tag:blogger.com,1999:blog-87979575812173381862024-02-08T06:32:07.371-08:00InmarcesibleSei Iturriaga Saucohttp://www.blogger.com/profile/01704763319112379687noreply@blogger.comBlogger67125tag:blogger.com,1999:blog-8797957581217338186.post-61655536943226979542021-01-22T15:33:00.000-08:002021-01-22T15:33:42.368-08:00HE ESTADO SALIENDO -ensayo visual-<div style="text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="343" src="https://www.youtube.com/embed/eDqPQ0H-cEs" width="403" youtube-src-id="eDqPQ0H-cEs"></iframe></div>
<div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Arial Narrow; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Arial Narrow; font-size: medium;">He estado saliendo es un ensayo visual realizado colectivamente y a la distancia durante el inicio de la pandemia. La narración sucede en Turín, Italia en un momento en el que aún no era posible dimensionar lo que sucedería con la emergencia sanitaria. La reflexión que propusimos en ese entonces, primavera de 2020, fue uno de los aspectos que, a lo largo de estos abrumadores meses se han demostrado como uno de los puntos más críticos de este proceso histórico: la marginalidad y la distancia de un mundo sostenido sobre los corroidos pilares de la desigualdad. </span></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;"><br /></div>Sei Iturriaga Saucohttp://www.blogger.com/profile/01704763319112379687noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8797957581217338186.post-18454811931043974292016-01-31T13:22:00.000-08:002016-01-31T13:22:15.212-08:00Estado del tiempo III: Tormenta de nieve.<br />
<br />
Hace días que llegó la nieve, primero una noche suave, de copos mínimos, dispersos, una noche de fiesta para los que esperábamos que llegara como la anunciación de que en verdad estamos tan al norte que lo que baja del cielo se congela. Luego de esa noche comenzaron los rumores de la gran tormenta, los noticieros con sus imágenes de mapas térmicos, Nostradamus de nuestra era, y la gente en la calle con temor en las voces decían que llegaba, que era enorme, la más grande dicen, que duraría días, de oscuridad blanca, apocalíptica. <br />
La noche antes de la tormenta había filas fuera de las tiendas, se aprovisionaban todos, urgían las compras, para la noche, fría y ventosa pero aun sin nieve a la vista, ya se había agotado el agua en el barrio, iba la gente por las calles con sus carritos de la compra llenos de galones de agua comprados quién sabe dónde. Al final conseguimos un par de botellas grandes en la tienda que abre toda la noche en nuestra calle, dos por 5 dólares, el sobreprecio del pánico, el módico impuesto de la emergencia.<br />
Las calles comenzaron a vaciarse desde esa noche, y la nieve llegó vertical, silenciosa, como una lluvia fantasma, cubriéndolo todo con su sábana blanca, desde el piso 28 se veían las calles estrechándose, restringidas cada vez más por sus márgenes nevados. Para el medio día ya se había instalado el viento con desplantes de tormenta, las ráfagas heladas como latigazos sobre el lomo de las bestias que llevan el trineo del invierno. Rugía ese viento, se hacía remolino en los ángulos del balcón, como un animal ciego atrapado entre muros intangibles.<br />
El invierno llegaba a reclamar sus tierras, a hacerle frente al veraneo absurdo que había teñido de tropicalidad las navidades, a arrancarle las faldas cortas a las muchachas migrantes, con su aliento polar diciéndoles cosas heladas al oído. Silbaba ese viento la melodía solemne de las conquistas sobre las copas de los rascacielos, avisaba la entrada triunfal del general invierno. Por las orillas de nuestra ventana, imperceptibles hasta que se fueron acumulando en el dintel, se colaban los copos más pequeños como las astillas de cristal que hacen brillar la superficie en donde hubo un vaso roto. La fuerza del viento empujaba la tormenta dentro de la recámara, resquebrajando los cimientos de nuestra muralla de calefacción, obligándonos al abrigo adentro de la casa.<br />
Toda la tarde pensamos que la tormenta se instalaría por días, dejaron de circular los automóviles y sólo las sirenas de los vehículos de emergencia cantaban en las profundidades del océano de niebla. Se suspendieron también los trenes, y la gran ciudad parecía dormida, atrincherada detrás de sus ventanas de doble vidrio y sus muros aislantes. Pero a pie de calle, en nuestro barrio de migrantes, bajo la tormenta la gente hacia la fiesta del asueto sorpresa, las familias forradas de chamarras y botas de hule resbalaban por las calles, los niños amasaban sus proyectiles, algunos con el cuidado del artesano, otros sólo tomaban a puños la nieve y la hacían volar por el aire contra todos los que pasaban, enemigos reales o imaginarios, mientras, en una calle vecina, un grupo de hombres se lanzaba, de extremo a extremo, el balón de americano, se tacleaban contra las montañas de nieve en que se iban convirtiendo ya los coches, sus chamarras cada vez más nevadas, sus movimientos torpes; ahí estaban los hombres de las nieves, blancos y borrosos, luchando contra la tormenta con gritos guturales, ebrios de catástrofe pequeña, festejando a gruñidos la breve libertad doméstica.<br />
Sei Iturriaga Saucohttp://www.blogger.com/profile/01704763319112379687noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8797957581217338186.post-52981756881508792342016-01-02T11:18:00.000-08:002016-01-02T11:18:14.837-08:00Estado del tiempo: Navidad en verano<br />
<br />
<br />
La mañana de Noche Buena tuvo un sol suave desde temprano, y el aire vaporoso con el que comienzan los días de verano; desde la altura de nuestro balcón, a ojo de pájaro, las calles estaban llenas de gente sin abrigos, extraño, atípico, como los presagios de las catástrofes, como la dulce calma de las playas antes de que llegue la gran ola; para el medio día, navegábamos a 18°, premonición del trópico que asciende y colma el mundo entero con sus fiebres. Hubiera esperado la nieve, la navidad blanca del norte con alientos glaciares, pero no fue así, Nueva York nos ha dado la navidad más cálida de su historia.<br />
Y a la noche, la luna llena iluminando nuestro paseo de falso verano por el Parque Central, con esa luz blanca que diluye los objetos con sus sombras, confunde quietud con movimiento, como si los árboles del bosque ficticio de esta ciudad pudieran seguirnos los pasos por un trecho, y luego aburrirse de nuestra charla de asombros predecibles. En el subterráneo la gente respiraba el sopor del calentamiento global, cargados con las bolsas de las compras navideñas, la bandera triunfal del bonito consumismo de temporada, la pobre gente de esta ciudad no sabe qué pasa con el invierno.<br />
De unos días para acá sólo se habla de la nieve, como de los fantasmas recientes que aún flotan sobre nuestra memoria aunque ya no están. La nieve como la confirmación de que es posible la normalidad. Pero ha pasado la Noche Buena, y el día de Navidad los periódicos hacían festín con la nota del calor, uno con letras grandes hablaba del “Saunaclos”; ahora el año nuevo despunta con temperaturas que quieren alcanzar el cero pero no lo logran, y de nieve sólo hemos tenido una llovizna de hielo hace algunas tardes, una mezcla de granizada y ventisca, como un hijo mestizo del trópico que migra, seduce al norte y lo conquista.<br />
Sei Iturriaga Saucohttp://www.blogger.com/profile/01704763319112379687noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8797957581217338186.post-21966881245610975572015-12-22T15:19:00.001-08:002015-12-22T15:19:10.918-08:00Estado del tiempo I: solsticio de invierno<br />
<br />
La niebla densa humedece las cosas sobre la ciudad, reposa sobre los techos. La noche más larga del año estira sus brazos sobre un día sin sol. Hoy es invierno ya, aunque no tan frío como dicen que será, aún se puede salir unos minutos al balcón del piso veintiocho sin zapatos, a escuchar la ciudad desde arriba, y luego correr adentro, a la esquina del calentador en el cuarto a recuperar las sensaciones en los dedos helados. El invierno del norte, tan lejos de los trópicos, casi a la orilla del abismo blanco del polo. Así el cielo hoy, empantanado de nubes, un inmenso blanco que lastima los ojos, con un sol atrás que no se asoma, pero ilumina todo.<br />
<br />
Los autos van con las luces prendidas a las diez de la mañana, reflejan su prisa sobre la calle mojada, amanece de noche esta ciudad que dicen que no duerme, aunque a mí me parezca siempre medio adormilada, medio onírica, moviéndose de esa forma extraña en que las cosas levitan en los sueños, avanzan sin tocar el suelo. La gente en los cruceros resiste a la lluvia, al viento, aguantan que el semáforo cambie y se van empujando unos a otros en largas filas de gente que habla a gritos por sus manos-libres, como si hablara sola. Y también van ahí los que de verdad hablan solos, los que imprecan a dios, los que bromean con sus diablos, esos que ya van perdiendo un poco la razón. Los desquiciados de una ciudad fuera de sí, al borde de sí misma.<br />
<br />
Venimos al norte a vivir el invierno, a dejarnos los ojos enceguecidos en su viento, a resecarnos los labios de palabras congeladas por el rigor del termómetro que va cayendo. Cada mañana espero la nieve, siento el aire de la recámara al despertar y me imagino que afuera ya debe estar todo blanco, me imagino las cordilleras de nieve que se levantarán sobre el barandal del balcón, escarpadas como unos Alpes diminutos para llevar a esquiar a las puntas de los dedos; pero hasta ahora sólo la humedad de la niebla deja su huella discreta, todo empapado como si lloviera, sólo sin el escándalo de las gotas que caen y se estrellan, todo en calma, con paciencia, la nube que llega, toca el edificio con todo su cuerpo y lo llena de sí: blanquecino, húmedo, rascando los cielos.<br />
Sei Iturriaga Saucohttp://www.blogger.com/profile/01704763319112379687noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8797957581217338186.post-23097368593388845042015-06-28T15:32:00.001-07:002015-06-28T15:32:25.963-07:00MemorialDebía escucharse sólo el silencio, cuando pasaban ellos, con los pies sin tocar el suelo.<br />
Un ritmo quieto, su transcurrir por los sueños. <br />
En esas horas lentas en que los niños juegan a solas y los padres hacen la siesta.<br />
Andaban por sus ciudades como en otras épocas.<br />
<br />
Los hombres de las guerras, con sus heridas siempre abiertas, las miradas solas, las manos aún inquietas.<br />
O sólo el recuerdo de esos hombres, ni aunque sombras.<br />
Pasando por el aire, colándose entre los chubascos del verano sin mojarse, pura neblina en noches invernales.<br />
Al otoño se muestran, dónde el viento arremolina hojas.<br />
<br />
Cuando pasan por el camino, a la vera se siente el mirar de sus mujeres antiguas.<br />
Los ojos cristalizados, embalsamados de lágrimas.<br />
Pero estos hombres no las perciben, las piensan a la puerta de sus casas, estáticas.<br />
Gira la noria de sus recuerdos de estampa antigua.<br />
<br />
Sólo sombras en la hora más clara del día, no se cansan de darle vueltas a las calles donde se les perdió la vida.<br />
Mudos, los labios zurcidos con las palabras no dichas.<br />
Pasan a la hora de la siesta, por una calle que fue la suya, con el cuerpo cansado de no parar todavía nunca.<br />
Se detienen a ver el juego de los niños, se reconfortan.<br />
Sei Iturriaga Saucohttp://www.blogger.com/profile/01704763319112379687noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8797957581217338186.post-56127857432093116142015-03-26T12:51:00.001-07:002015-03-26T12:51:11.235-07:00De las tormentas que me salvas<br />
<br />
Conocí el futuro en las líneas de tus manos, que avanzan cada día milímetros imperceptibles, se hacen más claras, más fuertes, como surcos fértiles. Te descubrí a mirada de gitana, buscándole claves a las coincidencias más vagas. Y en estos días de tan dulces certezas, el pasado se diluye, se aleja, son largas las distancias por donde la memoria ya no navega; desembocan los ríos de la vida en el mar calmo de los olvidos.<br />
<br />
Me regalaste el olvido, a la luz de nuestra vida juntos, todo antes tiene colores insípidos, una tonalidad gris, como el polvo que se ocupa de las cosas que ya nadie toca. La bestia de la memoria reposa, en calma, con el estómago lleno de sensaciones nuevas, sin ansias, duerme el reposo amable de quienes finalmente tienen un dueño. Cierra los ojos sin temores. <br />
