma suave que lo hacen los que ya están acostumbrados a compartirse los labios, que seguro amanecen juntos todos los días y ya saben cuál es el gesto exacto con el que el otro les pide acercarse, sin prisas, sin ansias innecesarias.
Me preguntas qué haría si te tuviera en mis manos y yo me volteo a ver las palmas, y no hago más que pensar en las cerezas entre mis dedos, de ese sueño en el que me besabas.
Honestamente tiene un comienzo como que muy tuyo, es decir, muy predecible en tu producción, pero en el segundo párrafo le noto vitalidad y renovación, me gusto esta segunda parte y el final....
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