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Detesto la realidad

Long St, Ciudad del Cabo 12 Noviembre 2010


Soy más que las líneas de mis manos, destino fortuito trazado con maestría de gitano; soy más que las líneas que hacen mis palabras al acomodarse en frases y pretender ser solidez de párrafo; quizá sea un poco más definida por las líneas que estrellan las orillas de mis ojos a la hora de las sonrisas, y soy también las curvas líneas de mi cuerpo que descubrieron mapas secretos al paso de tus dedos, los caminos que aprendieron tus labios a oscuridad de amaneceres ciegos. Soy el trazado conjunto de todas las líneas posibles del pensamiento, que se cruzan, hacen nudos, extienden redes para atrapar sueños al vuelo.

Tienen alas, se andan por el viento, esas redes quieren encontrar la forma de navegar nubes, anidar montañas, despeinar copas de árboles que ya florecen hace rato de primaveras y se adormecen al calor de los próximos veranos. Esas redes que soy sólo atrapan sueños entonces, detestan la realidad de ángulos pronunciados que las cortan, se quedan con el suave material de las ensoñaciones, suponen que es posible estarse ahí, transcurriendo con placidez de velero entre vientos calmos; aunque la realidad luego se impone, hace tormentas, nos recuerda lo horrendo de las cosas que están más allá de nuestras ideas.

Detesto la realidad. Con su tendencia a ser fatal, con todas esas quejas y dolencias, con sus afanes de apresarnos a su velocidad de vuelta de rueda, con sus ganas de hacernos pesados los pies para que nos olvidemos de volar, nos molesta en la espalda, pesada carga que nos recuerda nuestra ausencia de alas. Me sabe amarga. Tangible, absoluta, con rigidez de montaña, la realidad se impone a las palabras que, materia mágica, todo permiten, posibilitan la inmediatez aun en las más largas distancias.

Y a la vez, de pronto, suele brillar, sabe a duraznos de primavera, pone olor de jazmines a la entrada de los jardines, hace nubes con formas de tortuga que atraviesan en viaje misterioso el océano estelar. Florece esta realidad de muchachas con vestidos cortos que ofrecen los tallos suaves de sus piernas a las ganas del segador, tiene ese viento de aliento salado de mar que conforta, que cicatriza las heridas del cuerpo que ella misma nos hizo con su afilada destreza de matar.

Vale más que todas las ideas que podamos tener de ella, tiene la magia de las puertas abiertas, nos voltea la cara con sus espontáneas bellezas, nos dice en resplandor de amaneceres que ya estuvo bueno de soñar, que más vale abrir los ojos si no queremos dejar de mirar ese color naranja con que el sol madura sobre el mar; los sueños germinan en la oscuridad, tienen ese algo de fuerza negra, se mueven con hilos que no podemos controlar, fibras brillantes de telaraña mojada que no son más que fragilidad.

Despiertos, podemos sentir el ritmo de nuestro respirar, el goteo acompasado del corazón, el fluir de todo el cuerpo en ese circuito de entretejidos vasos y nervios. Extendemos nuestros miembros sobre la cama, hacemos el milagro de superar la terrible atracción del suelo y nos ponemos en vertical, nos desperezamos y en ese inconciente movimiento de brazos que quieren estirar las adormiladas fibras de los músculos, rompemos los filamentos de la telaraña del sueño, hacemos de cada amanecer un ejercicio de libertad.

Comentarios

  1. vaya que progresa mucho y encuentra un estilo, una manera de brincar entre las fibras eróticas der las emociones y las tribulaciones de la duda existencial...

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