<br />
Pero esta noche el pasado se revuelve, busca la puerta, toca con la palma abierta sobre los vidrios de las ventanas. Parece que afuera llueve, parece que la noche grita los estruendos de sus historias, la lluvia baja por los cristales como surcando el rostro de los tristes, de los hombres que se transparentan de penas al lloverse. Sé que está fría, que duele sobre el cuerpo cada gota helada de esta agua, conozco bien los aguaceros sin sentido, sorpresivos, fuera de temporada; sé que ahí, a la distancia de casi nada, el mundo es un cataclismo.<br />
<br />
Desde la altura del tercer piso se puede escuchar cómo la tormenta avanza, cómo salen los ríos subterráneos por las alcantarillas hartas, comienza ese fluir bravo de la ciudad que se hace agua. Nos rodean las corrientes, suben las mareas y todo se mece bajo el oleaje oscuro de esta noche que de pasados se duele. Recuerdo las soledades, los hastíos, el sufrir constante de los corazones endurecidos, recuerdo las despedidas, pienso en los nombres, en las sonrisas, pienso que puedo recordarlos todos, también a los muertos, a los olvidados, a los que les debo tanto. <br />
<br />
Con la lluvia de la noche me renace la memoria, se fecundan brutalmente las riberas del pasado con este insomnio monzónico, me agito, me revuelvo entre las sábanas, y entonces surges de entre la noche, me acercas al calor de tu abrazo, y se abre el cielo sobre nuestra cama, con todas sus estrellas claras. Llueve ya sólo a la distancia, lejos, en otro mundo que no es el nuestro, sobre personas que no existen más, que de tanta ausencia finalmente desaparecieron. <br />
<br />
Tu respiración de sol va y viene sobre mi espalda, me recuerda que amanece pronto, que la noche no es nada, se cura cada mañana. Llega el silencio, está por todos lados, se acumula sobre mis párpados que se van poniendo pesados, al compás de tu respiración pausada todos se callan. Presiento el sueño, lo disfruto anticipadamente, me imagino que ya ha llegado y hace su recorrido por toda la casa, pienso que estoy durmiendo y, entonces, la madrugada se llena de los primeros pájaros que cantan. <br />
Sei Iturriaga Saucohttp://www.blogger.com/profile/01704763319112379687noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8797957581217338186.post-40438814472235189622015-01-28T12:38:00.002-08:002015-01-28T12:39:34.099-08:00A Pedro<br />
<br />
<br />
Ahora te deben estar enterrando. Hombre de agua, de aire, de fluir acompasado; te llevan a la tierra, te siembran con tus alas bien plegadas en la espalda, y afuera, a la distancia, tus amigos estaremos esperando a que renazcas, de la tierra a donde te llevan saldrán brotes de hierbas necias, de las que se aferran, echan raíces que se extienden por donde quiera, y van con sus tallos fuertes a seguir al sol, a los horizontes lejanos, a otros prados, hasta donde vayan las ganas de seguir que nunca te faltaron. A la primavera, florecerán los prados sobre tu cuerpo, fertilizarán las cenizas de tus recuerdos, flores discretas que sonríen al sol en las mañanas y cierran sus pétalos por las tardes para soñar que son rosas de mar, navegantes sin fronteras.<br />
<br />
Sabías sonreír, con los ojos entrecerrados, hablabas sin molestar al silencio, hacías apología de la tranquilidad. Hombre de cielos abiertos, no sabías estar en casa, con los ojos siempre buscando las ventanas, los horizontes, las nubes que arrastra el viento del sur para abandonarlas ancladas en la montaña. Mirábamos juntos la montaña, inventábamos rutas imposibles para escalarla, luego, cuando subíamos, con la respiración agitada, silbando en los oídos como si el viento se nos hubiera metido a darnos tumbos por el cuerpo. Nada como llegar a arriba, y mirar la costa con ojos de gaviota, allá lejos, con sus pescadores diminutos trajinando sobre cubierta.<br />
<br />
Sabíamos entendernos, en un mundo de acentos extraños, de lenguas que gritan con sus silencios. Nos contábamos nuestras historias, lejanas, ancladas en los extremos del mapa. Nos entendíamos fácil, hablábamos del desarraigo, del abandono, de la libertad, sin los prejuicios de siempre, sin los espantos con que los otros nos interpretaban. Recuerdo el hombre del bar que nos dijo una vez que nosotros sí sabíamos ser libres, nos lo gritó en la cara, como un insulto, como el reproche de generaciones de hombres retenidos por la tierra, petrificados, acumulándose como montañas quietas. Un hombre blanco, enrojecido por un sol que no lo acepta, hinchado de alcohol y de miseria. <br />
<br />
Cómo nos reímos saliendo del bar –Somos bien pinches libres, jodidamente libres- te gritaba yo entre risas, y tú me respondías a carcajadas que sí, que éramos unos criminales de la libertad, confesamos nuestro crímenes a la noche del Cabo, caminando bajo ese frío de mar austral. Agradecí cada vez que nos encontramos, cada charla con tu español sevillano y mi desparpajo chilango. Ahora que lo pienso nunca supimos despedirnos, las últimas veces que nos encontramos fueron siempre una promesa de hacer coincidir los caminos, yo encantada con el mar del sur en Muizemberg cuando tú te volvías más al norte a Mdumbi; luego yo hacia el norte por el Transkei haciendo escala en Mthatha donde nos vimos para un abrazo polvoso de viajeros que sólo pasan. Órbitas aleatorias que se cruzaban por el Cabo de nuevo, en las noches de fiesta en Obz, en el Town de las madrugadas. Después los mensajes a la distancias, nos mandábamos coordenadas. Hace algunas semanas aún me tentabas con el Amazonas, me decías que el sur siempre me llama, que nos tocaba este lado del mundo, que por allá también hay montañas que esperan ser escaladas. <br />
<br />
Y ahora te estarán enterrando, seguramente, pensando que así te quedas en algún lado, que sabremos donde encontrarte ya siempre. Pero algunos sabemos que en realidad sólo estás esperando esa primavera en que las hierbas de tu prado florezcan para esconderte entre el polen y las esporas, y elevarte para ver la tierra desde lejos nuevamente, con tus ojos de gaviota. Ahí te irás entonces, ligero de equipaje, a navegar los aires. Todos los navegantes alguna vez naufragan, pero no mueren nunca las memorias de sus andanzas. No me despido Pedro, porque has escogido las coordenadas definitivas, el encuentro en donde no te fallo, ahí espérame que a ese viaje vamos pronto, la vida es un suspiro, mañana mismo nos encontramos. <br />
Sei Iturriaga Saucohttp://www.blogger.com/profile/01704763319112379687noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8797957581217338186.post-27494831436483482342014-05-28T18:30:00.001-07:002015-01-08T23:41:24.108-08:00Acto de fe<br />
<br />
Había fe. Eran tiempos de manos acaudaladas fluyendo, de ríos suavemente desbordados fertilizando laderas, amaneceres con olor de vida nueva, siempre nueva, retoños implacables abriéndose paso entre las ramas viejas, todo abono para esos tiempos futuros de promesas. Se florecía sin misterio, como un hábito simple, explosiones de colores llenaban los paisajes en primavera permanente. Eran tiempos inexistentes, en la memoria de las cosas sólo vagas lagunas quedan de esas desbordadas fuentes. <br />
<br />
Queda ahora el vestigio de la fe en la memoria, sus pobres sombras, los ecos de sus cantos. Ruinas, paraísos imaginarios para el visitante, grandezas de otros tiempos, todos tiempos pasados, todos pasados mejores, todos apenas recordados. Al amanecer, el olfato del visitante explora el aire seco, cierra los ojos y se imagina las humedades de esos tiempos, saborea el gusto de las flores, la búsqueda ciega de las raíces haciéndose grandes, la sensualidad de los líquenes azules, de los musgos suaves; el visitante respira despacio el polvo inerte, los minúsculos fragmentos de ruina se acumulan en sus fosas nasales, arriesgan la pulcritud de sus pulmones.<br />
<br />
Pura nostalgia, un mundo en ruinas. Sólo silencio, un pasado que quizá ni se imagina. Abre los ojos, el visitante ante el páramo reseco intenta descifrar las cuencas de esos ríos, los troncos firmes a sus orillas, el capricho de caídas de cascadas niñas. El agua, el agua fresca, bendita, beso de la tierra que, dicen, hace la vida. El agua como un sueño imposible, inimaginable de tan perdida. Dicen que aquí todo era agua, era todo ondular de vida; semillas que se abren, hojas que caen y fertilizan, hablan de la lluvia como un río fragmentado en vertical, perlas de agua, caricias sobre las mejillas.<br />
<br />
Comulgaban los hombres bajo esa lluvia bendita, sabían de la fe, creían. A ojos cerrados es fácil pensar en el orden inalterable de las cosas, en la perpetuidad de manos generosas. Tiempos fáciles para la fe esos entonces, cuando todo fruto caía a la mano, maduro. Ante el visitante de las ruinas no quedan más altares de comunión, el páramo es vasto, un todo absoluto de polvo fino, de peñascos desperdigados, sin más caminos. Grietas, breves vestigios. <br />
<br />
En sus ojos apretados, en su imaginación que se aferra a esos tiempos desconocidos, en su respirar que a cada inhalación se contamina, ahí habita sólo la tristeza, la añoranza de esa realidad perdida; pero exhala su aliento, porciones de humedad de su propio cuerpo, bajan a la tierra, despiertan la memoria de agua, y entonces germina el sueño. Nace una nueva comunión en el milagro de creer en lo imposible, y el mito del agua brota de la piedra, se presienten sus rumores con la sequedad que anhela. El visitante comulga por vez primera, sin haber visto nunca a su dios, con sed eterna, con el fervor de la fe verdadera, la que cree sin ninguna prueba, que ahí, en algún lado bajo toda esa tierra seca, hay una fuente que dormita, que espera.<br />
<br />
Arrodillado bajo el sol, en el templo abierto del olvido, el visitante en paroxismo escava a manos limpias, sus palmas vacías se llenan de los despojos, sus dedos se desgarran, entrega sus falanges a las trituradoras entrañas del suelo endurecido. Maldice al pasado, a los apologistas de lo inagotable, le reprocha al cielo sin nubes la condena de la esterilidad de su presente, le reclama el no futuro, le lanza puñados de tierra que vuelven sobre su cabeza como meteoritos hirvientes.<br />
<br />
Se quiebra, arrodillado, la cabeza sobre los brazos, los labios a ras de suelo, la sensación de sal en la lengua, el gusto amargo de la miseria. Postrado entonces, un destello pasa por sus párpados cerrados, y un crujir lejano, como de ese otro tiempo, le cimbra el cuerpo desde el estómago, y en torbellino se desata el nudo de su garganta, siente sobre el dorso de sus manos las gotas de la primer lluvia de su vida: de sus ojos en llanto fluye finalmente el manantial de los mitos de fe de sus antepasados. Sucede el milagro. <br />
Sei Iturriaga Saucohttp://www.blogger.com/profile/01704763319112379687noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8797957581217338186.post-51801502328167860572013-09-02T23:43:00.003-07:002013-09-02T23:43:27.314-07:00El pretexto de cumplir años<br />
<br />
¿Y para qué cumplir años, qué sentido tiene seguir la agenda, el calendario cotidiano, avanzar por una línea sucesoria de días, semanas y meses? Cumplir con el tiempo es tan relativo como el tiempo mismo, tan imposible de delimitar, tan inconsistente como los granos de arena apresados en la clepsidra. <br />
<br />
Mejor cumplir con las promesas susurradas a la oscuridad de la noche para perder el miedo al sinsentido; cumplirle a los sueños la posibilidad de seguir ahí, a ojos abiertos por todo lo que dura el día, o la vida, si el sueño lo amerita. Mejor cumplir palabras, celebrarlas con pasteles dulcísimos, llenos de luces que se apagan para dejar brillar deseos y sonrisas; celebrar con palabras que no se miden por transcursos de días, que se valúan por su significado, por la melodía del viento al decirlas, por las sensaciones que despiertan sobre la piel de los que las escuchan cerquita del oído, como una caricia… palabras que sirven para cumplirle a la vida.<br />
<br />
Cumplir los años no es nada, pierde toda su importancia, cuando aprendemos a cumplir nuestra palabra, a celebrarnos con las promesas que se hacen sólidas montañas, con los compromisos que a fuerza de sonrisas compartidas tienden puentes sobre ríos caudalosos, hacen de laderas escarpadas rutas de ascenso sólo con la firmeza de una mano que se tiende siempre para ayudarnos a escalarlas. Cumplir con los anhelos que desde generaciones se levantan como plegarias por el polvo de los caminos que seguimos recorriendo todos los días; cumplamos así con certezas que se extiendan por nuestros brazos como frutos de verano, dispuestos a la sed de deseosos labios.<br />
