Me llama el sur, con su sabor de mar en el aire, sus montañas de nubes bajas a las tardes; me llama el sur porque tengo los sueños anegados de hambres ancestrales, de ganas de calentarse, de cobijarse en sus bochornos insoportables de medio día, en sus dulces mañanas maduras de sol implacable. Me llama y llego a ojos cerrados, porque no es preciso ver nada con esos cantos de sirena que atraviesan montañas, se abren paso a lomo de aire, cabalgan. Voy al sur con ganas de nada, porque todo está dado ya en el viaje y la esperanza; sin espera, sin nada, todo a un tiempo, sobre la mesa puesta para nuestra ansia. Del sur se sirve el mundo grandes platadas, la historia está llena de los del norte que van al sur y se sacian, y luego vuelven con melancolías eternas a contarle a las generaciones que no saben nada de esos sabores perfumados, de guayabas maduras que llenan la mano entera, cómo es que eran esos tiempos en que se migraba al sur a hacer fortunas con la riqueza ajena. Voy al sur, pero ...