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A la vuelta, al tiempo que gira y recurre y se vuelve el mismo siempre, repitiéndose en la necedad de lo continuo, nos encontramos a nuestros propios pasos, inevitablemente seguimos siendo esos mismo que fuimos. Ahora, entre las acumulaciones de los abandonos me he encontrado con la correspondencia de otros tiempos, me he dado en la cara con las puertas que creía cerradas y, letra a letra, me he descrito con el pasado el mismo presente que vivo. Comparto, a riesgo de jugar de nuevo a poner en público lo que de privado ha estado hecho, la misiva que me ha hecho sentir ese recurrir de mis tiempos. Omito al remitente, pues él bien sabrá quién es y los demás no tienen necesidad de saberlo. Así omito también la temporalidad del texto, pequeñas huellas a borrar para proteger los caminos por dónde se ha escapado el pasado de esos viajeros.


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(Remitente):


No, nunca es demasiado tarde. Aun en la muerte, al último aliento, nos da tiempo el pensamiento de volvernos sobre nuestros pasos, detenernos en las cuentas pendientes, mirar nuestros números rojos y sentir pena, abatimiento porque lo hemos dejado, pero sólo ese mirar con el pensamiento es ya una forma de pagar un poco de la deuda que tenemos con esos otros tiempos.
He estado lejos, siempre, en la extranjería de mi misma, alejada de todo, yéndome siempre "hacia ninguna parte", con la mirada puesta al frente para no convertirme en la pila de sal del océano que me inunda por dentro. Ahora no sólo estoy dispuesta a detenerme, quiero volver, mirar despacio todos los detalles. Siempre he dicho que me gusta despedirme, quizá no haya mejor mirada que la última que damos, ni mejor abrazo que el que sabemos siempre nos estará faltando, la gente en las despedidas está totalmente abierta, fija sus ojos en todos los detalles, crea una imagen imborrable, en lo cotidiano miramos a la gente muy por encima, quizá si cierras los ojos no puedas recrear los detalles de las personas con las que convives a diario, pero si me hablas de alguna de tus despedidas, seguramente me podrás decir la extensión exacta que tenían las pupilas del otro antes de inundarse por el océano del llanto, seguro sabrás la forma en que puso sus manos en el regazo, abandonadas de tu abrazo, el cuerpo encorvado por el esfuerzo de quedarse en pie, cuando ya sólo puedes abandonarte al abismo de ausencia que vamos dejando. Me gusta despedirme porque ahí es donde hacemos posible el milagro de la memoria de manera más certera, el resto de lo que recordamos no sabemos que vamos a recordarlo, sólo se mete a la memoria, se prende de nuestros miembros de una manera totalmente errática, imposible de precisar.
Pero ahora, a diferencia de "siempre", no estoy dispuesta a la despedida. Sé que no tengo ningún derecho a entrar en tu silencio, que no tengo abiertas las puertas de tu pensamiento. Pero he dibujado una ventana sobre tus paredes, y me he sentado afuera a esperar que le florezcan las hiedras, que crezcan sobre su marco las enredaderas de mis palabras, y que entonces te sofoque el encierro y vengas a abrir esperando este viento de otoño con el que me despeino. Me invento esta ventana y espero.
He sido injusta con mis ausencias, también "siempre", me he estado yendo todo este tiempo, ahora mismo estoy volviendo de nuevo. No busco la pertenencia porque sé que no puedo, pero sí quiero un remanso, detenerme un momento, encontrar el sitio en el que podamos cerrar los ojos juntos, quedarnos en silencio.

No estoy dispuesta a la despedida, no ahora que te sentía tan cerca, que te podía tocar con cada palabra, que podía sentir el cansancio en tus ojos, el temblor de tus manos, la fragilidad de esa puerta cerrada.

Hace un momento he terminado un texto que comienzo con esta frase "era justo el salir del sol en nuestro cielo..." y es por esa frase que te escribo de nuevo, porque espero ese sol, o esa lluvia o ese viento, pero lo espero en NUESTRO CIELO, con la justedad que tienen al cosas al momento en el que estamos dispuestos. Quiero ese cielo, el de nuestros sueños, el de tu vuelo, ese cielo para despegar despacio, sentirnos ligeros. Qué importa quiénes somos ahora, los que fuimos o los que seremos; importa que estemos dispuestos, importa que tomes mi mano que te está invitando al vuelo. Extiendo mis manos ahora, te entrego cada uno de mis dedos y te ofrezco escribir una historia, tenerla, llenar de colores nuestras palabras, ponerle imágenes a estos textos, escuchar la forma en que murmuran nuestros pensamientos, quiero la música para acompañarnos, las sonrisas para llenarnos la memoria de sonidos quietos. No te quiero en mis números rojos, no quiero que nos estemos debiendo.

Te seguiré escribiendo.

Sei
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PD. Sé que es traicionero volver al blog después del largo abandono con este post, pero quienes me conocen las mañas sabrán de mi gusto por dar oscuros giros aun en las mañanas más claras.

Comentarios

  1. nunca regresa uno sobre sus pasos, los emula, los revisa y disecciona, pero a pesar de ese eterno continuo, uno nunca vuelve a sus pasos como Sisífo que eternamente empuja la misma roca, sobre la misma colina, es y no es la misma roca y la misma colina, como dice una canción de Dylan, el hijo Jacob, se que no estoy cambiando pero también se que ya no soy el mismo...

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