<br />
Quisiera este años cumplir sueños, anhelos, deseos, cumplir con mi palabra que avanza ligera por estas u otras páginas, que quizá no vale nada, que significa casi nada para quien no sepa leerla a la luz adecuada, que es mía sólo por la casualidad de poder usarla. Y también cumplir con el silencio que presagia el sonido, con la necesaria pausa, la ceremoniosa espera. Me propongo entonces dejar de lado la acumulación del tiempo y comenzar una colección de momentos, instantes significativos que se celebran siempre, a cada rato, con cualquier pretexto, aunque sea un cumpleaños.<br />
Sei Iturriaga Saucohttp://www.blogger.com/profile/01704763319112379687noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8797957581217338186.post-20673458668534196642013-04-14T12:53:00.003-07:002013-04-14T12:53:34.604-07:00Una raya más al tigre de la pintora<br />
<br />
A Casandra Sabag Hillen<br />
<br />
Desolada, sin el tigre, la casa calla. Mustio silencio que reclama. No hay quien responda al recuerdo del eco de sus feroces andanzas, el tigre brincó por la ventana, por la promesa de sol de primavera, a la seducción de los olores de las tiernas presas. Cansado de sus vueltas por la estancia, de jugar a la criatura doméstica, de hacerse la manicura sobre los sillones de mimbre de la terraza. El tigre, al saltar, rompió los vidrios de la ventana, sobre el charco de esquirlas, se ha herido una pata. El tigre sangra. Sobre praderas o bosques o entre las selvas asfálticas, traza la ruta roja de sus pasos libres, con el polvo de los caminos cicatriza sus ansias. <br />
<br />
Por la casa, entra el viento desde la ventana quebrada. Huele a vidrio roto, a eco de estruendo, a sangre de tigre aun fluyendo. Pero debajo de todo eso, a pesar de los afanes del viento, se germina el inconfundible olor del silencio. Cuando no se escucha nada, la memoria busca, desesperada, con qué llenarse las ganas; la mirada hace viajes rápidos de los sillones a la recámara, piensa en las horas del sueño sobre el tapete al pie de la cama, puede ver restos del pelaje pardo por todo el suelo, piensa en la lengua ancha y rosada que abatía el ocio con sesiones de limpieza cada vez más largas. La mirada le dice a la memoria que por todos lados hay restos del gran felino, que sus uñas quedaron marcadas en zarpazos alegres por las esquinas, que sus costados aun se tallan a los muros buscando caricias.<br />
<br />
Entonces la casa siente, entre el viento que le remueve los recuerdos, que va y que viene, siente circular ese fuerte olor que persiste en el abandono y el silencio. La casa huele a tigre –tal vez ese sea el olor de su silencio-, porque alguna vez, ya no se sabe hace cuánto, hubo un tigre manso paseando por sus cuartos; un tigre alegre echado sobre sus tapetes; un tigre hambriento del medio día rascando, con maullidos de minino, sobre las baldosas de la cocina; un tigre de invierno disfrutando el calor del encierro; y luego, ese tigre final pestífero carnicero, que en salto sordo de bestia feroz rompió un vidrio y escapó. <br />
<br />
La historia del tigre, entonces, es lo de menos. Es el olor del tigre, su presencia permanente, la sensación de él a la vuelta de cada pasillo de la casa, su recuerdo inevitable que nos hace caricias peludas en el sueño de las madrugadas; ese olor que nos despierta las ganas, nos levanta en las noches, nos pide que sigamos llevándole la carne a la boca para que no se olvide de sus sueños de caza. Así la que pinta se levanta, pasa sus manos sobre los lienzos, cuestiona, imagina, casi sin creer hace sombras sobre las líneas, juega al milagro del volumen, desnuda los pies de las mujeres de sus pinturas, deja que germine la dualidad; a las ganas de hacer no las puede dejar de alimentar, bestias feroces de nuestros interiores, mininas mimadas de todas nuestras habitaciones.<br />
Sei Iturriaga Saucohttp://www.blogger.com/profile/01704763319112379687noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8797957581217338186.post-29898534914369825802012-09-04T01:22:00.002-07:002012-09-04T01:22:16.220-07:00Gusto de celebrar<br />
<br />
<br />
La vida, estos días, estos años recientes, todos siguiéndose uno de la mano del otro, acumulando acontecimientos, sorpresas, pequeños guiños de los labios que maduran en sonrisa; se extienden sobre mis manos, me muestran el avance de las líneas, me hacen imposible decirle que no a la vida, sus suaves tentaciones, la sensación de peligro de cada una de nuestras decisiones, la inercia, la comodidad incluso, o la indefinición con todas sus complejidades, han sabido llevarme por lugares impensables, y luego devolverme a lo cotidiano, al hacer del día a día. Hago recuentos y me sonrío, me alegro de ser esta misma que roba la fruta de los árboles que maduran por las orillas de las fincas, que se desbordan de las cercas, alargan sus ramas al alcance de la tentación de las niñas, siempre con ganas de dulce en la punta de la lengua, siempre dispuestas a la travesura.<br />
<br />
He sido esa niña, me he llenado la boca de tamarindos maduros y mangos verdes con sal en los veranos de mi infancia, aun llevo en algún rincón del cabello, enredado en dulces recuerdos, el olor de los membrillos y las moras de tantos inviernos. Por aguacates y capulines trepé árboles con los ojos apretados por el vértigo, durante años me he escaldado los labios con el jugo de los nísperos robados. Imposible no decir ahora que del Baobab, de ese árbol de la vida que más que un árbol es un guía, el gran señor de la sabana guardado en monumentales troncos y ramas, también tomé sus frutos, me llené los labios con su jugo en una noche de sonrisas compartidas a las orillas un lago de estrellas tibias… todo como en un sueño imposible, pero tan cierto como que he traído conmigo, a pesar de las prohibiciones de aeropuertos, una semilla.<br />
<br />
He parado en caminos mi andar a cambio de sandías, he seguido por una ruta imposible, sólo por la promesa de sus árboles frutales, y he tenido también el disgusto de la fruta que tiene amargo el corazón, que se madura a destiempo, que pierde la frescura a fuerza de despiadado sol. Hace poco encontramos granadas a la orilla de la carretera, viramos en redondo y fuimos por ellas, enormes, desbordadas, con las cáscaras abiertas para mostrar la preciosa pedrería de su interior; ahí también, enormes higueras con los brazos cansados de tanto fructificar en vano, tristes de verse los pies llenos de higos desperdiciados. Nos llenamos las manos, las bolsas, los labios, nos llenamos los ojos de campo limpio, en tiempo de lluvias, todo reverdecido. Y me doy cuenta entonces que he vivido siempre con esa sensación de llevar las bolsas llenas, de ir por la vida con el gusto de detenerse, desviar la ruta, sólo por seguir el olor de las mieles de los árboles de fruta, sueños de veranos que terminan, porque el otoño no sabe esperar, pero que no, nunca, se olvidan.<br />
<br />
Celebro, este año más, con gusto, con ganas, con sonrisas, con el amor alegre llenándome la casa de flores, de dulces colores, con el amor amigo poniendo su mano siempre a la distancia justa del alcance, con las sensaciones más cálidas de la vida. Celebro también lo que no existe, lo que sólo se siente como un presagio, como los sueños que olvidamos al despertar, pero sabemos que nos harán amable el día, celebro por los años que vienen, que no podrían existir sin los que se han ido ya. Me deleito en lo que viene aunque tengo ya el gusto lleno de sabores, porque en el vivir no puede haber saciedad. <br />
Sei Iturriaga Saucohttp://www.blogger.com/profile/01704763319112379687noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8797957581217338186.post-11289534984943861002012-06-25T00:59:00.001-07:002012-06-25T00:59:21.919-07:00Cantos de junio<br />
<br />
I<br />
<br />
<br />
Me prometiste junio<br />
A ojos cerrados, <br />
Con tus manos cálidas<br />
Dijiste en marzo<br />
Que los meses <br />
Saben pasar rápido<br />
<br />
Sin paciencia, con arrebatos<br />
Con dolores varios<br />
Los ojos apretados<br />
En la promesa de tus labios<br />
Pasaron mareas, <br />
Malas tormentas nos anegaron<br />
<br />
Lejanos los días de calma<br />
En un horizonte nublado<br />
Mar de sal que no sabe<br />
Terminar en ningún lado<br />
Se sigue de olas<br />
Sólo de playas esclavo<br />
<br />
Hoy la media noche<br />
Por fin refrescó el verano<br />
Y nos trajo despacio<br />
Gota a gota, callando<br />
El gesto de junio<br />
De tu cara al recordarlo<br />
<br />
Llueve las noches<br />
Me cuido con tus brazos<br />
Inundada en tus sensaciones<br />
Navego por tus labios<br />
Y entre sueños conquisto<br />
Los más tormentosos mares<br />
<br />
<br />
Sei<br />Sei Iturriaga Saucohttp://www.blogger.com/profile/01704763319112379687noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8797957581217338186.post-5005404020534858542011-12-20T23:21:00.001-08:002011-12-20T23:21:57.339-08:00Solsticio de inviernoEscucho la canción, te escucho entre líneas, te pienso... pienso también en estas palabras que nos escribimos, que hace tanto no decimos, se hacen largos los tiempos de nuestras ausencias, pero recurrimos siempre. De alguna forma volvemos, sabemos volver tanto como hemos sabido siempre irnos. ¿Qué sensación es esa? de péndulo impreciso, imposible de adivinar. Te tengo entre labios a veces, te susurro en sueños, y luego tengo la impresión de que te he olvidado por largo tiempo, cuando la verdad es que te estoy recordando a cada rato. Tengo frío a veces de la gente que me alarga sus dedos sobre el brazo, que no se da cuenta de lo mucho que lastima ese contacto helado; tengo frío y pienso en tus manos que necesitan ponerse al sol para dejar de ser un pequeño invierno de cinco afiladas puntas.<br /><br />Pero cada que pienso en tus manos no puedo dejar de recordar la incongruencia de tu gélido tacto frente a la calidez de tus ojos de niño callado, tus ojos oscuros diciendo siempre que siguiera mirándolos. Se me enrojecían las mejillas del calor de tus miradas, con ese ardor que hacen los soles de las playas sobre las pieles en descuido, abandonadas sobre las arenas blancas. No sabía dónde guardarme cuando me mirabas, a dónde ir que se acabara esa sensación de oleadas cálidas que empezaba muy adentro y se me desbordaba.<br /><br />Ahora, a la distancia, a lo lejos en el tiempo, a lo desconocido en el espacio; en medio de este ni siquiera saber cómo somos después de tanto no vernos, sé que ambos nos preguntamos qué sería si fuera posible volver a abrir todas esas sensaciones, si es que somos los mismos, si es que podemos seguir sintiéndonos. También sé que nos preguntamos qué seguiría luego, si sirve de algo intentar el reencuentro. Yo no me respondo, porque sé que si lo hago me miento, sé que no me creo, que me digo una cosa y al minuto me contradigo en la otra, que las multitudes se me agolpan en la mente con su griterío de contradicciones permanentes.<br /><br />Entonces me quedo en silencio, escucho la canción y sólo te pienso, te recuerdo, te reinvento. Igual te sueño, quizá, y al amanecer ya no lo recuerdo. Pienso en el sueño de las cerezas ¿recuerdas que te lo conté?, la sensación de las cerezas negras, maduras, explotando entre mis labios sobre tus dedos, puedo sentir incluso su olor agridulce, la pulpa suave, recuerdo sacarme las pequeñas semillas de entre los dientes con un gesto de labios entreabiertos, con sonrisa, con ganas de coquetearte. A veces me pasa que no sé si los sueños los pienso tan claros porque es que han pasado realmente y son entonces recuerdos que mi mala memoria confunde con sueños.<br /><br />Quiero pensar entonces que ese sueño ha sido un recuerdo, que de verdad hemos estado en ese otoño en Canadá, que había viento en ese bosque de colores ocres, con el aire tapizado de hojas de maple, que nos sentamos de verdad en el pasto a comer cerezas negras toda la tarde, que nos besamos de esa forma suave que lo hacen los que ya están acostumbrados a compartirse los labios, que seguro amanecen juntos todos los días y ya saben cuál es el gesto exacto con el que el otro les pide acercarse, sin prisas, sin ansias innecesarias.