¿Y para qué cumplir años, qué sentido tiene seguir la agenda, el calendario cotidiano, avanzar por una línea sucesoria de días, semanas y meses? Cumplir con el tiempo es tan relativo como el tiempo mismo, tan imposible de delimitar, tan inconsistente como los granos de arena apresados en la clepsidra. Mejor cumplir con las promesas susurradas a la oscuridad de la noche para perder el miedo al sinsentido; cumplirle a los sueños la posibilidad de seguir ahí, a ojos abiertos por todo lo que dura el día, o la vida, si el sueño lo amerita. Mejor cumplir palabras, celebrarlas con pasteles dulcísimos, llenos de luces que se apagan para dejar brillar deseos y sonrisas; celebrar con palabras que no se miden por transcursos de días, que se valúan por su significado, por la melodía del viento al decirlas, por las sensaciones que despiertan sobre la piel de los que las escuchan cerquita del oído, como una caricia… palabras que sirven para cumplirle a la vida. Cumplir los años no es nada, pie...