<br /><br />Me preguntas qué haría si te tuviera en mis manos y yo me volteo a ver las palmas, y no hago más que pensar en las cerezas entre mis dedos, de ese sueño en el que me besabas.Sei Iturriaga Saucohttp://www.blogger.com/profile/01704763319112379687noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8797957581217338186.post-18543432832601430562011-11-21T16:31:00.000-08:002011-11-21T16:32:13.930-08:00Me llama el surMe llama el sur, con su sabor de mar en el aire, sus montañas de nubes bajas a las tardes; me llama el sur porque tengo los sueños anegados de hambres ancestrales, de ganas de calentarse, de cobijarse en sus bochornos insoportables de medio día, en sus dulces mañanas maduras de sol implacable. Me llama y llego a ojos cerrados, porque no es preciso ver nada con esos cantos de sirena que atraviesan montañas, se abren paso a lomo de aire, cabalgan.<br /><br />Voy al sur con ganas de nada, porque todo está dado ya en el viaje y la esperanza; sin espera, sin nada, todo a un tiempo, sobre la mesa puesta para nuestra ansia. Del sur se sirve el mundo grandes platadas, la historia está llena de los del norte que van al sur y se sacian, y luego vuelven con melancolías eternas a contarle a las generaciones que no saben nada de esos sabores perfumados, de guayabas maduras que llenan la mano entera, cómo es que eran esos tiempos en que se migraba al sur a hacer fortunas con la riqueza ajena.<br /><br />Voy al sur, pero sin conquistas, sin sueños feudales, a pesar de lo que pueda decirse de mis planes. Voy a seguir el curso de los ríos, naturales, que van al mar a abandonarse; me quedaré en las planicies haciendo remanso por algunas tardes, y a las primeras lluvias, con ganas de desbordarme, seguiré la marcha a la sal, con la nariz puesta en ese olor de llanto permanente que tienen todos los mares. Sabré llegar entonces a ese final inevitable del agua dulce que no es más y se mezcla para sólo en lluvias recuperarse.<br /><br />Le he dicho de nuevo a los amigos que me voy al sur, ha sonado ahora a cuento viejo, a una cosa que ya pasó antes, y la sentimos vívida, casi palpable. Lo que los amigos no saben es que ha sido el sur el que me ha llamado y no mis ganas las que le han alcanzado, que es ese magnetismo de los polos, que siendo las ganas de migrar apenas se asoman los otoños. O no, también en primavera, o en verano como antes, me he ido a los inviernos australes, a sentir frío donde debieran ser sólo calores insoportables.<br /><br />Ahora mismo por estas tierras la gente se pone sus pocos suéteres. Se creen que merece la pena desempolvar la ropa de invierno en este insipiente fresco de las tardes que sólo alivia los calores del día y no merece sanarse. Pero el cuerpo es un manojo de adaptaciones, la caja de Pandora de los evolucionistas: “a todo se acostumbra uno, menos a no comer” dirían esos abuelos de los que todos debieran tener al menos uno, esos que cintan proverbios y lanzan avesmarías lo mismo que maldiciones, según sea el caso.<br /><br />Acostumbrados al calor, los hombres del sur, de rostros morenos y ojos brillantes, saben escuchar aun el rumor del río cuando casi seco, un río niño, pequeñito, acunado en lo profundo de las laderas, a las faldas de los riscos; saben reconocer ese quejido lento con que se va haciendo hombre, como crujen sus huesos al estirarse con las lluvias de agosto y lo vuelven incontrolable. Pero al tiempo, mientras avanza el año, que es la vida del río según los ciclos que hoy ya hemos olvidado, el río se apacigua, madura a la caricia lenta de las raíces de los árboles de mango. Se hace adulto.<br /><br />Para el otoño son los ríos de este sur apacibles hombres buscando un andar rítmico, sin sobresaltos. Por inviernos, ya encanecen sus aguas, se hacen viejos y vuelven a necesitar la ayuda que da la mano de una madre que cobija y cuida, son casi hilillos tenues, encanecidos ríos de fines de año. Pero con el viento de algunas tardes, se vuelven a acordar de esas sus épocas de tempestades, hacen barullo allá abajo y al paso de los puentes podríamos jurar, desde los coches, que afuera llueve, pero es sólo el sonido de las hojas alborotadas con ese aliento de río melancólico que sueña con las lluvias de sus ayeres.<br /><br />Me llama el sur y cierro los ojos para escuchar qué dice, para sentir sus ríos viejos de este casi invierno que aquí igual sabe a verano, relajo el cuerpo a su sensación de sol, a su casi amante aliento que pasa por el cabello humedecido aun por las tardes. Aprieto los ojos para sentir los bordes de mis párpados, la caricia lenta de las pupilas en ese abrazo. Al llamado del sur, me rindo a todos sus encantos, a las perspectivas de cielos azules llenos de pájaros, a los soles que revientan de madurez ya desde las 5 de la tarde, a la cadencia de las hojas de sus árboles siempre verdes.Sei Iturriaga Saucohttp://www.blogger.com/profile/01704763319112379687noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8797957581217338186.post-67462625831044351932011-10-16T22:16:00.001-07:002011-10-17T00:05:48.482-07:00Fábulas de octubre IIEs la cosa de escribir las palabras, que se guardan, en la perpetuidad de lo que dure la página, en el tiempo inmaterial en que se quedan encapsuladas apenas han sido trazadas. Hoy las nuestras me han salido a salto de mata, sin aviso, como cuando antes aun estaban sobre papel las cartas y se guardaban entre los libros y al primer descuido caían a nuestros pies como pañuelos de doncellas enamoradas, esperando ser levantados con el cuidado del amor cubriendo nuestras manos ásperas. Así igual, los recovecos de los espacios electrónicos me han sacado una cronología de nuestros mensajes a la distancia, sin más, me encontré releyéndonos las ansias, el anhelo, la distancia. Encontré uno en donde decías que habías soñado con Baobabs porque se te habían metido mis palabras, “emisaria onírica del reino Baobab” me dices y me sacas esa inevitable sonrisa; entonces pensé en tus ojos, oscuros, misteriosos, y sobre ellos se reflejaban los sueños de Baobabs con que me fui a recorrer quién sabe qué lugares de esos otros lados.<br /><br />Se me ha hecho una tragedia leernos, pequeñas llagas sobre la superficie de mis labios sin tus besos, muertos. Sin sangre, sólo el fondo de un río que se ha resquebrajado por ese cielo siempre abierto, sin nubes para su consuelo; así mis labios te leyeron de nuevo, en voz baja, sólo para ellos, para vivir de nuevo la sed de tu cuerpo. Luego estaba ese mensaje que te mandé desde una isla del Índico donde me encontré unos versos de Pessoa en la habitación de un cuarto de posada, qué ridículas las palabras esdrújulas, como los sentimientos esdrújulos; qué vacías me sentí las manos sin los acentos en los teclados de ese país extraño para poder decirte, con la precisión de la gramática, lo esdrújulo que estaba todo en ese momento: los atardeceres de la isla con la marea que iba subiendo por los árboles debajo de los puentes hasta cubrirlos por completo, árboles alga durmiendo el sueño húmedo del océano; los niños morenos aventándose desde los barandales para atrapar a los caracoles adormecidos por esa marea sin olas que subía sin que casi nadie lo notase, qué acentuado se ponía todo con esa lluvia cálida de alientos tropicales, con las acacias de flores rojas haciendo juego con las nubes encendidas de las tardes.<br /><br />Ahora tengo todos los acentos, podría pensarme la mayor cantidad de palabras esdrújulas que pudiera escribir sobre esta página hasta perder el sentido del texto, el sentido de la charla, hasta que se me olvidara por completo el sentido de nuestras palabras. Pero es tan ridículo a nuestros ojos intentarlo, es tan absurdo estarnos buscando, como si pudiéramos a la vez evitarnos, como si entre nuestras brújulas existiera la capacidad del olvido, de repeler sus cargas magnéticas y mandarnos permanentemente a las orillas contrarias. Probaré un día pararme a tus espaldas, en silencio, como la sombra que no dice nada y sólo nos toca con caricias en calma; y ahí, en contrasentido de tu cara, sacaré la brújula para orientarme al camino que más se aleje de tus miradas, que me ponga a la distancia más segura de esos ojos de sol negro con que haces que eclosionen despacio todos los brotes de mis ramas. <br /><br />Al menos mientras me dure la tregua de octubre me mantendré a la distancia, tan lejos que sólo los sueños podrán alcanzarnos los pasos, traicionarnos las intensiones y ponernos en ese lugar único en el que aun te tomo las manos para pasarlas sobre mis labios. Es una tragedia esto, un dolor agudo en algún espacio indefinible entre la piel y el fluir de los líquidos de la vida, por alguna de las cavidades por donde han dejado los órganos un rincón olvidado hay una revolución de mariposas de cristal, como de vitrina antigua, pero con las alas peligrosamente astilladas, como de mariposa de noche, envejecida por los equívocos de su errática mirada. Adormecidas en su rincón, se han alborotado con el escándalo de tus palabras ya lejanas y entonces han salido en tropel a dejar el polvo sucio de sus alas, a hacer ese golpeteo de enaguas de viuda, ese ruido de hojarasca. Cómo les duele a las mariposas nocturnas la luz, y que las saquen de sus rincones, que no las dejen quedarse quietas, como moño de luto en las paredes blancas, qué triste es para ellas que las pongan a repartir malos presagios por toda la casa.<br /><br />Pero no pueden más, les da tanta pena a las pobres ser tan oscuras que están siempre asustadas, se guardan, parece que no comen nada, seguro se alimentan de suspiros o de malas palabras que suben a los techos por la ligereza con que son lanzadas. Así las mariposas de noche de mi cuerpo estaban en dulce pausa, guardando el sueño de muerte de las ánimas. A la noche, te he dejado estar en mis sueños, está bien, no podría ser de otra forma, al cerrar los ojos, pienso aun en tus brazos, en el olor que hay en tu cuello para conciliar el sueño, en la sensación absoluta de tu piel al costado de mi cuerpo; aun te siento, te respiro, y luego, con licencia, sin pudores, te sueño. Ahí somos nuestros, ahí donde se puede volar o caminar a brincos de estrella hasta la luna, ahí en los sueños, podemos estar juntos sin prejuicios, sin miedos, no nos estorbamos con nuestras decisiones de adultos, con nuestros castigos absurdos.<br /><br />Pero no puedes venir a la claridad de mis días a despertarme las mariposas de la oscuridad, es injusto. No puede llegar después de meses el eco de tus palabras escritas y dejar a su paso un desastre de fragmentos de alas fracturadas de sorpresa, de susto, un largo camino de polvo oscuro de membranas en agonía. No lo permito. Se me inundan los ojos hacia adentro, van subiendo las mareas de mis océanos con la misma cautela que lo hacían en aquella isla ya tan lejos, casi no me doy cuenta, hasta que siento el calor que se desborda de sus cuencos, que me inunda por dentro. Te estoy llorando, en una distancia ficticia, con un miedo y un horror incomprensible, me quedo quieta, dejo de respirar un momento y entonces creo sentir de dónde viene ese cataclismo, cómo es que se siente cuando inicia un terremoto con ese crujir de capas de piedra, se separan las placas casi con pereza, con esa velocidad ralentizada que tiene la tierra; son segundos apenas, para hacer acantilados, sacar montañas en donde creíamos que sólo había llanuras muertas.Sei Iturriaga Saucohttp://www.blogger.com/profile/01704763319112379687noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8797957581217338186.post-23132628599189915982011-10-10T12:45:00.001-07:002011-10-10T12:45:56.336-07:00Fábulas de octubre IEs terrible que este otoño me huela a muerte, a descomposición incierta por los tejidos del alma. A los octubres de otros tiempos debo algunas de mis historias más dulces, de perfumados olores de fruta conservada; hoy tengo miedo de este octubre que comienza, que aun se niega a ser otoño del todo, que calienta de soles de primavera y se inunda de lluvias olvidadas por las manos del verano, tengo miedo de la forma en que los días de octubre van avanzando sobre mis propias manos, en la cuenta de lo inesperado, de ese amor inevitable, furtivo, animal de caza, acechando. Cualquier amor, no importa, a los octubres de mi vida han llegado incluso algunos de los más desafortunados, algunos en la ausencia de mares de distancia, otros en las vueltas continuas de lo que por haber comenzado nunca, tampoco nunca se acaba.<br /><br />Me enamoro en octubre, lo digo con pensar, me apenan las carcajadas que despierta en los escuchas una confesión tan descabellada. Pero lo digo con voz pesada, hinchada de piedras y lodo con los que quisiera tapiarme las ventanas del alma, para no dejar que entren nunca más esos amores de temporada. Algo pasa, alguna nostalgia, alguna falta, alguna agonía triste que sólo por estos días se levanta, orgullosa señora de todos los rincones de mi casa, haciendo limpieza por todas partes, poniéndole su propio orden a los cajones, desmantelándome todas las separaciones que mantenían la pulcritud de mis sensaciones claras. En su orden, llegan las confusiones, nada se halla, todo es un ir y venir de manos apresuradas buscando dónde es que se han quedado las llaves de todas esas cajas que ahora están abiertas para quien quiera tocarlas, todas hechas un desastres, tan vulnerables, tan mansas.<br /><br />Desde este día primero de mes no he salido de mi casa, me cuido de los vecinos, de las miradas que atraviesan ventanas. No contesto llamadas, mucho menos recibo cartas. Hago voto de silencio, de sed y de hambre, me prometo llegar a noviembre sin perder un solo sístole a nombre de nadie, ni de nada. No miraré los cielos, ni las lunas, ni siquiera me permitiré inventarle significados a los silencios. Pasaré por estos días como cruzan los fantasmas que no tienen muchas ganas de irse ni de quedarse, que por pura inercia se están dando las vueltas eternas a los corredores de las viejas casas, fantasmas que no hacen sombras, ni mueven cortinas, ni enfrían el cuello de las pequeñas niñas; sólo se sienten un poco por cómo se han acostumbrado a arrastrar los pies por toda la casa, con pereza, en calma, echando el polvo diario hacia las orillas, haciendo oficio de barrenderos, ayudando sin querer a las mujeres en sus aseos.<br /><br /> Hay que aprender a respirar despacio para hacerla de fantasma, en intervalos iguales, cada vez más largos, como ejercicios de meditación sin el escándalo de los mantras, sólo en la repetición constante del silencio, mientras más segundos haya entre que el aire entre y sale, más transparente se nos va poniendo la piel, de a poco vamos a ver cómo se nos vuelven las mejillas un par de platos de vidrio recién lavados, limpiados escrupulosamente del cochambre diario del ser-por-existir, vamos llegando a la suave superficie del no-ser-más-nada. Luego las manos comienzas a tintinear como copas que vibran en la alacena cuando los trenes pasan cerca de la casa, primero la piel se hace cristalina, podemos ver cómo nos surcan los ríos de los vasos de la vida, azules y rojos, como mapas de vialidades precisas, luego, todo se hace un hielo perfecto, se petrifica en su ártica vida.<br /><br />Un día, por la mañana, no encontraremos cómo mirarnos al espejo, ahí, donde antes estaban los despojos del sueño, ahora sólo hay un confortable vacío, una sonriente cara de fantasma. Probamos entonces nuestra primera sábana, aun tibia de las caricias de la reciente noche, la ponemos desde nuestra cabeza, procuramos que nos cubra los pies hasta la puntas, pero sin que vaya a rastras. Entendemos el miedo de no ser nada del que se ocultan todos los fantasmas bajo esas sábanas, pero a penas la ponemos sobre la cabeza, podemos presentir nuestra forma humana debajo de ella, qué sentido tiene entonces tanto quedarse en silencio, tanto hacerse nada, para terminar volviendo a ser una mala copia, una silueta barata de lo que ya se ha sido cuando se tenía un cuerpo con vida.<br /><br />Quizá sea porque este vacío de fantasma lo hemos elegido con todas las ganas, nadie nos ha obligado a este encierro de muerte dentro de nuestras propias cavidades, ha sido ésta la opción que hemos tomado a conciencia e incluso con placer, sin ninguna culpa; entonces gozaremos de ella a plenitud y holganza. Ahí dejamos los trajes de la vida diaria, también el traje de sábana de los fantasmas, y en la desnudez absoluta de nuestra transparencia de vidrio o agua sólida no helada, por primera vez se nos olvida el miedo de octubre, no somos vulnerables a nada; las miradas de amor y deseo atravesarán por nuestro cuerpo sin fijarse en nada, sin hacer agonía con sus afiladas lanzas. A salvo, abro de nuevo las cortinas, dejo que el sol se pase por mi cuerpo sin quemarlo, que el viento haga juego de ruiditos por los cristales de mis costillas recién transparentadas, me río a carcajadas de los vecinos que llaman a la puerta a toda hora para entender los trajines que se trae todo el día esta casa vacía.<br /><br />Pero esta mañana ha ocurrido una desgracia, por las cañerías del edificio corría el ruido de mi ducha diaria, en el fluir de la limpieza de mi cuerpo confiado, se estaba tejiendo mi propia trampa. A dos pisos de distancia en mi edificio, la portera escuchaba ese chorrear indigno de una casa abandonada: armó alboroto, llamó al plomero, forzó la puerta de mi entrada, y mientras yo tarareaba algo alegre en mi ritmo silente de fantasma, sentí cómo pasaban las manos callosa del plomero por entre mi costado izquierdo, justo por encima del páncreas, daban vueltas buscando cerrar el agua tibia de la regadera, mientras los músculos de sus antebrazos pasaban por entre la blanda desnudez de mis tejidos de agua. Caí al piso cuando el plomero logró cerrar las llaves, helada, abandonada, mirando a los ojos escrutadores de ese hombre que se secaba los brazos con mi toalla. Desde la mañana, he pasado el día pensando cómo es que arruinaré la tubería para que vuelvan esas manos a detener el fluir de esas inevitables ganas de octubre, que ni con no existir se acaban.Sei Iturriaga Saucohttp://www.blogger.com/profile/01704763319112379687noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8797957581217338186.post-5747989468632118832011-10-04T00:57:00.000-07:002011-10-04T00:59:58.247-07:00Para ir a la mitad del mundoA Casandra en sus nuevos pasos<br /><br /><br />A la mitad del mundo, convergen todos los senderos, se hacen largas todas las vías hacia el lado que nos lleven nuestros deseos. Si doblamos por la mitad al mundo, se estarán encontrando en cada esquina sus extremos. Hemisférico, vale lo mismo al sur que al norte si nos paramos en el medio. Pero justo ahí, donde se comienza a buscar el ombligo de sus misterios, es que salen del mapa todas las perspectivas, todos los sueños que se van luego por donde venga bien el viento. Al medio, el mundo tiene una línea, que avanza por todo lo largo de su circunferencia, que no se cansa de perseguirse la cola como gato travieso que se gasta el día en seguirse a sí mismo como una sombra. <br /><br />El Ecuador hace tutú de bailarina en la cintura del mundo que gira la danza perpetua de la vida, de la noche y sus días, de los años y sus estaciones, que están ahí por más que se nos descompongan los climas. Hace gala de su equilibrio sobre puntillas, sostiene el aliento para que no nos demos cuenta de la jodida velocidad con la que nos la pasamos haciendo caravanas eternas a ese sol que nos sonríe de luz y nos hace vida. Ahí, en esa mitad del mundo ceñida, se debe sentir toda la tensión que estira polos y los hace extremidad de esta naranja dulce aun sin ser partida, con sus gajos paralelos que marcan horas según se nos hace sombra el día.<br /><br />Para llegar ahí, hasta la mitad, con el mapa perfectamente doblado, coincidente de sus orillas para que nos diga dónde está ese justo medio del sueño del equilibrio aristotélico, hay que ir con la simetría exacta puesta en los ojos, con los pies bien plantados sobre la superficie de los sueños más acuosos, de nubes y estrellas, sueños de manos que se extienden a las distancias y esperan el momento de ser tomadas de nuevo y abrir cielos al vuelo. El mapa doblado es un doble mapa por ambos lados, es un universo complementario, no hay nada igual de los dos lados, más que la necesidad de mantenerse sujetos por esa línea; así, en la mitad de ese mundo, donde los días y las noches tienen las mismas horas, donde no hay ventajas de luz sobre los placeres con que la oscuridad asombra, ahí seguro hay un equilibrio oculto, unas ganas de sentarse con ese otro sobre la balanza y hacerse suave vaivén de olas en calma.<br /><br />La tierra se pone más redonda, más absoluta, muestra la plenitud de su curvatura. Ecuánime, justa. Madre de todas las criaturas, da lo mismo a los diurnos que a los nocturnos sus tiempos de disfrute y calma, debe ser tierra de hombres hechos sobre la base de una balanza exacta. Ahí te has ido ahora a buscar tus nuevos días, allá seguirás haciendo fragmentos para pared de tus visiones de la vida, para llegar has debido llevar una maleta llena de ganas, pesada como las plantas de los pies que te llaman a andar lado a lado, como mitad de mapa doblado; pero ligeras de libertad, de cielos que despeja el viento como lienzos para tus manos de niña traviesa, para tus ojos de mujer pintora de sueños tersos, cielos que serán profundas cavidades para tus sonrisas largas que inevitablemente terminan en carcajada.<br /><br />Desde acá, extiendo a la tensión gravitatoria de esta tierra mis manos, para que sientas cómo caen hasta ese centro del mundo donde ahora estás mis abrazos.<br /><br /><br />SeiSei Iturriaga Saucohttp://www.blogger.com/profile/01704763319112379687noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8797957581217338186.post-42258314553362441032011-09-20T13:39:00.001-07:002011-09-20T13:39:33.277-07:00ClaroscuroTiempo I<br /><br />Soy un silencio colmado de anhelos, uno largo, lento. Uno que es este único por estarse siempre repitiendo. Son las ganas de esos otros tiempos, los que se fueron, los que no supieron llegar y los que se quedaron llorando en todos los umbrales de las puertas de cerrojos ciegos. Soy ese grito que no pudo ser escuchado desde las montañas del desaliento, a escaladas de enrarecido viento, de nubes que se pasan por los pies para que no sepamos si es que vamos al revés o ya no podremos bajarnos nunca de ese mentiroso cielo. Sin ángeles, sin luceros, sólo picos de montañas, que se nos desgranan a pasos cansados, como los campanarios que doblan a nuestros muertos.<br /><br />No cuenta que nos quedemos ambos viéndonos a los ojos, cegados ya desde hace tantos de esos otros tiempos, no sirven las imágenes de la memoria para contarnos las historias que suceden fuera de la oscuridad de nuestros desecados cuencos. La vida se sigue moviendo, nos inquieta ese sonido que tienen las luces claras de las mañanas al pasar sus manos por los objetos, sabemos a qué huelen los árboles de medio día, con sus sombras perfectas haciendo réplica de sus copas; nos hemos enseñado ya, en la ceguera, a aprendernos el ritmo del tiempo aunque los relojes de ahora ya no sepan soñar manecillas y péndulos. Lo sabemos por esa forma inconfundible en que se impregnan las voces de cansancio según avanza el día, por cómo la gente hace ruidito al arrastrar su sombra que se hace más grande conforme le llega la noche, hasta que todas las sombras son una sola.<br /><br />Toda noche, la sombra que se cultivó temprano, con los primeros soles, se fue irguiendo despacio, se descubrió en la mañana, se miró largas las piernas sobre las aceras de los que andan, sintió pena de ser ella tanta y se ocultó de pronto, en el cenit, para preparar luego el atardecer de su gloria. Quienes hacemos silencio hemos aprendido a leernos las sombras, para quienes nuestros ojos son sólo una bruma de confusiones y contornos, teorizamos en la oscuridad sobre lo que sueñan esas sombras, nos queremos oler sus historias, ese mundo a rastras, siempre acariciando las cosas; pero a la noche, que todos sabemos sentir, terminamos por contentarnos con esa confusión absoluta de la penumbra que es la suma de todas las sombras, su ascensión al cielo, la formación de su bóveda. Es cuando nos quedamos más en silencio, cuando precisa el ejercicio absoluto de la quietud en cada uno de nuestros huesos; para que vaya entrando por nuestra ventana, como brisa fresca de océano, el suave tintineo de estrellas de las sonrisas de esas sombras, que en las noches despejadas entra con brutalidad de huracán, carcajada de Vía Láctea.<br /><br /><br />Tiempo II<br /><br />Me despierta el escándalo de mis dedos, malditos sus aleteos necios. De la comodidad del sueño, salgo en tropel a una mañana brillantísima de este clima que ya no entiendo. ¿Será de nuevo verano? me pregunto con los ojos ofendidos de claridad, de barullo de ciudad y olores inquietos. Mis dedos han despertado mucho antes, quizá un par de horas llevan ya tamborileandome el estómago, llamando al hambre del bajo vientre, haciendo marimba de costillas sobre los despojos de mi cuerpo inerte. Soy entonces el fluir eléctrico sobre los ríos de mis nervios, se me despiertan los sabores del cuerpo, un avanzar dulce, frenético. <br /><br />Bajo de las montañas en deshielo. Pasan mis aguas por las bajas nubes que me coronaban los pies de cielo; me precipito por laderas, me creo eso de que el agua pasa por donde se le da la gana, que no pregunta, arrasa y se abre su propio paso, lleva la mirada limpia, transparente, rabiosa espuma de cascada. Aun con las manos heladas de haber sido de las altas nieves hermana, seducida de sol baja al mundo de los hombres que la beberán con ansia, que se bañarán en esas manos que fueron de doncella blanca. Soy entonces de esos que no pueden esperar, que se aferran a ganarle el ritmo a la vida, se lanzan a los rápidos, entre las piedras, se rompen con gusto las vacías cavidades del cuerpo en la carrera de ir a dónde sea. La mañana brilla, es de luz, de agua, inevitable claridad que ciega; es para salir de la cama, abrir cortinas, usar sandalias, ir a la calle vestida de simplonas buenas caras.<br /><br />Saluda a los vecinos niña, que se te vea la felicidad en las pupilas, tan redondas ellas, tan absolutas, tus escotillas de la vida. Pasan por ellas todas las claridades del día, ases de luz que terminan en abanicos de colores, en la paleta de un pintor demasiado alegre para estos días. La calle llama con esas luces ardientes, con esos colores que hacen vivir a las siluetas simples; labios marrones de morena, en sus vestidos de verano que aun se pone a pesar de ser casi otoño el que llega. A las tardes, esperamos las lluvias provocando arcoíris sobre toda esa luz, no hay un solo lugar para descansar, detener el camino del sol y dormitar. ¿Dónde se esconderán las sombras a esta hora de la mañana que no deja de brillar? Entornamos los ojos a ver si es que las vemos llegar, pero no podemos mirar más, ciegos, agotados de tanta claridad.Sei Iturriaga Saucohttp://www.blogger.com/profile/01704763319112379687noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8797957581217338186.post-43145690519544865822011-07-21T13:38:00.000-07:002011-07-21T13:39:45.120-07:00De ríos crecidaMe levanto a escribir, antes del desayuno, con el estómago llamando con furia a la puerta de mis labios, ansioso de párrafos nuevos para devorarlos. Me levanto en silencio para que no salgan de mí las ideas de los sueños, y luego, en esta silla que es como un pequeño reducto de cardúmenes y algas, me sumerjo en el silencio absoluto de la palabra escrita, escrita para mi, para esos lectores que no existen en los ojos ajenos, que tienen sueño de seguir líneas tan apretadas, que se arrullan en el inevitable ritmo de las palabras persiguiéndose unas a otras. Me levanto a escribir porque sin ello no hay sentido, se atrofian las manos de tejedora sin los hilos para hacer redes y atrapar las historias, se quedan vacías las palmas sin esa sucesión de sonidos que hacemos sobre las páginas. Me condeno a la perpetuidad de la palabra, a seguirla a ojos cerrados, en momentos de ira o en el remanso de la calma; me condeno porque no hay remedio ante la necesidad de seguir, hasta el agotamiento, la esbelta vía de los que se leen a sí mismos sin mediar palabra.<br /><br />Que no me pregunte a mí de qué va la vida. Que no me vengan con cuestionamientos de fragilidad convencida, que no crean que esta mañana me he levantado con las manos inundadas de respuestas cómodas y tibias. Soy más un desierto que espera una temporada de lluvia que desde la prehistoria no llega, una grieta al inframundo esperando los milagros de la nueva Pangea; eso, ahí, en la incertidumbre de mis orillas, un archipiélago separado sin prisa, de a poco, en los milenios que lleva de vida, hasta que sin darse cuenta sus playas se hicieron lejanas y se les olvidó cómo encontrarse entre tanta agua salada. Pedirle respuestas al silencio, las peras del pobre olmo que sólo nos puede dar sombra, cobijo, altas ramas para mecer la mirada, pero nada de frutas perfumadas, nada de almíbares para los gustos amargados de tanta vida tan ingrata. Pedirle al silencio que no siga más y que se haga palabra, es sólo una plegaria más perdida en los rezos de un mundo en llamas.<br /><br />Que no. Que no basta hacer palabras para amanecer, para llegar a algún punto sin el peligro de naufragar antes de ver el faro del cenit de mediodía. Fuera de las páginas, nos está traicionando la vida, sin rimas, sin puntos que hacen pausas y nos dejan respirar la mirada antes de la siguiente línea, no hay en el transcurrir de los días la posibilidad del párrafo, bloque sólido para evitarnos las crecidas que hacen las lluvias sobre los ríos. El espacio infinito de la página se burla de la vida cegada; a la vuelta de la esquina, por la fatalidad que nunca ha sido buena amiga, acecha las espaldas con puñaladas, rumores y traiciones ingratas. A mi no me vengan con cuestionamientos que no tengo tiempo ya de darles respuestas a sus inquietas ansias, para mi, desde hoy, vengan tan sólo dulces sensaciones de balcón abierto en la mañana, de rumor de pájaros que anidan en azoteas y postes de luz, de lluvia de verano amablemente cálida. Que me pregunten cuántas flores abrieron hoy en las macetas de mi ventana, si son tan rojas como yo las recordaba, si siguen subiendo, trepadoras, por las barandas.<br /><br />Vienen a mi ahora las más frescas sensaciones que no están en esta página, que vienen de la calle y se suben por los muros hasta mis ventanas, barullo de niños que ya está de vacaciones y no sabe qué hacer con tanta libertad a una hora tan temprana, entonces arman alboroto por todo el vecindario, siguen a sus mamás a las compras, piden de la tienda cosas para las que no alcanza; niños como siempre con todas las ganas que a los demás nos faltan. Vendedores y trajineros de esta cuadra, hombres y mujeres con el oficio de pasarse casa por casa, puerta a puerta buscando a la suerte que les lleva siempre ventaja. Desde la esquina, me sonríe el señor de la basura con su traje naranja, de sol ensuciado por la miseria humana, me grita que si quiere que suba a llevarse los desperdicios de mi casa, le sonrío con gusto y le digo que no hace falta. No hay nada dentro de estos muros que ahora deba tirarse más que algunas tristezas agrias, descompuestas en la fermentación de una memoria que más calla.<br /><br />Pero estará bien guardarlas un par de días más, hasta que de sus acres sabores comience a surgir nueva vida, hongos azules con sus superficies peludas, pequeñas larvas de mosca que se retuercen en los sueños de sus alas. De mis tristezas olvidadas, descompuestas por la falta de refrigeración que debieron haberles dado las gélidas cavidades del alma, pues se me han olvidado sobre las cálidas parrillas del corazón, surgirá un nuevo mundo de minúsculas criaturas, me recordará que después de toda muerte está, siempre, nueva la vida. Luego podrá venir el enterrador sonriente, con su traje naranja de señor de nuestros desperdicios, soberano de las sobras y las porquerías, recogerá nuestros restos para llevarlos a germinar a la tierra, a hacer fértil el pasto de alguna zanja ínfima. Vendrá para susurrarnos quedito, como amorosa nodriza, que ya vamos pronto a sentir de nuevo la vida, que ese frío es sólo un momento en lo que nos vuelven a cobijar las entrañas oscuras en su abrazo que alivia.<br /><br />Mientras, podemos estar en el balcón que da a la calle, o frente a la pared que nos separe de esa realidad de regocijos comunes, de vecinas que se platican, ellas sí, de qué va la vida. Podemos sonreírnos al gusto de estos días nublados, planear desde temprano la ruta de los paseos que casi siempre no damos. Al marco de mi ventana, llegan los colibríes con su gusto de alas, florecen en agradecidos aleteos a las mieles del comedero que les preparo para sentir que me acompañan, llegan y resplandece de los soles de sus pechos colorados, las flores se vencen a su estocada, vírgenes seducidas abren sus mieles para que el colibrí caiga al polen de sus trampas. Imposible pensar en la muerte a esta hora de tanta vida, con los tréboles silvestres llenándome las maceta de breves flores; impensable creer que esto un día termina. <br /><br />Y va a empezar la lluvia, ya huele a sus manos frías, las primeras gotas nos levantan la mirada a las nubes, nos ponen a germinar las orillas de la sonrisa; los pájaros se llaman con gritos que nadie escucha, se van de rama en rama a lugares donde del agua se ocultan. Las personas por la calle aceleran el ritmo, saben que han de apresurar aún sin ir a ninguna parte. El cielo amenaza con caerse, y con sus primeros fragmentos, sobre mis manos, me digo que no hay más respuesta posible que el milagro de la lluvia, milagro de vida y muerte, nos bendice de aguas y nos condena al lodo en los pies de quienes caminan y no vuelan. Si van a venirme a preguntar hoy sobre la vida, la mía o la de quién sea, les contestaré con el rumor incomprensible de las tormentas a gritos de viento y furia de centella. Que no venga quien no quiera anegarse de mis corrientes crecidas, que hoy soy río sucio de recibir los desagües de la vida.Sei Iturriaga Saucohttp://www.blogger.com/profile/01704763319112379687noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8797957581217338186.post-27940680389969816202011-06-29T14:06:00.000-07:002011-06-29T14:57:45.384-07:00Asiento verde de mar (o la silla del escriba)Está pintando su silla el escriba. Su sitio en el mundo, la esquina donde se abandona para volverse palabras. Estaba desteñida, destinada a un infausto ocre, hecha en tono artificial de caramelo desabrido. El escriba se ponía triste de mirar ese triángulo de color indefinible entre sus piernas al estar buscando por el piso las palabras que del cielo no le llegaban. Hoy, en el letargo de las páginas que no avanzan, tomó coraje, se enfundó las manos en mínimas protecciones y, pincel en mano, con las rodillas al piso en gesto de oración y plegaria, se fue sobre la silla con el coraje con el que hubiera querido ir sobre las páginas durante toda la infructuosa mañana.<br /><br />La gatita, desde su rincón de dormir cerca de la ventana, mira al escriba sobre la silla, en el silencio de las palabras; con su mirada escéptica de gata de siete vidas, de ojos amarillos de miel, a veces reverdecidos de malvada astucia. Al escriba le parece que se ríe la gatita, con esa risa de los gatos que no suena a nada, que les hace temblar un poco los bigotes y luego les asoma la lengua, con descarada burla. Se despereza de su sueño de tarde y se va a los pies del escriba a olisquearle de pintura las intenciones, le lanza un maullido de reproche, claro, ella también lo sabe, como la etiqueta del frasco, que es tinte para madera y no para sillas de viniles y poliuretanos de las fábricas modernas.<br /><br />Pero es pintura; tinte sí, como sea, dicen las indicaciones, de alcohol que seguramente alguna espirituosa inspiración tendrá que imponer y, sobre todo y bajo cualquier protesta, es verde. Verde oliva como de hojas crecidas, como de ramas de verano que aguantan el peso de la madurez de las frutas; verde como las palabras del escritor que aun no maduran. Pintaré la silla de verde, dijo al no encontrar los colores para pintar los textos que le esperaban en las páginas puramente blancas. Empezó con pincel, cuidadoso, con los temores frenándole las manos, pero el tinte se expande por los surcos que imitan la suavidad de la piel en el plástico, parece un poco piel de gamo, o de elefante pequeño, recién bañado; el pincel entonces es muy pobre para la velocidad del verde abriéndose paso.<br /><br />Experto en talachas, con el indomable espíritu del “hacerlo uno mismo”, sabedor de los secretos de drenajes y tuberías, de repisas y muebles hechos a la medida, aunque nadie se lo creería; saca sus tesoros del cajón de las herramientas donde serruchos, taladros, martillos y formones, tornillos, pijas, solventes y al menos cuatro diferentes tipos de pinturas, se van acumulando de las tardes en que no escribe más y entonces se pone a inventar historias nuevas sobre los muros de su casa: un librero acá y un estante allá, mesas plegables y sillas mecedoras con añoranzas tropicales. Mientras clava, pinta, lija, cuelga y barniza, siempre piensa que, de no escribir, sería ayudante de carpintero o fontanero, chalán de media cuchara, porque está mal ambicionar en terrenos donde otros son tiburones y nosotros tan sólo entusiastas delfines.<br /><br />Encuentra la brocha; prefiere la estopa, sobre trapo de algodón hace la bola perfecta que será su “muñeca” de experto entintador de maderas, haciendo trampa sobre superficies que no tienen veta. Con la “muñeca” empapada en verde hace círculos de tormenta sobre el desteñido desierto de la silla, va corriendo su mano, ya no teme el equívoco, la pintura se expande, suben las olas de ese oceánico verde, le recuerda al mar de alguna costa, de algún viaje como casi todos, en soledad; el olor a alcohol también le trae recuerdos de algunas otras historias de sal, pero la memoria se hace pequeña, se pierde en el sentido de creación de esas oleadas de algas multiplicadas en círculos concéntricos que van haciendo capa sobre capa, que oscurecen los primeros tonos. Se pierde la memoria y nace ese simple vacío del disfrute instantáneo. <br /><br />El verde brilla, es impredecible cuál será su color final, ahora es fresco, vivo, ondulante bajo la mano que se niega a parar, se fascina de la sensación de olas que se hacen al pasar y repasar la danza de la “muñeca” empapada en tinte. Se marean los ojos del escriba de tanto andar en ese mar, se siente a la orilla de un velero, en una mañana de mar brutal, siente nauseas del olor de ese mar artificial. Y en ese naufragio de color, sumido en el remolino que sus manos de falso pintor de sillas acaban de crear, comienza a pensar en palabras, añora las lagunas calmas de las letras ordenadas, tiene ganas de regresar, hacer tierra y no zarpar nunca más.<br /><br />El escriba mira la silla a la luz de la tarde nublada, le parece más de lo que pudiera esperar; mientras se comienzan a secar las primeras capas, van tomando tonos azules de algas, verdes de líquenes, textura de cardúmenes que avanzan de tanta inmovilidad. El alcohol no huele más, sólo queda la sensación de mareo y la misma alegría infantil con que miramos los fondos de las botellas de vino al departir con los amigos, igual así, este parece que ha sido un buen diálogo con la silla, imperfecto, sin pretensiones, un poco con desenfado, casi con descuido, pero de una belleza insaciable, que nos aviva las ganas de nadar.<br /><br />Hoy el escriba no tendrá silla, desde el sillón que es para leer y no para escribir, la mira al frente, siente su sonrisa de coqueta mujer que encuentra el vestido perfecto y se lo prueba por primera vez. Con la computadora en las piernas, con la misma furia con que puso una capa sobre otra de pintura, suelta con gusto estas líneas. Mientras las escribe se mira entre las piernas y se imagina ya sentado sobre ese océano esmeralda de su silla, piensa a profundidades, con la respiración contenida, abre los ojos dentro de toda esa agua y frente a sus ojos pasan los más hermosos peces de la palabra con sus acompasados movimientos de aletas y branqueas.Sei Iturriaga Saucohttp://www.blogger.com/profile/01704763319112379687noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8797957581217338186.post-89818165375323159432011-06-17T15:02:00.000-07:002011-06-21T13:17:01.002-07:00Caricias madrugadasMe amarás por mis ojos, que se humedecen del mar de tu aliento, me dejarás que te llene siempre los oídos con mis cantos ligeros, sirena de tus misterios, me dirás a los amaneceres siempre que no se nos acabe el tiempo, que sigamos siendo estos en el amor y en el sueño, en la forma de añorarnos a pesar de estar lado a lado, navegando por las mismas profundidades, aun sin tocarnos. Hoy de nuevo te sueño, no sé si es que te dije ésto y aquello durante la noche, muy quedito para no despertarte, o es que me he soñado que te lo gritaba de un lado a otro de las ruidosas calles de las ciudades que nos inventamos para tener sueños con gran escándalo.<br /><br />Luego, nos amanece, en la cama que nos abraza, nos besamos de nuevo, besos con sonrisas, en calma, sin las pretensiones ni las ansias de los primeros tiempos. Otra vez soñé contigo, te lo digo, y me río de lo absurdo que suena el estar soñándose al que descansa a nuestro lado, y te ríes también de mi risa que no comprendes. Y entonces sentimos esa imprecisa sensación de que se nos va la vida de alegrías, de que vemos cómo corre por entre nuestros dedos el brillo de agua de la felicidad compartida.<br /><br />El amor, absoluto, redondo, como una esfera de fragilidad, no vale nada sin estas mañanas de despertar juntos, tampoco sin esas noches de soñarse, ni las tardes de no decir nada y sólo tomarse las manos y caminar o quedarse. El amor, negación cóncava de un vacío convexo, el espacio lleno, lleno de nada, de lo que sea, de lo que no importa porque lo único que verdaderamente importa es la sensación plena de los ojos esféricos que nos observan como el objeto más preciado del espacio y el tiempo. Somos esos que nos tomamos las manos y nos prometemos la perpetuidad del deseo, la permanencia de un indefinible tiempo.<br /><br />Qué gusto decirnos mentiras a nuestros propios oídos, con nuestros labios que ofrecen besos de certidumbre infinita. Mentiras blancas para vestirnos en el altar del amor de todas las mañanas, de ojos parpadeantes que se acostumbran pesadamente a tanta claridad de luz, de pieles sensibles aun húmedas del mar donde toda la noche se naufragó. Estiramos los miembros con placer y pereza, tocamos con las puntitas de los pies, rozamos nuestras pieles con tobillos entrelazados que seguro se soñaron tropezando con torpeza, aun pedimos un poco que la noche permanezca, pero a la vez la traicionamos con ese gusto de luz que acaricia las espaldas desnudas.<br /><br />Esta mañana, entre la risa del sueño y el despertar, pensé que uno de estos días que amanezcamos juntos te voy a pedir que no te vayas, y no lo pediré con palabras, no conjuraré la necesidad a labios abiertos, dejando que me veas las intenciones con tu mirada escrutadora de buscador de claves y desentrañador de los laberintos del minotauro de mis palabras. Te lo diré murmurando con los olores tempranos de mi cuerpo, con esa forma en que te das cuenta que he estado aquí aunque me despierte antes y me vaya, con el olor que se ha quedado sobre las almohadas, entre las oleadas de destendidas sábanas.<br /><br />Te convenceré de que no te levantes de la cama con la pesadez del recuerdo de mi cuerpo sobre tu vientre, cavidad exacta de mis secretos viajes. Ni siquiera te estarás dando cuenta de cuando tu cuerpo lo vaya decidiendo, cuando tus piernas se nieguen a mover el tronco y las manos se aferren a su cómodo encierro debajo de tu nuca que aun recuerda mis besos. Será divertido ver tu desconcierto, observarte el entrecejo apretado de no entender lo que le pasa a tus miembros, de que tu piel no te diga cómo es que está impregnada de esos olores míos y se ha vuelto mansa, domada en las cabalgatas de mis manos errantes y ligeras.<br /><br />Pero lo pienso en futuro, y me pasa entonces que esa mañana ya no llega, que aquella, la de las sonrisas y los sueños ha sido la última de nuestros tiempos, que lo pensé muy despacio y ahora te me has ido a la guerra, al otro lado del mundo, a buscarte la vida por otras fronteras, me pasa que sin avisar te he desterrado de las habitaciones, que mis palabras se me adelantaron a las intenciones y te he echado de la cama en la que pensaba conquistarte luego. No me di cuenta que esa misma mañana, en el desayuno, sobre la mesa que tiene manteles y no sábanas, en la que las sensaciones naufragan y no se pueden salvar a besos como en la cama, te he dicho que todo terminaba.<br /><br /> Traicionera, por hacerte la maldad, me he dejado yo misma abandonada, sin tus noches, en el desamparo de mis propias madrugadas, y en los sueños, con su superficie blanca para trazarnos lo que se nos venga en gana, se me olvida que te he borrado de la vida y te diseño de nuevo, se me ocurre de pronto ponerte largas las alas para acercarnos las distancias, o abrazarte de aletas transparentes y echarte a navegarme las aguas. A veces creo que te me has olvidado un poco y me destejo los sueños en las mañanas, pero luego me llegas como una sensación muy suave, que casi no pasa, y me adormeces en las tardes, y entre pestañeos pesados, vas regresando a mi en memorias mansas. Los ojos se me humedecen de nuevo y son esos mismos espejos de agua para que te ahogues de querer tocar la forma en que sólo yo te he puesto la mirada.Sei Iturriaga Saucohttp://www.blogger.com/profile/01704763319112379687noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-8797957581217338186.post-36267949981337213042011-06-09T11:42:00.000-07:002011-06-09T13:25:14.579-07:00A tu ausencia, mis palabrasA veces me da escalofríos leerme<br />Como cuando miro por entre tu falda<br />Niña de cálidas madrugadas<br /><br />Luego pasa que de besos me duermes<br />Y entre sueños te rimo palabras<br />Para atarte las inquietas miradas<br /><br />A las mañanas que dices quererme<br />Se les viene el calor de tu sol a oleadas<br />Enrojecida piel en la promesa de tus palmas<br /><br />Pero pasas el día jugando a no verme<br />Me condenas a la poesía de tus espaldas<br />Triste cetáceo encallado en tus arenas falsas<br /><br />Te me ocultas de pudores permanentes<br />Y vuelvo entonces a mis palabras<br />Que se abren siempre los vestidos a mis ansiasSei Iturriaga Saucohttp://www.blogger.com/profile/01704763319112379687noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8797957581217338186.post-16801314090090614002011-06-02T01:09:00.001-07:002011-06-02T01:09:26.151-07:00A Luis, en su cumpleañosPasa que los trenes nos abandonan en un lugar preciso, que se van en su escándalo de orgullosos rieles y nos dejan acompañados de extraños en la soledad de los andenes. Sucede entonces, la mirada exacta, el camino que es el mismo, une rutas y nos engancha las pisadas, encallamos en el mismo puerto y vimos faros en nuestros ojos de desconocidos inciertos. Luego, las charlas largas, los abrazos de los encuentros, los abandonos de nuevo y los desencuentros, ahí en todo, se nos fue cocinando el afecto, se nos hizo grande la esfera del querernos tanto, tan a nuestras anchas, con esas mismas ganas con que se corre al mar a penas se pisan las primeras arenas de las playas. <br /><br />Guardo mis afectos como boletos de tren para recordar los trayectos, en el olvido de los bolsillos de pantalones viejos, entre los libros que hace tanto ya no leo, para que un día, en los esfuerzos del aseo, me sorprendan a la vuelta de la esquina los mejores recuerdos; pero hay algunos boletos que hago la trampa de seguirlos usando para un viaje y otro y el que le sigue, hasta donde más se pueda, tickets con los que puedo engañar al boletero, algunos de esos que tienen la magia de siempre, a pesar de los años, de tantos y tan diferentes trayectos, aun así siguen sirviendo para invitarnos al viaje, al vuelo, a las sonrisas y los sueños. <br /><br />La noche en que nos conocimos nos gastamos de a gratis un boleto de metro, y en el abandono del andén, ganamos a cambio el viaje largo de hermanarnos en el naufragio, a mareas altas que nos han dejado sin aliento en alguna isla lejana, a oleadas calmas que nos acarician la espalda, que nos reconfortan con palmaditas los largos cansancios. A las tormentas de nuestros días, les hemos hallado entre nuestros abrazos alguna calma, ah y a las alegrías, dulces gaviotas desparpajadas, las hemos dejado anidar por todas nuestras orillas, picotear en nuestros labios para pescarnos las sonrisas.<br /><br />Cumples años, muchacho guapo, guerrero de las batallas que ya iremos librando, un años más que se nos acumula en las líneas de las manos, que nos hace grandes, viajeros de los trayectos que nosotros mismos nos trazamos. Te me haces grande para abrazarme, te me llenas de un año más de vida para que tengamos siempre más que contarnos. Cumples años Luis, y haré una pequeña tormenta en tus orillas sólo por el placer de subir hasta tu cuello las mareas de mis abrazos.Sei Iturriaga Saucohttp://www.blogger.com/profile/01704763319112379687noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8797957581217338186.post-13887288369367053042011-05-23T17:17:00.000-07:002011-05-23T17:28:31.856-07:00No me descartoDescarto, por perecederas, todas las ideas con las que no se pueda jugar, no soporto su quietud, sus caras largas, aburridas de su estática, tristes de ser tan siempre las mismas; prefiero a esas que vienen envueltas en paquetes que hacen ruiditos, cajas poliédricas que nos engañan con sus aristas y nos sacan sorpresas a cada vuelta de esquina, esas que aun cuando ya es tiempo de ir a la cama, se quedan murmurando en algún rincón de la recámara para acompañar la inquietud de nuestros sueños de infancia. <br /><br />Creo en el juego con una fe de gallinita ciega, dando tumbos con las manos y las sonrisas extendidas al frente. Alguna vez le he dicho a alguien que cuestionaba mi método del juego a ultranza que la diferencia entre el juego y "la vida" como se suele ver, es la diversión, no la falta de seriedad, ni de compromisos: los juegos son muy serios, tienen reglas, se respetan códigos y tienen su propia ética, en los juegos se pone las manos para ser quemadas si así se requiere, se empeña el corazón a riesgo de ser dejado caer en los descuidos de las correrías o a perderse en el misterio de los juegos de las escondidas. El juego no es la competencia, no es el ganador que se apena en el patio con las bolsas llenas de todas las canicas de sus compañeros, es la risa puesta en todos los labios, la mirada en un solo punto, el esfuerzo de crear un mundo en el que reina la, también a veces cruel, dictadura de la diversión.<br /><br />He jugado al juego de las cartas más allá del perder o ganar, he abierto mis juegos sin que nadie pagara por develar, he logrado breves frases de florecer imperial, póker de ases un par de tardes de añorar; pero las más, he sido de los jugadores que sobreviven a penas a su propio blofear, ganan y pierden con equilibrio de malabar y se mantienen a flote a fuerza de palabras que equilibran sus aguas entre azúcar y sal. <br /><br />A la mesa, con mis fichas gastadas de tanto ir y volver, espero que se me reparta de nuevo una mano de cartas, les miro sus espaldas pasadas por el ansia, les quisiera transparentar las intenciones con la mirada, la mesa da vueltas en su dinámica de moverse por la derecha; me llega al fin de algunas manos mi tiempo de “cantar”, he tratado ya de cambiarme la suerte, pero lo irremediable siempre ha de pasar, y a pesar del buen aliento del comodín, termino por dejar la cosa siempre de a par.<br /><br />Pero le guiño al de enfrente, alargo mis mangas para cobijar el descuido de algunos ases perdidos: de corazones y espadas para los inviernos de gélidas batallas, de diamantes y tréboles para los veranos del gozo y la calma. Sí, hago trampa, en mis cartas, en mis juegos, le doy la vuelta a la mesa, reinterpreto todas las reglas, le pongo nombres a lo que no existe, le llamo milagro y le rezo en los altares del buen azar. <br /><br />También habrá de saber usted, que ahora ha entrado en esta sala de juegos, que se ha puesto en la mesa de enfrente y reta al concurrente barajando sus cartas con maestría de mago, de gitano adivinador de la suerte; habrá de saber que de cartas son los castillos de mi vida, que reino entre palabras envejecidas, cansadas de irse siempre a la cama pegadas al bolsillo de la camisa, dobladas y desdobladas tantas veces, tocadas con el ansia de las manos que de memoria conocen sus trazos, pero que las siguen deseando con delirios de adolescente.<br /><br />Me dice usted un poco de lo que cree usted que un juego requiere. Le digo yo que en el juego de las cartas, de la cartografía de la vida, se conquistan territorios y se pierden Estados con la misma facilidad con la que dicen fueron avanzando los imperiosos afanes napoleónicos, y así igual, con palabras podemos llenarnos las líneas de las manos, conquistarnos el ansia de los ojos, inundarnos la sequedad de la piel con frescos ríos de los nuevos territorios encontrados, hasta que en la punta de nuestra nariz se comience a sentir el frío del ruso invierno, su blancura que de tanta luz nos ofenda los ojos, tendremos que pegarnos al cuerpo el papel de todas esas cartas para ver si hay algo de calor aun en esas palabras. <br /><br />Nos forraremos por dentro, tapizados de recuerdos y promesas que no tienen lugar en este mundo de tangibles hechos, se nos congelará nuestro Ejército y ahí entonces, sobre la mesa de fieltrado verde, dejaremos caer la última mano, sin ases, ni reyes, escondidos por el abandono de sus reinas; una mano de póker que no tenga ni pies ni cabeza y tendremos que declarar que se nos ha acabado la suerte, y apretando el corazón que desde lo más oscuro nos llama a tratar un poco más, a aguantar la siguiente, con el poco de altivez que nos quede, abandonaremos la mesa.<br /><br />Sí, como lo ve, su juego ya ha empezado, trae usted la mano, y con malicia le digo que sobre este juego estarán todas las miradas de los extraños, mirarán mis cartas y las suyas dependiendo las latitudes desde donde rodeen nuestra mesa, será, como todos mis juegos público con honores de transparencia, abierto hasta la desvergüenza. Jugaremos en la calle como cuando no éramos niños de ciudades, a la tarde de puertas abiertas y sillas en las banquetas, a la mirada atenta de las vecinas saboreándose de rumores la lengua.<br /><br />A gritos nos diremos las reglas, nos reprocharemos las trampas y enteraremos a todos con nuestras corretizas y los pelotazos en las ventanas, haremos un escándalo en los mundos mínimos de nuestras casas, quizá en algunos dejemos las marcas de nuestras sucias palmas, quizá derrumbemos a gritos algunas de esas paredes de cartas, o juguemos al constructor y levantemos épicas murallas con nuestras más sólidas palabras. <br /><br /><br />Quedo de usted, a expensas del buen juego, <br /><br />SeiSei Iturriaga Saucohttp://www.blogger.com/profile/01704763319112379687noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-8797957581217338186.post-23118554841301925182011-04-21T00:27:00.000-07:002011-04-21T00:31:12.352-07:00Carta de solA sabiendas de no deber, comparto nuevamente algo de la correspondencia privada.<br /><br />_______________________<br /><br /><br /> Maun, Botswana, 12 de febrero de 2011<br /><br /><br />¿El misterio de las cosas? ¡Que se yo lo que es misterio! <br />El unico misterio es que exista quien piense en el misterio. <br />Quien esta al sol y cierra los ojos <br />Comienza a no saber que es el sol <br />Y a pensar muchas cosas llenas de calor. <br />Pero abre los ojos y ve el sol, <br />Y ya no puede pensar en nada <br />Porque la luz del sol vale más que los pensamientos <br />De todos los filósofos y de todos los poetas. <br />La luz del sol no sabe lo que hace <br />Y por eso no yerra y es común y buena.<br />Alberto Caeiro<br /><br /><br /><br />Hombre solar:<br /><br />Te escribo hoy a pasos de mañana tardía, a la orilla del Okavango Delta, que no es un delta aunque es el más grande que hay, que viene de un río y nunca va al mar, baña el rojo Kalahari y nadie sabe a dónde va a terminar, a menos de 70km del Trópico de Capricornio. Un Delta que no va al mar nunca y sin embargo sabe a salados misterios donde anidan los cocodrilos con el sigilo de sus fauces esperando el descuido de los flamencos. Justo a la orilla de este río en Maun, Botswana, pongo mis pies en el agua, alivio el calor de los caminos recientes, cierro los ojos y me viene la extraña sensación de tibias manos sobre el cuerpo con que te evoco cuando no me doy cuenta de los momentos en que te recuerdo.<br /><br />Sube desde mis pies la humedad de estos suelos, endulzada de azules flores de loto, se humedece mi cuello con las temperaturas tropicales que ascienden a estas horas como manos ansiosas por entre las faldas de las mujeres, palpitan entonces mis senos al calor de tus recuerdos. Sí, te anhelo. No yo, no la memoria racional que todo lo pone en cajas y lo controla, es esa otra cosa que se acumula en algún rincón específico de nuestra piel y espera, adormecida, el toque de calor de una mañana tropical para desperezarse y moverse con pasitos lentos de araña por toda nuestra piel. Cosquillea, hace sonreír a los primeros instantes en que sucede, pero luego se aferra, avanza desesperada buscando un lugar de sombra en dónde dormir, se inconforma con haber sido despertada y su andar nervioso nos saca escalofríos, nos aterra en la amenaza de sus venenos.<br /><br />Me atrapan esta mañana las telarañas de esa sensación, redes brillantes que se hacen de cristal con la paciencia del rocío acumulado, que desafían la probabilidad de romperse con el fuerte aleteo con el que trato de librarme de tus anhelos. Pero me muevo, paso las manos por mi cuello, y sólo alboroto más los recuerdos, les digo que acá estoy, con los pies anegados de las aguas de este otro mundo, con las cicatrices de los pasos recientes fermentando el cansancio, y entonces te vuelves casi tangible, el aire te construye delante de mis labios, la solidez de tu vientre acunando mi costado, tu aliento avanzando, uniendo los puntos de los lunares de mis labios, dibujando mapas para olvidarlos y volver a comenzar como si nunca antes me hubieras trazado.<br /><br />Se agitan con este viento que sabe a ti los temblores de mis labios, presagian maremotos, se oscurece el sol un segundo en abrazo de nubes, se agitan parvadas verdes de hojas, rumores de mariposas que urgen a detener la memoria, me dicen que me detenga ahí, que no siga más germinando ese calor dentro de mi, que el trópico celoso no soporta ese color naranja de estrella temprana que se me comienza a asomar por entre los costados, que me viste de madurez de verano. Mis poros se derraman de la sensación de ti, se hacen líquida luz, me abrazo entonces a mis rodillas, me trato de encerrar en mi misma, enredaderas inquietas se alejan de ese sol que me vuelvo a las orillas calmas del Okavango Delta, temen el incendio, la explosión de la memoria.<br /><br />Del otro lado del río los hombres en canoas me están mirando, sus rostros oscuros de sol y de pasados se iluminan con el brillo anaranjado que van tomando mis brazos, guardan el silencio del asombro y siguen río abajo, a la tarde, en las horas de descanso diario, estarán comentando unos a otros cómo es que esa mañana, temprano, vieron a la orilla del río a una niña, otros dirán que sería más bien una mujer, que en color de sol, abrazada a sus rodillas, con los pies dentro del agua, de recuerdos estaba incendiada. Sentirán pena de ese breve sol de mañana que cortaba sus venas de luz con los cristales rotos de las aguas, se preguntarán cómo es que soles y estrellas pierden sus cielos y terminan por caerse hasta esta tierra, a las orillas de las aguas, cómo es que tratan de extinguir sus anhelos en los mínimos charcos de este planeta.<br /><br />Harían falta un par de océanos, o tapiar bajo la arena de salados desiertos todo ese fuego, dejar que esa estrella que soy cuando te recuerdo ahogue sus gritos de luz, se adormezca con su propio silencio, se quede en ese punto medio de oscuridad que hay antes de llegar a los sueños. No hay más calor de trópico alrededor de mi cuerpo, no siento más la humedad de mi piel tratando de hacer equilibrio de malabarista en el trampolín de la temperatura del ambiente, hacia afuera todo se refresca, pues es dentro de mí que bullen aguas hirvientes, que se incendian mis cavidades de madera. Te respiro entonces para avivar mis fuegos, reconstruyo el paso de tus ojos sobre mi cuerpo, dejo que pasen las horas mientras entre tus memorias me estoy consumiendo.<br /><br />Hoy, a la tarde, haré un vuelo en aeroplano para ver desde el cielo la vertiente del Delta, cómo el azul avanza entre las tierras rojas del Kalahari y vuelve todo verde a su paso. Iré al cielo con ganas de alas, abriré mis manos al viento, pues bien sé que es este mismo viento el que va y viene por el mundo entero, le pondré la humedad de mis labios, el rumor de carrizos con que se llena mi cuerpo al nadar entre los pantanos, la ligera sensación de jazmines con que a las tardes me baño, y a la hora en que abras tu ventana que da a esa avenida grande, llena de ciudad, una sensación silvestre inundará tu cuarto; sin saberlo, respiro a respiro, me estarás saboreando. Florecerás de soles y la gente, en las calles, a tu paso, se fastidiará de todo lo que vas brillando.<br /><br /><br />Tuya de luz y de deseos, Sei.Sei Iturriaga Saucohttp://www.blogger.com/profile/01704763319112379687noreply@blogger.com1